Destinada [entre Impulsos y Lágrimas]

Epílogo

Derek

Bien, voy a comenzar siendo sincero tanto con ustedes como conmigo mismo: jamás creí que volvería a festejar la Navidad después de tanto tiempo.

Al principio solíamos reunirnos en nuestra casa de campo, ubicada a las afueras de un pueblo cercano a Londres y ahí permanecíamos hasta pasado Año Nuevo. Pero, con el pasar de los años y las muertes de nuestros cercanos, poco a poco nos fuimos alejando, encontrándonos únicamente para el cumpleaños de Shopie.

Ella siempre sería la niña pequeña y consentida de la familia.

No voy a quejarme, yo era quien en su momento había estado detrás de ella cumpliendo todos sus caprichos hasta que un día Darío me hizo comprender lo mal que le haría eso en un futuro y, llevado por los últimos deseos de mi gemelo, me encargué de convertirla en una señorita empoderada, de esas que alzan la voz ante una injusticia y que no dudan dos veces en desgarrarle la garganta a un depravado.

Suerte que éramos vampiros o ella podría haber sido condenada como asesina serial.

En fin, el pasar del tiempo provocó que yo mismo hiciera a un lado esas tradiciones tan humanas y familiares, diciéndome que no valdría la pena contactar con mi familia si ellos no lo habían hecho.

No, aún no caigo en cuenta de estar sentado cerca de un árbol navideño.

La felicidad que Annabeth desprende mientras ve a los gemelos Williams desenvolver sus regalos es lo que me trae a la realidad, una realidad en la que la chica más hermosa e inteligente del mundo recuperó a su mejor amiga y, me alegra decir, su cálida sonrisa.

Festejaría Navidad todos los días si es para verla así de feliz.

La amo.

Luego de aquel dichoso día que no tardará en convertirse en leyenda, las cosas se habían tornado tan desastrosas que a veces tengo el impulso de desencadenar a Azazel del Infierno y partirle su estúpida cara demoníaca.

¿Y ese tipo es mi suegro?

Annabeth comenzó a transitar sus días en la fría soledad del hospital, acompañando a su moribunda amiga que, para su desgracia, había sido poseída por Azazel.

Miro la sonrisa extensa de la rubia y soy capaz de notar que bajo toda esa coraza de alegría se esconde un certero temor a que vuelvan por ella, tal vez para destruirla de una vez por todas. No soy capaz de admitirlo delante de Annabeth, no quiero que se afliga más de lo que está, pero sé que ningún humano es capaz de superar el primer contacto con un demonio.

Si la persona no está entrenada tanto física como mentalmente, las secuelas que pueden dejar son inconmensurables y, por lo que me dijo Annabeth, puedo tener en claro que Brooke no será la excepción, puesto que algunas noches la ojiverde despierta entre dolorosos gritos que le quitan el habla, alegando que un demonio la atormenta en sueños y que le muestra su desastroso futuro lleno de huellas del pasado. A pesar del acompañamiento por parte de mi novia, Brooke comprende que le costará volver a ser ella misma y tiene presente que le espera un largo camino de superación que, para su desgracia, deberá transitar sola.

Vuelvo mi atención a la única chica que me importa hasta el punto de arrancarme el corazón y la noto observarme con esos oscuros ojos que tanto me quitan el habla. Es hermosa. Hermosa, intensa y valiente.

Y mía.

No es un secreto que los vampiros somos demasiado posesivos y, aunque siempre intento controlarme cuando estoy con ella pues lo último que quiero es que me mande a volar, a veces me cuesta horrores reprimir mis ganas de tomarla y especificarle al mundo que es mía. Totalmente mía.

Y yo soy suyo.

Jamás haría nada para herirla y siempre busco respetar sus decisiones, por más equívocas que estas sean. Supongo que eso me llevó a darle su espacio algunos días para que comprendiera que sola no podía repararse pero, contrario a lo que creía, ella simplemente se encerró en su culpa, negándose a tratar con cualquier otra persona que no fuera su amiga en coma.

Sinceramente a todos nos sorprendió la voluntad que tuvo de alejar a todo aquel que quisiera brindarle una mano o sólo unas palabras, se había convertido en un bloque de hielo imposible de picar.

Lo único que yo necesitaba para reconstruirme eran sus brazos, pero, por aquellos días, ambos lidiábamos con nuestras propias batallas internas y jamás podría haberle exigido que se quedara a repararme.

Sin embargo, tampoco quise permitir que creciera aquel odio que ella sentía hacia su persona, por lo que día tras día intenté no dejarla sola, así eso implicara vigilarla a lo lejos y permitirle su espacio.




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