Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Capítulo 27

Martes, 13 de noviembre de 2018
Cinco días para la batalla

No sentía frío, ni calor y mucho menos el suelo bajo mis pies, pero sí sentía dolor. Mucho dolor. Las gotas de sudor recorrían gran parte de mi espalda y sienes, así como también un insufrible malestar atenazaba mi cuerpo, seguramente ocasionado por aquel metal que, bien podía afirmar, me rodeaba ambas muñecas sin compasión.

La sangre caía por ellas, podía sentirlo más no verlo, pues mi cuerpo se negaba a querer levantar los párpados. Los brazos se me habían adormecido y un extenso dolor recorría mis hombros, estaba más que segura que mi cuerpo sólo dependía del agarre ejercido en mis muñecas, las cuales tal vez se desprenderían en cualquier momento, haciéndome caer al suelo.

El dolor que sentí al estar rodeada por aquel singular látigo seguía impreso en mi cuerpo como si se tratase del apretón de una víbora. Una víbora en llamas. Mantenía impreso el fuego como si aún estuviera atrapada por aquel metal, sentía mi carne quemarse al tacto del mismo e incrustarse como si llevara púas. Una completa agonía.

Podría decirse que mis pies eran los que llevaban las de ganar, pues eran los únicos que sólo debían soportar no tener algo debajo de ellos para mantener el equilibrio. En cambio, el resto de mi cuerpo estaba completamente destrozado y me sorprendía ver cómo tardaba en sanar.

Inmediatamente recordé las palabras de Gabriel al hablarme de la extraña aleación que habían creado y me pregunté qué tan letal podía llegar a ser.

Mi mente trabajaba a mil por hora, imaginando la manera de escapar o tratando de visualizar en dónde estaría metida o porqué.

—Abre los ojos, cariño —canturreó una voz demasiado conocida para mi gusto pero que yo sabía que no era la misma que había escuchado en mi departamento.

Hice el esfuerzo de abrirlos e incluso de querer levantar mi cabeza pero fue imposible, por más intentos que hiciera mi cuerpo se negaba a cooperar y, al contrario, parecía que por cada minuto que pasaba lograba pesar una tonelada más.

Un puño fue impactado fuertemente en mi mejilla izquierda, haciendo que apenas me removiera en mi lugar, sentí la sangre correr por esta, probablemente los anillos de Tania habían ocasionado algún que otro corte que, a diferencia del resto de las heridas en mi cuerpo, rápidamente sentí curar.

Unas manos se aferraron a mi cuero cabelludo y tiraron de él hacia abajo, haciendo que mi rostro se elevara. Volví a hacer el amago de abrir mis ojos y no supe si sentirme feliz o asustada al ver cómo estos decidían ceder.

Lo primero que vi en la penumbra del lugar fue el rostro de la pelirroja muy cerca del mío, su mirada irradiaba desprecio, más personal que por la causa que me había llevado hasta allí.

Ella sonrió al ver mi (seguramente destrozado) rostro. Su sonrisa era perversa, cínica y malvada, verdaderamente disfrutaba el verme en tal estado.

Detrás de Tania se encontraba un hombre moreno con apariencia de treintañero, no tardé en percibir que se trataba de un vampiro gracias al poderoso aroma a sangre y muerte que lo rodeaba. Sus ojos estaban clavados con odio en los míos, como si con eso pudiera arrancarme la cabeza y enterrarla diez metros bajo tierra.

—¡Oh! —exclamó la pelirroja—. Veo que ya te percataste de Elliot —su risa era cinismo puro—. ¿Sabes quién es él? ¿No? —llevó una mano a mis muñecas y apretó el metal que las rodeaba, haciendo que este quemara más de mi piel. Solté un grito débil y desgarrador a la vez, mi cabeza cayó involuntariamente al tiempo que mis ojos daban paso a las lágrimas que luchaban por no caer. Tania volvió a reír—. Tú mataste a su pareja. ¿Lo recuerdas? Aquella noche en el almacén, donde sin culpa clavaste una estaca improvisada en el lindo vampiro.

¿Cómo sabe eso?

Solté un gemido de dolor en señal de respuesta y eso fue suficiente para que la pelirroja volviera a tirar de mis cabellos para quedar cara a cara conmigo.

—Por más que me gustara que Elliot hiciera de las suyas contigo... —suspiró con un fingido pesar—. Tenemos algo mejor, alguien a quien queremos presentarte en nombre de tu querido padre.

Un ligero sabor metálico invadió mi boca y fue suficiente para que reuniera fuerzas y escupiera en el rostro de tan odioso ser.

Sonreí cerrando mis ojos cuando ella me soltó para limpiarse y una carcajada débil y sin gracia escapó de mis labios.

—¿Mi padre? ¿El cobarde que no da la cara? —pregunté débilmente y con la intención de provocarlos—. ¡Da la cara, maldito cobarde! —me removí con poca fuerza y al instante me arrepentí al ver como el metal seguía afectando mi piel—. Quiten... quítenme e-esto.




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