Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Capítulo 3

Rosas Azules

Siempre odié dormir con las cortinas abiertas ya que, a pesar de lo tranquilizadora que me resultaba la noche, la luz del amanecer ocasionaba que mi piel se calentara y que mis ojos se abrieran ante el mínimo toque del día en mis párpados.

Hoy no había sido la diferencia.

Abrí mis ojos gruñendo con molestia, ocultándome bajo las sábanas del ataque inminente que los rayos de sol provocaban sobre mi anatomía y queriendo conciliar el sueño pues, a pesar de no recordar lo que soñé, la tranquilidad que mi cuerpo emanaba me hacía saber que la noche había estado libre de pesadillas.

Sonreí ante éste último pensamiento y busqué a tientas mi celular bajo la almohada. Fue entonces que me percaté de lo incómoda que estaba. Tragué saliva en un intento de quitar la sequedad de mi garganta y salí de la guarida que había creado entre sábanas, quedando sentada sobre ellas.

Miré con atención mis pies y pronto los saqué de debajo de las cobijas, descubriendo que aún tenía los tacones puesto y, lo que me resultaba más extraño, viendo como uno de ellos estaba quebrado. Atraje mis pies hasta mi pecho y me deshice del que estaba sano para concentrarme en el roto.

Sí, está quebrado.

Arrojé el zapato con brusquedad y me sostuve la cabeza entre mis manos, haciendo acopio de todas mis fuerzas para recordar lo que había sucedido en la noche, pero mi memoria se negaba a cooperar.

Algún día debería tener una seria charla con esa maldita perra.

Me puse en pie con frustración, sabiendo que por la noche me había descompuesto en Paul's y, cuando me dirigía a la salida, un tipo que parecía ser un terrible fumador me había agarrado y se negaba a soltarme. Estaba segura que un chico lo había golpeado, ocasionando que aquel sujeto prácticamente corriera despavorido e incluso soy capaz de recordar mi voz interna llamándolo cobarde. Recuerdo haber estado fuera de la discoteca y de haber querido volver a mi departamento pero... ¿Luego qué ocurrió? Por más esfuerzo que hiciera no lograba recordar nada, todo era un lienzo en blanco.

Cerré las cortinas de mi habitación sintiendo como algo dentro de mí gritaba que yo conocía al chico que me había quitado de encima al fumador cobarde. Había algo... algo que mi cabeza quería indicarme y que, por más esfuerzo que hiciera, una fuerza mayor se negaba a cooperar.

Me dejé caer sobre la cama para quitarme el vestido, viendo cómo mis llaves junto a mi celular caían del agarre del sostén. Si mis llaves estaban ahí... ¿Cómo había ingresado? Mi celular vibró aún en el suelo y lo tomé extrañada, descubriendo un mensaje de Chloe en el que decía que Brooke se había quedado a dormir con ella.

Entonces, si no había vuelto con Chloe... ¿con quién?

Con la falsa esperanza de creer que me había tomado un taxi para luego ingresar al departamento con las llaves de Brooke que permanecían bajo la maceta, me vestí con lo primero que encontré en la alfombra y corrí al comedor, esperando ver las llaves de mi amiga tiradas en alguna parte.

El mundo cayó a mis pies en cuanto busqué por todas partes esas condenadas llaves sin resultado. Un escalofrío recorría mi cuerpo a cada paso que daba hacia la puerta principal, con la esperanza de que ésta estuviera sin cerrojo.

Tal vez, si la puerta estaba abierta, eso podría indicar que yo había tomado las llaves de Brooke para abrirla y luego, en un arrebato de inconsciencia, las había vuelto a guardar bajo la maceta por si mi rubia amiga volvía.

Sí, esa era una explicación razonable.

Me sentí desfallecer en cuanto fui consciente de que la puerta, efectivamente, estaba bien cerrada.

Troté desesperada a mi habitación en busca de mis llaves y, una vez estuve frente a la entrada principal, las coloqué ignorando el temblequeo en mis manos.

Dios mío...

Mis pulmones se detuvieron al encontrar las llaves de Brooke bajo la única maceta que decoraba el octavo piso.

No había explicación. Yo no tenía explicación lo suficientemente razonable para argumentar lo ocurrido.

Miré la hora en nuestro reloj de pared y, a sabiendas de que faltaban más de dos horas para que comenzaran las clases, caminé mecánicamente hacia el baño, decidida a darme una larga y relajante ducha que me quitara la incomodidad de no tener respuestas claras.

—Hija de puta —murmuré al sentir el frío agua impactar contra mi espalda y recordando que mi querida compañera no había pagado las cuentas.




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