Un mal día para dos y una estaca para uno.
—Tranquila, Brooke... —intenté calmarla dándole suaves palmadas en su espalda y estrechándola entre mis brazos en tanto sentía sus lágrimas mojar mi hombro—. Ese idiota nunca te mereció.
Suspiró, intentando reprimir sus lágrimas y se enderezó como si quisiera absorber todo el oxígeno posible para deshacerse de la pena que consumía su alma. Me sonrió, una sonrisa que marcaba lo roto que se encontraba su corazón. Tuve que reprimir mis ganas de llorar con ella.
Odiaba verla así.
—Este es el momento en que deberías decirme que no llore y que siempre tuviste razón —dijo entre hipeos, limpiando sus lágrimas y desparramando su maquillaje por todas sus mejillas—. Dios... me siento tan idiota.
—No te diré que no llores, amiga —dije, sonriéndole con pesar—. Es inevitable no llorar cuando tu interior se está derrumbando.
Bien, tal vez no debería haber dicho eso.
Brooke me observó sin inmutarse por una milésima de segundo y pronto comenzó a deshacerse en un desastroso llanto que rompió mi alma.
Limpié una silenciosa lágrima que escapó de mis ojos y la envolví en un abrazo de oso. Ambas sabíamos que las palabras sobraban en momentos como esos y que lo mejor que podíamos hacer era estar la una junto a la otra.
Maldito Tyler, ya vería cuando lo encontrase.
El susodicho la había llamado por la mañana para avisar que no podrían pasar juntos el día de su aniversario ya que estaba terriblemente enfermo y lo que menos quería era contagiarla. Pero Brooke era Brooke, y no iba a quedarse de brazos cruzados mirando películas en el departamento mientras su pareja estaba en unas supuestas terribles condiciones.
Y vaya que todo se desmoronó cuando llegó de sorpresa a su casa.
Al parecer, la realidad era que el asqueroso escarabajo que la rubia tenía como novio, le había cancelado su día especial para pasarlo revolcándose con una estudiante de enfermería que había vuelto de su viaje de intercambio.
La ojiverde al ver como ambos seguían revolcándose sin percatarse de su presencia, les arrojó el plato de sopa caliente con el que había llegado, provocándoles múltiples quemaduras leves de las que yo me encontraba orgullosa.
Se lo merecía por traidor.
—¡Lo odio! —gritó, reincorporándose y sorbiendo su nariz—. ¡Confié en él! ¡Me dijo que nunca había tenido nada con ella! Y... ¿la estuvo esperando todo el puto año?
Otra razón para que no te enamores. Todos son unos traicioneros.
Su barbilla tembló y sus labios formaron un puchero involuntario, instándole a derramar las lágrimas que tanto intentaba contener.
—Basta —dictaminé mientras me ponía en pie y la miraba con los brazos en jarra—. ¿Sabes qué haremos esta noche? —Brooke frunció su ceño y centró sus ojos verdes en los míos, mirándome sin entender—. Iremos a la fiesta del almacén. Solo tú y yo. Te emborracharás, te olvidarás por esta noche de ese inútil escarabajo y yo cuidaré de que nadie te viole.
—Pero...
—Ya mañana podrás volver a llorar por él. No, me equivoco: llorarás por ti, por tu dolor y pérdida. No llores más por él, no vale ni la mitad de lo que tú eres.
—Gracias, Annie —dijo entre inhalaciones profundas que calmaban su estado—. Esto es lo que necesitaba.
Lo sabía. Luego de cuatro rupturas por su parte, había aprendido lo que ella necesitaba.
Le sonreí y abandoné el comedor, decidida a hablar con Christina para pedirle su auto. Ésta, al comprender la situación amorosa de su hija, no pudo negarse y dijo que pasaría a dejarlo antes de que anocheciera, así también tendría tiempo de hablar con su primogénita antes de que fuéramos "al cine".
Por supuesto que no era tan idiota para mencionarle algo en relación a la fiesta del almacén.
—Mi bebé... —se lamentó mi tutora al encontrarse a Brooke tumbada en el sillón con la mirada perdida en la televisión—. Lo lamento tanto —dijo y la abrazó, dejando un suave beso en su frente.
Sonreí angustiada desde la barra de desayuno, imaginando cómo sería mi madre consolándome si tuviera el corazón roto. Seguramente no sería tan callada como Christina ni tan afectiva, puesto que ese papel siempre había pertenecido a mi padre, pero estaba segura que me sentiría a gusto entre sus intentos de animarme. Ella siempre lograba hacerme sonreír.