Viernes, 16 de noviembre de 2018
Dos días para la batalla
Había recibido la madrugada del viernes entre llantos desconsolados por parte de Shopie, silencios profundos lleno de rabia de Jayson y lágrimas silenciosas de Mark y Derek.
No sabía qué hacer o qué decir para darles consuelo, ya casi no me quedaban fuerzas para abrazarlos, las heridas dolían cada vez más y sentía la sangre seca pegarse a mi ropa y viceversa, sabiendo que a la hora de quitarme las vendas sería una completa tortura.
Los segundos, minutos y horas pasaban y podía notar que Derek, Mark y Shopie estaban cada vez más ojerosos mientras que Jayson tenía leves chispas de rojo en sus ojos, tal vez en muestra de su furia contenida. Al tener una mano entrelazada a mi pareja. Mi pareja..., no sabía si algún día me acostumbraría a eso. Pude notar que su piel se enfriaba en sobremanera, siendo que él ya de por sí era sumamente frío. Me extrañé al ver que todos los presentes sin corazón latente tenían el pálido de su piel mucho más apagado, no relucía puro como de costumbre, ahora se asimilaba a una pared percudida por el tiempo.
—Sígueme, Annabeth —pidió o, más bien, ordenó Jayson.
Lo miré extrañada para luego deshacerme de la mano de Derek, quién ni siquiera se inmutó, dudaba de que siquiera se hubiera percatado de que me iba.
Seguí al rubio hasta la cocina, donde abrió la heladera con la esperanza de que apareciera algo como por arte de magia, lo miré sin comprender cuando azotó con fuerza la puerta de la misma.
—¿Qué ocurre? —me miró de arriba a abajo, deteniéndose en mis heridas para luego tragar duro y mirar en otra dirección.
—¿No te duele? —preguntó con la voz ronca, como si evitara respirar, claro que él no necesitaba respirar y eso fue lo que hizo que lo mirara extrañada.
—No —mentí, provocando una risa amarga en el vampiro mientras se revolvía el cabello.
—Deberás asearte antes de que salgamos.
—¿Salir? ¿A dónde? ¿Por qué?
—Al banco de sangre que está a tres manzanas —fruncí el ceño, ¿acaso no podía ir solo a "comprar" su comida? Y, como si leyera mis pensamientos, agregó—: Allí hay tres vampiros sumidos en dolor sentimental, débiles y hambrientos por tanto pelear y llorar. De alguna manera todas las bolsas desaparecieron y no me sorprendería que la responsable de eso haya sido la que por años adoptó el papel de madre de la familia.
Sus palabras estaban cargadas de veneno, realmente odiaba a Lena. Siempre noté que él no le daba tanta importancia a ella ni ella a él, eso tal vez explicaba porqué no estaba dolido como su familia, sino furioso, y sospechaba que era por el dolor que había provocado en sus parientes más que por su traición.
—No quiero dejarlos solos —susurré—. No puedo.
—Ellos no dudarán en desgarrarte la garganta si están fuera de control. Vi como comenzaban a alterarse por el olor a sangre que desprendes.
—Puedo defenderme.
—¿En las condiciones en las que te encuentras? No durarías ni dos segundos antes de caer desmayada o muerta. Vendrás conmigo.
Batallé con su mirada pero al final cedí, él tenía razón. Corrí hacia la habitación de Derek, donde me encerré y busqué ropa limpia, la dejé sobre el retrete de su baño privado, sabía que ahora vendría lo difícil.
Alcé con lentitud el dobladillo de mi blusa y reprimí un grito al ver cómo estaba encarnada al primer vendaje. Quise seguir con delicadeza pero eso sólo retrasaba el dolor que tarde o temprano sentiría. Cerré mis ojos y respiré hondo muchas veces mientras me preparaba mentalmente.
—Uno... Dos... ¡Tres! —grité y me quité la blusa con una rapidez y fuerza inimaginable. Mi pecho estaba agitado, demasiado para mi gusto pues eso agrandaba el dolor.
Vi la blusa en mis manos, tenía sangre por todos lados y algún que otro vendaje teñido de rojo pegado en ella. Vi mi reflejo en el espejo y me preparé para arrancar cada sucio y usado vendaje de mi piel, era mucho peor que una depilación íntima. Mucho peor.
Luego de gemidos, gritos y lágrimas, además de un poco de sangre por la fuerza con la que mordía mi labio, estuve finalmente desnuda, realmente desnuda.
Me duché rápido, lo que provocó que el dolor no disminuyera, pero no quería hacer esperar más tiempo a Jayson y, al tiempo de ponerme vendajes nuevos, supe que la enfermería no era lo mío.