Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Capítulo 10

Conociéndolo

Mis sollozos se fueron calmando conforme las manos de Derek se paseaban en forma de caricias libres e inocentes por mi cuerpo y ahí, envuelta entre sus brazos, mi cuerpo logró llenarse de una confortable calidez capaz de espantar a cada monstruo que me atormentaba desde niña.

Un escalofrío recorrió mi espalda, provocando que el vampiro me estrechara en sus brazos y apoyara su mejilla en mi cabeza. Estaba demasiado cómoda.

No me importaba la posición comprometedora en la que nos encontrábamos en su cama ni lo que pudieran llegar a pensar los demás por sentirme tan confiada con un chico que apenas conocía. Simplemente me dejé ser. Me dejé llevar por la abrumadora paz que me envolvía y disfruté del momento, no queriendo separarme nunca. Sabía que si lo hacía, tendría que enfrentarme sola a la realidad... y no me sentía lista, no me sentía lista para luchar contra mí misma.

—¿Por qué no me duele nada? —pregunté, mi voz salió ahogada a causa de que gran parte de mi rostro seguía oculto en Derek.

—Míralo por ti misma —me alentó el vampiro y, a duras penas, me separé de sus brazos.

Me senté sobre la cama, observando mi blusa manchada de sangre y con un gran tajo que la atravesaba, seguramente producto de la navaja. Lentamente la alcé, sin poder imaginarme con lo que me encontraría.

Porque, sin dudas, esperaba encontrarme con algo.

Pasé mi mano innumerables veces por mi abdomen, esperando ver algún indicio de lo que había pasado. Más, sin embargo, allí no había nada. Absolutamente nada. Bajé de la cama, esperando sentir algún dolor en mi columna o incluso algún tirón muscular en las zonas que Tania había golpeado.

Nada.

Miré a Derek en busca de respuestas y me lo encontré sonriendo mientras permanecía apoyado en su codo. Una imagen demasiado tranquilizadora y, para mi pesar, condenadamente sexy.

—¿Me dirás por qué no tengo ningún golpe o también debo esperar a que te autoricen?

—Tenía planeado decirte que caíste de las escaleras y comenzaste a alucinar —el vampiro se sentó en su cama y me miró—, pero obviamente no ibas a tragarte mis palabras.

Por supuesto que no.

—¿Y entonces?

Angelus Potionem —lo miré sin entender. ¿Qué había dicho? Alcé mi ceja, instándole a que me explicara—. Poción del Ángel —muy bien... no iba a flipar, no iba a flipar—. Es algo lo suficientemente fuerte como para hacerte desaparecer todas tus heridas superficiales.

No iba a aclararme más, su expresión me lo informaba. Asentí en su dirección, procesando sus palabras. Poción del Ángel... definitivamente ya había escuchado todo en esta vida.

—¿Por qué no me dices más?

—No creo que estés lista, preciosa Annabeth —respondió, rodeando la cama hasta ponerse frente a mí. Me crucé de brazos, mirándolo desafiante y, tal vez, un poco exhausta.

—¿Seguro que no eres tú el que no está listo?

Una sonrisa se deslizó por sus labios y tres hoyuelos se marcaron en su mejilla, transportándome al mismísimo cielo y dejándome caer al infierno en cuanto mordió su labio inferior.

—La curiosidad mató al gato —soltó en un susurro ronco que erizó cada vello en mi piel. Me acerqué un paso, siendo conocedora de mi respuesta.

—Pero el gato murió sabiendo —sonreí, bajando mi mirada a esos dulces e infernales labios que poseía.

Ambos estábamos demasiado cerca, demasiado callados, demasiado perdidos uno en el otro. Estaba segura que, con un sólo milímetro más, sería capaz de sentir la helada calidez de sus labios fusionándose con los míos. Declarándose ganadores de mi cordura y dueños de mi corazón.

Pero no.

No podía permitirlo.

Yo me pertenecía a mí misma y a nadie más.

Me alejé, consciente de la desilusión y frustración en sus ojos y carraspeé, buscando algo que me salvara del incómodo momento que había creado.

—Lo mejor será que te duches —me aconsejó con voz ronca—. Iré a conseguirte ropa, preciosa.

Y, apenas terminó de hablar, desapareció de mi vista, dejándome sumida en la absoluta oscuridad con mis monstruos y con una extraña sensación que me instaba a buscarlo y no dejarlo ir jamás, sabiendo que él era el único capaz de espantar todo aquello que me atormentaba.




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