Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Capítulo 13

Manicomio abandonado

—Debo estar muerta —murmuré sarcástica a la mismísima nada, sin poder dejar de observar el techo blanco que se cernía irritante sobre mí.

Y con ello no quiero decir que lo observara porque me atrajera como a un imán, sino que verdaderamente no podía dejar de observarlo.

Sí, adivinaste, estaba paralizada de pies a cabeza y recostada en lo que parecía ser un piso acolchonado.

Me pregunté a mí misma de dónde demonios provenía la iluminación, puesto que no podía encontrar lámpara que diera luz a esa pura e irritante habitación.

¿Por qué irritante? Porque, de lo poco que mis ojos habían podido registrar en sus limitados movimientos, descubrí que tres de cuatro paredes eran acolchonadas y blancas y, la restante, se basaba en ser un espejo.

Y sinceramente no me sorprendería que alguien me estuviera vigilando del otro lado.

Ya no.

Luego de lo que parecieron horas pero podrían haber sido minutos, ligeros cosquilleos fueron ganando terreno en mi cuerpo hasta arrancarme torturadas risas. Suspiré, sabiendo que había recuperado el control de mi cuerpo e intenté ponerme en pie, claro que para ello necesitaría ayuda de mis brazos...

No.

No. No. No.

—¡Pero qué mierda! —gruñí a los cuatros vientos o, mejor dicho, a las cuatros paredes que me traían de los nervios.

Tenía puesta una camisa de fuerza.

¡Una camisa de fuerza!

Maldije en voz alta, teniendo presente que alguien debería de estar vigilándome y me ocupé de utilizar las mil palabras vulgares que conformaban mi extenso diccionario de insultos mientras intentaba arrastrarme como un gusano hasta estar en pie. Moví mi cabeza a los lados hasta tener mi rostro libre de cabellos y juro que sentí mi mandíbula traspasar la superficie acolchada que conformaba el suelo hasta formar un túnel en dirección al centro de la Tierra.

Esto no puede estar pasándote.

Las paredes acolchadas y el espejo no eran nada al lado de la enorme puerta de acero que daba la sensación de haber pertenecido a la bóveda del Banco Central. Seguí murmurando maldiciones en voz baja mientras giraba lentamente sobre mis talones, completamente sorprendida del lugar en el que me encontraba.

Aquella era la habitación digna de un lunático de Arkham.

Contemplé la silla a un lado de la estancia, acompañada por una pequeña mesa individual y la cama cerca de ellas... Todo reluciendo por su blanco impoluto. Suspiré, caminando hacia el otro extremo de la habitación, sintiendo como la pequeña puerta que simulaba ser un vestidor (y que no llegaba al techo) llamaba a gritos a mi curiosidad. A causa de no poder utilizar mis brazos, tuve que apañarmelas para deslizar la puertecita plástica a un lado, sólo para encontrarme con la sorpresa de que se trataba de un baño. Algo estrecho, pero suficiente para mi higiene.

¿Cómo demonios podría utilizarlo si mis manos estaban inmovilizadas?

Me posicioné en medio de la habitación, observándola desde todos los ángulos posibles y sin entender cómo había llegado allí. No, mejor dicho: sin saber quién me había metido allí.

Estás secuestrada.

Estaba secuestrada. Sí, mi consciencia tenía razón. Había sido llevada allí sin mi consentimiento, sin saber nada ni entender. ¡Me habían secuestrado! Caminé hasta el extenso espejo y observé mi enmarañado cabello, acompañado de profundas ojeras y labios resecos. Si a mi espantoso rostro le añadíamos unos pantalones de yoga blanco y una incómoda camisa de fuerza, pues...

Estaba horrible.

Definitivamente horrible

Y tenía sed.

Me incliné sobre el cristal, tratando de traspasar con mis ojos la superficie espejada en un intento de descubrir quién o quiénes estaban detrás.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —pegué mis ojos al cristal, imaginando que mi frente podría hacer de visera para observar mejor—. ¡Hola! ¡Quiero salir de aquí, maldita sea! ¡Tengo sed! ¿Alguien me escucha? ¡Sáquenme de aquí, condenados idiotas! —pateé el espejo, deseando que fuera lo suficientemente débil como para romperse. ¡Claro que no sería debil! Todo esto estaba minuciosamente planeado.

Y le arrancaría los ojos a quien estuviera detrás de esto.

Claro, pero primero consigue quitarte la bonita blusa que te obsequiaron.




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