De rutinas y mentiras
En mi país existía el dicho de que cuando cumplías los quince años la vida transcurría muchísimo más rápido que antes.
Si bien había comprobado por cuenta propia que aquello era mentira, me vi en la capacidad de afirmar que, ante una cadena de sucesos ajenos a tu vida cotidiana (que consecuentemente te llevaban a convertirte en mitad ángel y demonio) provocaban que rápidamente fueras capaz de adaptarte a los nuevos y extraordinarios cambios que se presentaban en tu vida como si inconscientemente siempre hubieras sabido que aquellas eventualidades eran lo que te faltaban.
Claro, además de unos padres que te advirtieran que si bebías en exceso, probablemente tuvieras recuerdos poco agradables.
Pero para no salirme de contexto, debía resumir todo en pocas palabras que yo misma fuera capaz de entender:
En menos de ocho días me había acostumbrado a hacer ejercicio.
Tal vez dicho de ese modo no parecía nada pero... ¿Qué tal si le añadíamos que mi cuerpo respondía por sí solo a las técnicas de pelea que Derek me instruía? Si también le agregábamos que mis reflejos se habían potenciado... ¿Mi afirmación anterior seguiría siendo simple? ¿Y si admitía que era capaz de desarrollar varias habilidades que Mark había sospechado que tenía... incluyendo la telequinesis?
Entonces definitivamente podía afirmar que éstos últimos ocho días habían transcurrido más rápido que la vida de una quinceañera que parpadea y descubre que ya cumplió la mayoría de edad.
Aunque me costara asimilarlo, lo ocurrido en el manicomio abandonado había sido la causa principal (y de agradecimiento) de que yo hubiera avanzado considerablemente en poco tiempo pues, como Derek había dicho, sólo necesitaba despertar mis instintos.
Y vamos, que realmente sonaba alucinante.
Los últimos días al salir de la universidad, dedicaba un par de horas a entrenar mis capacidades que aún se encontraban en desarrollo.
Casi siempre comenzaba con Derek, quien me enseñaba técnicas de batalla y, luego de innumerables bromas y charlas sudorosas, pasaba a manos de su padrastro, quien era el encargado de ayudarme a afinar mis habilidades y conectarlas a mis instintos y emociones. Finalmente y para concluir, tanto Jayson como los hermanos Donovan me obligaban a correr una vuelta en los limítrofes de la ciudad para mejorar mis sentidos, argumentando que era esencial si pensaba luchar contra innumerables demonios.
Dicho de ese modo, debo admitir que asusta.
Y aunque todo lo dicho hasta ahora pareciera sacado de un asqueroso cuento de hadas, está en mi moral admitir que nada era así.
Detrás de cada despertar se encontraban las palabras de Zack incrustadas en mi mente, detrás de cada entrenamiento se ocultaban dolorosas punzadas en mi cabeza a causa del esfuerzo que me provocaban sangrados en mi nariz y, detrás de cada broma y mirada intercambiada con Derek, se encontraba una chica temerosa de lo que pudiera suceder si dejaba que las cosas fluyeran. Pero, sobre todo, detrás de cada vuelta normal a mi departamento, se encontraba una rubia que lejos estaba de ser la que conocía.
Brooke había cambiado y dudaba que fuera para bien.
No era capaz de describir con exactitud lo que le ocurría y, de haberlo sabido, tampoco hubiera sido capaz de explicarlo más que con lágrimas.
Brooke, mi mejor amiga, no había vuelto a asistir a clases desde su encuentro con Zack, no salía de su habitación cada vez que yo me encontraba presente en el departamento y era muy difícil hacer que me dirigiera más de dos palabras. Todas las noches desaparecía sin dejar rastro (tal vez creyendo que yo estaba dormida como para darme cuenta) y, a pesar de mis intentos de seguirla, se me había hecho imposible ubicar sus pasos. Sus padres se encontraban angustiados y habían tratado por todos los medios de ayudar a su hija, pero ella se negaba. Sabía que mis tutores no me culpaban por lo sucedido a la ojiverde pero tampoco es que fuera necesario: yo misma me encargaba de hundirme en la miseria de saber que había arruinado a mi hermana del alma.
Tal vez por eso me había acostumbrado tan rápido a mi nueva rutina, puesto que valoraba demasiado el tiempo que pasaba con los Donovan ya que ellos eran capaces de hacerme olvidar el peso que cada día se cernía un poco más sobre mis hombros.
Me sentía libre cada vez que ejercía mis habilidades, cada vez que controlaba el clima o éste cambiaba según mi estado de ánimo, la adrenalina corría por mi cuerpo al verme envuelta en una batalla cuerpo a cuerpo o al correr a tal velocidad que podía confundírseme con una suave ventisca.
Tal vez podía decir que aquello ayudaba a despejarme pero... lo cierto, es que me había vuelto adicta a mi naturaleza.