Destinada
La tensión se palpaba en el ambiente y se fundía con los lloriqueos incesantes de Christina. ¿Por qué lloraba tanto? La miré, sin sentir absolutamente nada por sus lágrimas. ¿Por qué lo sentiría, si ni siquiera sabía por lo que lloraba? No podía sentir nada por ella ni por George. No ahora. Ambos siempre habían sido conscientes de la verdad. No, me corrijo: todos en la sala lo habían sido.
Todos me habían mentido en la cara.
—¿Entonces? ¿Alguno va a hablar? —pregunté irritada, no pudiendo soportar que alargaran la charla más de la cuenta.
Debían decirme la verdad o me marcharía de sus vidas.
—Yo te la diré —dijo el pelinegro. Asentí simulando frialdad y no queriendo demostrar cuánto me moría por fundirme en sus brazos.
Y, si era sincera, jamás creí que la noche de mi sábado acabaría así.
Negué, mirando sus oscuros ojos y recordando lo desilusionada que me había sentido al despertar y no verlo a mi lado luego de la tranquilizadora noche que me había brindado.
Recuerdo haber limpiado las lágrimas con las que desperté, buscando una respuesta coherente para saber porqué lloraba dormida. Una pesadilla, supuse. Mientras calmaba mi respiración y hacía crujir mis huesos, los recuerdos del vampiro castaño me atacaron y no pude más que correr hacia el baño y encerrarme en él.
Mala noche. Mala mañana. Mal día.
Había dejado que mis lágrimas se entremezclaran con la lluvia artificial y me juré a mí misma que jamás debía olvidar el hecho de que le había robado la vida a alguien. No podía permitírmelo. No. No sería igual que ellos.
Al salir de la ducha, no me sorprendí al encontrarme con mis ojos inundados por un mar de melanina azul. Completamente azul y completamente desamparado. Había tragado saliva en el momento exacto en el que mi cuerpo fue receptor de toda la mala energía que envolvía al departamento.
Toda la mala energía que desprendía Brooke.
Sonreí internamente, aún inmersa en la oscuridad de sus orbes y me alegré al saber que ella no era partícipe de la gran mentira que habían ido construyendo mis tutores con el pasar de los años.
Pero no podía juzgarlos. No sin saber lo que me sería revelado.
Volví en mis memorias, sintiendo en carne propia los sentimientos que Brooke había desprendido aquella mañana y sabiendo como algo en mi interior me había instado a ayudarla.
Sin saber porqué, me había sujetado con fuerza del lavabo y concentrado toda mi atención en mis ojos azules, viendo como poco a poco el color en ellos revivía. Sonreí triunfante y, entonces, focalicé mis energías en mi amiga, queriendo descubrir cada uno de sus sentimientos y el porqué de su mala vibra.
Traición. Desconfianza. Ira. Tristeza. Odio. Amor. Desesperanza... Alivio.
Brooke, a pesar de tantos sentimientos considerados negativos, sentía alivio. Alivio de haber podido poner fin a una relación tan tóxica. Había sonreído, feliz por mi amiga y, dejándome llevar por mis instintos, caminé lentamente hasta su cuarto y observé como dormía plácidamente, emanando tantas emociones contradictorias por sus poros.
Me había acercado a ella para depositar un beso en su frente, sintiendo sus emociones como si fueran mías y sorprendiéndome ante el fulgor que se extendía con distintos destellos cerúleos en su piel. Mis ojos se habían abierto con expectación ante el aura que comenzó a rodear a la ojiverde y el gozo aumentó cuando sentí pequeños toques de paz llenar mi alma, haciéndome saber que, de alguna forma, había hecho algo bien.
Que había ayudado a alguien.
Luego de limpiar mis lágrimas de alegría y salir de su habitación sintiendo las energías renovadas por toda la estancia, me propuse acabar con mis informes para la universidad antes de tener que marcharme al trabajo.
Y, contra todo pronóstico (y entre burlas y explicaciones a Brooke, pensamientos sobre la palabra "destinada" y dolores de cabeza), cumplí con mi pequeño propósito.
Recordé el mensaje que el vampiro de ojos oscuros me había enviado y en el cual cuestionaba mi estado emocional y si haría algo interesante durante el día. Sentí una ligera punzada que me hizo removerme nerviosa ante la atenta mirada de quienes permanecían en la sala.
"Estudiar y trabajar", le había respondido con más emoción y rapidez de la que era decente.