El chico del siglo XVIII
Siempre pensé que el Arcángel Gabriel se vería como un hombre de mirada pacífica con perfectos rizos dorados, una toga blanca y unas gloriosas y puras alas tras su espalda.
Pero qué malditamente equivocada estaba.
¿Está mal pensar que un ángel está de muerte?
Frente a mí se hallaba un hombre de unos... ¿Cuántos? ¿Veinticinco años? Vestido completamente de cuero negro, traía un corte de cabello completamente moderno que sólo lograba resaltar el fuego del mismo y que, muy bien supe, hacía una combinación perfecta con el mar azul de sus ojos.
Era el pelirrojo más atractivo que había visto en mi vida.
Observé con curiosidad aquel océano de melanina, resultándome intrigante la mezcla de paz e ira que presentaba, como si estuviera listo para salir y defender ideales que escapaban del conocimiento mediocre.
Ideales... ¿o algo más poderoso?
Un jadeo escapó de mi cuerpo al notar (y contemplar por primera vez) aquel hermoso par de alas negras que se extendían con gloria detrás de él. Aquello debía de ser imposible. Le sacaban, mínimamente, tres cabezas al arcángel y parecían contener todo el universo en sus plumas mientras se deslizaban como seda por la grava.
Maravilloso.
—Daingel... —me llamó, su voz era tan aterciopelada que un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras evitaba gemir al verme vista fuera de mis pensamientos.
Bastantes morbosos, pervertida, ¡es el arcángel Gabriel!
—Es un placer vernos nuevamente, has crecido mucho. Estás muy bonita y, por lo que pude ver, bastante talentosa —me sonrojé sin razón al tiempo que veía por el rabillo del ojo como Derek alzaba una ceja, incrédulo.
—Uhmm... gracias —murmuré con torpeza—. ¿No se supone que las alas son blancas?
—Sí, se supone —respondió sonriente—. Tú más que nadie debería saber que nada es lo que parece —añadió, cambiando su semblante por completo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Derek con brusquedad, colocándose a mi lado con los brazos cruzados.
Lo observé detenidamente, sus brazos al estar flexionados hacían que resaltaran sus músculos, tenía los labios fruncidos y un brillo que nunca antes le había visto en los ojos. Apoyé mi mano en su hombro izquierdo para mirarlo interrogativa, recordando la escena anterior donde demostró su preocupación y temor hacia mí, él me devolvió la mirada mientras trataba de ocultar una sonrisa sin mucho éxito.
Un carraspeo al frente nuestro nos hizo volver la vista y fue ahí cuando recordé que tenía al famoso Gabriel frente a mí, di un paso hacia delante mientras extendía mi mano en señal de saludo, el arcángel la tomó para luego envolverme en un cálido abrazo que no me encargué de devolver. Un ángel me estaba abrazando. Me alejé lentamente para verlo a los ojos, podría decirse que eran hipnotizantes: aquel mar azul se veía interrumpido por pequeñas manchas verdes que le daban un toque magnífico al paisaje, Gabriel rió y se dispuso a contestar la pregunta que Derek le había hecho hacía ya varios minutos.
—Creo que mi visita es bastante obvia —admitió—. La batalla no tardará en comenzar y era necesario que viera de cerca el avance de nuestra arma clave —dijo, clavando sus ojos en los míos—. Y en cómo responde a los entrenamientos de nuestros misioneros —agregó escrutando detenidamente a la familia.
—¿Y qué tal te pareció? —preguntó una risueña Shopie.
—La verdad es que es bastante buena, incluso podría decir que tenemos una gran ventaja en los otros pero, lamentablemente, estaría mintiendo.
¿Qué?
Toda la familia Donovan menos Lena que se encontraba en el auto junto a Brooke, lo miraron con el ceño fruncido esperando que prosiguiera. El arcángel no tardó en explicar que el Infierno había creado una aleación de plata y cobre junto a energía demoníaca que sería letal para mí y sólo para mí, ya que con un sólo toque sería capaz de mantener la herida abierta por varios días hasta que sanara correctamente y que, si ingería aquella aleación estando en estado líquido o impactaba directamente a mi corazón, podría ocasionar mi muerte y, continuamente, mi desaparición del universo.
Lo normal.