Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Capítulo 14

Las malas noticias nunca acaban

Siete.

Siete espantosos días en los que no veía a Derek ni a nadie que lo relacionara.

Siete días en los que sólo sonreía cuando veía comedias junto a Brooke, puesto que la susodicha había superado su fase de soltería y ahora había momentos en los que horas de tristeza atacaban su día a día... Y yo, bueno, yo necesitaba frecuentemente disipar aquellas memorias que insistían en arruinar mi día.

Siete días en los que no fui acechada por ningún tipo de demonio con ansias de golpearme.

Siete días en los que mis antiguos días volvieron pero que, sin embargo, aquella chica de antes... había dejado de existir.

Siete días en los que mis únicos alimentos habían sido tres manzanas.

Tres manzanas en toda una semana.

Y, salvo las prominentes ojeras y la piel sin vida, seguía viéndome igual.

No tenía hambre y, de tenerla, mis ganas de caminar hasta la cocina se reducían a cero, convirtiéndome en la típica muchacha perezosa que adelgazaba por no comer.

Con la diferencia que yo en ningún momento adelgacé.

No tienes tanta suerte.

Sujeté mis apuntes, caminando por los concurridos pasillos de la universidad al mismo tiempo en el que estaba atenta a cualquier repentina aparición de algún Donovan. Si debía ser sincera... Me lo habían puesto fácil. Demasiado.

Aquella noche en la que el vampiro pelinegro me dejó en mi departamento luego de mil intentos en los que buscó alivianar el ambiente y en la que yo le dejé bien en claro mis intenciones de alejarme él se alarmó hasta la médula mientras decía que no se separaría por nada del mundo de mí y, desde el instante en el que cerré la puerta en sus narices, me propuse evitarlo a él y a su familia hasta que entendieran mi posición con respecto a ser un arma de batalla.

En gran o menor medida: lo había logrado. Cada vez que un Donovan se me acercaba, le ordenaba alejarse de mí y éste obedecía sin rechistar. ¿La razón? Aún no estaba segura, pero siempre recordaba cuando le había ordenado a Derek no seguirme aquél día en el que me enteré varias verdades.

¿Cuál era mi problema si, después de todo, había logrado alejarme de los Donovan y afirmar que no lucharía para ningún bando?

Ese.

Ese era mi problema.

Entre memorias dolorosas, estados de ánimo demasiado efusivos o demasiado depresivos, horas en las que me recostaba a mirar el techo (el cual había pintado de púrpura ya que no podía soportar el blanco), falta de síntomas (había dejado de parecer una esquizofrénica embarazada) y un par de exámenes deplorables... bueno, lo había estado pensando y, una buena forma de luchar contra la culpa que día a día me consumía, podría ser metiéndome en medio de los problemas del Cielo e Infierno.

Sí, quería elegir un bando y batallar.

Definitivamente jamás dejarás de ser estúpida.

¿El problema? El problema era que la indecisión siempre había estado en la Annabeth del pasado y, ahora que claramente era distinta, seguía sabiendo que aquel aspecto no me había abandonado.

¿Quién demonios era?

Una maldita histérica.

Solté un suspiro tortuoso y froté mi rostro, oyendo como mi nombre salía eufórico de los labios de Kate, quien trotaba como una condenada para evitar que escapara de sus garras. Fruncí el ceño e intenté fingir una sonrisa, más sólo una mueca pudo asomarse de mis labios, la morena me sostuvo por sus hombros e inhaló con profundidad, intentando recuperar el aliento. Arqueé una ceja y le insté a que hablara.

—¡Mis padres aceptaron charlar con nosotros! —exclamó alegre, refiriéndose a ella y su hermano, y pronto sus energías llenas de buena vibra me calaron en lo profundo de mi alma, haciendo que la estrechara entre mis brazos con genuina felicidad por ella.

Siempre fui conocedora de lo mucho que ella y Thomas buscaban la aceptación de sus padres.

—No sabes lo feliz que estoy por ustedes —le murmuré, liberándola de mi abrazo y guardando los apuntes en mi mochila—. Pero... ¡cuéntame! ¿Cómo es que tus padres, religiosos hasta la médula, aceptaron la homosexualidad de sus hijos?

Creo que fuiste muy directa.

Con Kate había que ser directa. Siempre.




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