Cumpleaños inesperado
—¿Entonces ahora son pareja? —preguntó Mike.
Hacía más de una hora que había vuelto de la tan singular cita con Derek en la que él confesó estar enamorado de mí y donde yo le correspondí dichos sentimientos. La verdad era que me resultaba sumamente extraño admitir que estaba enamorada de él y se sentía como una especie de satisfacción realmente molesta. No tenía idea de si sentirme feliz, triste, con ganas de llorar o tener miedo de lo que pasaría con nosotros en un futuro.
Pero volviendo al tema, minutos después de que (a duras penas) dejara que Derek se marchara a casa, apareció Mike con una sonrisa de idiota ordenándome que subiera a la azotea, a pesar de que no habíamos acordado entrenar los fines de semana.
Me sorprendí al ver que me esperaba sentado mientras sonreía sin despegar sus labios, lo que lo hacía ver aún más aniñado de lo que seguramente ya era. Me había situado frente a él y, sin esperar a que me acomodara, me alentó a que le contara todo lo ocurrido desde el examen hasta la mejor cita que pude haber tenido.
—¿Hola? ¿Tierra llamando a Annabeth? —Mike pasó sus manos frente a mis ojos, logrando sacarme de mi ensimismamiento—. ¿Ahora son pareja o qué? —volvió a preguntar.
—Sinceramente no lo sé, somos... algo, supongo.
Mike bufó mientras ponía sus ojos en blanco y se levantaba, ofreciendo su mano para que yo copiara su acción.
—"Algo", no me sirve de nada —dijo, haciendo comillas con sus dedos—. ¿Es en serio, mujer? Luego de la gran declaración que te hizo, ¿aún no sabes si están juntos?
—Yo... yo... —no sabía qué decir y el rubio lo comprendió, posó sus manos sobre mis hombros y de un ligero apretón se agachó hasta que sus ojos quedaron a la altura de los míos—. Habla con él, muñeca. A los hombres nos tienes que ir con palabras directas, de otra forma no comprendemos.
Asentí con el ceño fruncido y confundida por sus palabras, Mike se limitó a palmear mis hombros para luego reír como si recordara algún chiste y saltó de la azotea, no sin antes despedirse lanzando un beso al aire.
Sonreí mientras suspiraba, aquel vampiro no tenía arreglo. Bajé hasta mi departamento pensando en cómo iniciar una conversación con Brooke pues, podría haber cambiado, pero si de algo estaba segura es que de mi vida amorosa (hasta hace unos meses casi inexistente) se seguiría interesando aún si fuera una madre con cinco bebés llorando detrás de ella.
Caminé hasta mi habitación y mis pies se estancaron en el umbral de la puerta al ver al vampiro frente a mí, contrastando su oscura ropa con mi blanca habitación.
—¿Q-qué haces aquí? —pregunté consternada.
Derek se encontraba sentado en el borde de mi cama, con las piernas cruzadas cual dama en la ópera y una sonrisa que no llegaba a sus ojos pero que de alguna manera lograba ser burlona.
—¿Debería preguntarte hace cuánto que se supone que entrenas a escondidas con Mike? ¿O debería sentirme alagado porque pasaste casi una hora hablando con él sobre mí?
—Definitivamente lo segundo —respondí sin pensar, mientras sufría un cortocircuito cerebral y la humedad traspasaba por mis poros—. ¿Estás enojado? —pregunté, sin moverme de mi lugar.
Derek suspiró dramático mientras se enderezaba y escaneaba cada milímetro de mi habitación, deteniéndose en la pequeña biblioteca colgada al fondo de una de las paredes. De un movimiento glorioso y lleno de paciencia se dirigió hasta ella. Seguía sin contestarme. Pasó sus dedos por cada libro allí guardado para luego tomar uno, mi campo de visión me impidió saber de cuál se trataba.
—¿Derek? —volví a preguntar con los nervios a flor de piel y mi corazón a punto de estallar al pensar que podría haber arruinado todo, a pesar de que básicamente no había hecho nada malo.
Básicamente.
El vampiro suspiró dramático mirando a un punto fijo frente a él, sopesando sus opciones.
—No estoy enojado —dijo al fin—. Sólo estoy... decepcionado, irritado y tal vez un poco confundido —admitió, sincerándose.
—Nunca se me pasó por la cabeza decirte que Mike me entrenaba —confesé, y no sabía si habían sido una buena elección de palabras.
Derek frunció el ceño y me apuntó con el libro aún en mano al tiempo que alzaba sus cejas y decía—: Sin dudas eso no me hace sentir mejor.