Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Capítulo 19

La habitación de los espejos

Mis sentidos estaban bloqueados, me sentía un títere de quien sea que me estuviera sometiendo, lo único que podía hacer era sentir ese insufrible olor a azufre quemar mis fosas nasales, pero luego de eso... nada. Completamente nada.

No sabía si alguien me estaba cargando o si tal vez me estaban golpeando, y tampoco veía ni oía lo que ocurría a mi alrededor.

Estás frita.

Luego de lo que pareció un tiempo indefinido, pude sentir mi cuerpo y leves zumbidos en mis oídos, lo único que faltaba era recuperar mi vista.

Por lo que podía percibir, se notaba que estaba tirada en un piso muy frío, duro y bastante llano, en el que a poco me fui sentando para luego gritar que me devolvieran la vista. Nunca me hicieron caso.

«Annabeth»

Oí su voz dentro de mi cabeza, tragué saliva sintiendo la cólera crecer dentro de mí y no dudé en hablar—: ¿Qué quieres? —me sorprendió notar que mi voz no había salido quebrada.

«A ti, pequeña»

Idiota.

«Haremos un trato, querida. Si ganas... te dejaré en paz por un tiempo»

¿Un trato? ¿De qué se supone que sería eso?

—¿Y si tú ganas? —pregunté sin mostrar un ápice de cobardía.

«Dejarás que la oscuridad te consuma»

—Trato —dije sin más.

Me arrepentí al instante, era como si las palabras hubieran salido disparadas involuntariamente de mis labios, había aceptado sin saber qué debería hacer o a lo que me estaría arriesgando, pero, muy a mi pesar, una parte de mí se sentía ansiosa al pensar qué habría querido decir Zack con eso de dejar que la oscuridad me consumiera.

Sentí la risa del demonio penetrar mi cabeza para luego desvanecerse lentamente, dejando un sabor amargo en mi boca. Poco a poco la oscuridad que invadía mi vista se fue desvaneciendo hasta dejar reflejada a una chica morena frente a mí, tardé lo mío en darme cuenta de que era nada más ni nada menos que yo misma. No pude evitar fruncir mi ceño al notar que estaba reflejada en todos lados, la habitación estaba completamente cubierta por espejos, incluyendo el piso.

¿Qué mierda se supone que harás en un cuarto lleno de espejos?

Caminé hacia el frente sin dejar de ver mi reflejo, aún llevaba la ropa deportiva y el cabello en un moño mal atado, tenía los labios levemente resquebrajados y unas tenues ojeras, sin pensármelo mucho, toqué mi reflejo, viendo como yo misma me devolvía la mirada.

Seguí percibiendo el olor a azufre por lo que supuse que el demonio aún seguía cerca de mí.

—¿Qué se supone que debo hacer? —susurré, sabiendo que él me escucharía.

«Si quieres ganar, lucha. Si quieres perder, deja que la oscuridad te consuma»

Las luces, que no sabía de dónde provenían, comenzaron a titilar hasta que se apagaron completamente, conté cada segundo que pasaba y una vez llegué a los cincuenta, decidí que lo mejor sería alumbrar un poco el cuarto.

Fácilmente desvíe mi atención hacia la palma de mi mano, donde una llamarada comenzó a crecer poco a poco hasta formarse una mediana bola de fuego que inmediatamente alumbró el lugar. Me observé en el espejo y me resultó extraño ver mis ojos azules luego de tanto tiempo, siempre cambiaban de color al usar mis habilidades pero, claro, nunca las había ejercido frente a un espejo.

Mark me había explicado que mientras usara mis habilidades para el bien o con tranquilidad, mis ojos serían azules puesto que representaban al Cielo. En cambio, si usaba mis habilidades para el mal, para vengarme o con sentimientos destructivos, éstos serían rojos, en representación del mal, del Infierno.

«Demasiado impaciente para esperar a que se enciendan las luces... Bien»

Mi cálida bola de fuego fue apagada por una fuerte ventisca proveniente de mi derecha, giré mi vista pero no pude ver nada más que oscuridad. Fruncí mi ceño al escuchar una carcajada muy conocida a mis espaldas, volví a girarme como instinto pero nuevamente me encontré con la oscuridad. Cerré mis ojos a pesar de que no fuese necesario y traté de recordar lo que Derek me había enseñado en nuestra última desastrosa cita.

Traté de percibir las cosas a mi alrededor pero era imposible, sólo había frío proveniente de los espejos y ese intenso aroma a azufre que quemaba mis fosas nasales. Abrí mis ojos rendida y, al hacerlo, un ligero toque en mi hombro izquierdo me hizo darme la vuelta al tiempo que las luces se encendían y yo ahogaba un grito.




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