No le gustaban los días nublados, los detestaba. Desde hacía más de una semana, el clima amenazaba con la llegada de un terrible huracán. Faltaban siete días para luna llena, la noche del solsticio de verano se acercaba y en Seul la tradición llamaba a todas las personas que creían en las historias de magia y brujas a que salieran a la calle, encendieran las hogueras y se inventaran todo tipo de hechizos y encantamientos para traer prosperidad y felicidad a sus vidas. Kyungsook se acercó a la cristalera de su habitación, que dejaba ver unas bellísimas vistas de Busan, y alzó la mirada al cielo. Su Toy Poodle negro de tres meses se acercó a el y le rascó la pierna con su patita. Kyungsook lo miró, lo cogió en brazos y sonrió mientras masajeaba digitalmente la coronilla de Meokmul y volvía a mirar las soberanas nubes. Por el amor de Dios, estaban casi en pleno verano y el tiempo acechaba amenazador como en invierno. Vaya con el cambio climático... Todo el mundo hablaba de ello como si tal cosa, pero nadie entendía muy bien cuáles iban a ser sus consecuencias. El 23 de junio se celebraría el solsticio de verano, su fiesta favorita y, de seguir así el clima, iba a estar pasada por agua. Desde pequeño sentía adoración por esa celebración, para el era realmente especial, y ni siquiera podía explicar de dónde provenía su fascinación. En ese día la gente compraba las tradicionales cocas del sol. Algunas eran de piñones, otras de crema o de cabello de ángel. El techo estelar se inundaba de fuegos artificiales, habría música por doquier y la noche más corta del año se convertiría en la más larga para muchos jóvenes y no tan jóvenes que buscaban diversión, música y alguien con quien revolcarse en la arena de las playas de la peninsula para luego alcanzar juntos y confundidos —muchos gracias al alcohol— el amanecer. Estaba más ilusionado por la llegada de esa festividad que por la de su cumpleaños. Faltaban dos días para que el cumpliera veintidós años. Veintidós años. Un escalofrío recorrió su columna vertebral erizándole los pelos de la nuca y borrando la sonrisa que había aparecido divertida en sus labios. Se abrazó a sí mismo, frotándose los brazos y logrando entrar en calor de nuevo. Dio media vuelta para dirigirse a su cama, no sin antes pararse enfrente de su tocador e inspeccionar su cuerpo y su cara. Dejó a Meokmul en el suelo y él se fue directo a morder un ratón de peluche, su juguete particular. Kyungsook llevaba un pijama de short y una camiseta mas grande que el, ambas partes de color negro. Su piel blanca vestía un cuerpo sencillamente perfecto. Un cuerpo estilizado, con unas fuertes piernas atractivas y grande curvas. Pero no era el cuerpo lo que más llamaba la atención de el, sino su rostro. El rostro que aparecía en el espejo era la reencarnación del embrujo y la atracción. Su cabello completamente liso y tan obscuro como el de la noche era lo que enmarcaba su rostro. Las cejas del mismo color tupidas. Sus ojos eran de un cafe obscuro tan intenso que a veces era imposible de definir, enmarcados por unas largas y espesas pestañas negras, y unos pomulos ligeramente tintados de un rosa pálido. Su nariz era un pequño boton demasido tierno. Sus labios gruesos dibujaban un corazon perfecto y volvían locos de deseo a sus compañeros de universidad. Más de uno había intentado probarlos, sin mucho éxito.Perfectamente rellenos, pedían a gritos que lo mordieran y lo succionaran hasta decir basta. Con una sonrisa, recordando a sus amigos, que más de una vez borrachos hasta las cejas le habían pedido un beso por compasión, alzó la barbilla y deslizó su dedo índice por el pequeño y gracioso hoyuelo que la dividía. Su amigo Miseok le había mencionado que tener un hoyuelo dividiéndote la barbilla significaba belleza y armonía física. No sabía si era cierto, pero éxito tenía, no había duda.
Acariciándose ese peculiar rasgo, pensó en su madre. ¿Habría tenido ella esa marca? Puesto que no llegó a conocerla, no lo sabía. Debió de ser hermosísima, porque a su padre no se parecía en nada, de eso estaba seguro. A lo mejor no conseguía encontrar ningún parecido con él porque Seo Joon siempre estaba de mal humor, con el ceño fruncido y la mirada ensombrecida. Tal vez si el hombre se relajara más cuando estaba con el... Imposible. Desechó esa idea al instante. No iba a engañarse, el debía de ser calcado a su madre. El no tener ninguna foto ni recuerdo de ella le hacía difícil sacar conclusiones, pero su intuición le decía que así debía de ser. Su madre... Cuánta falta le había hecho durante esos casi veintidós años que estaba a punto de cumplir. Seo Joon le había contado que Bora murió dándole a luz. Las cosas se complicaron, perdió mucha sangre debido a los desgarros. La hemorragia la dejó seca, le había dicho sin pizca de tacto su padre. Kyungsook tardó un tiempo en descubrir el significado de la palabra hemorragia. Con cinco años ya había aprendido a leer perfectamente, así que tomó un diccionario y con sus manitas buscó por la H lo que eso quería decir. Cuando entendió que al nacer el su madre sangró tanto que nadie pudo detenerlo se echó a llorar desconsoladamente y la aflicción le duró meses. Se iba a sentir culpable durante toda su vida y si no era así su padre ya se encargaría de recordárselo. "Tú la mataste. Tú fuiste el culpable". Kyungsook ensombreció la mirada recordando las palabras que su padre había tenido más de una vez hacia el. Inspiró hondo.
—Serás mi padre y todo lo que quieras —susurró mirando fijamente al espejo, —pero eres un cabrón de los grandes. Tras la muerte de su madre, Seo Joon había quemado y eliminado cualquier fotografía, vídeo o imagen que pudiera recordar a su mujer. Ignorando y siendo indiferente a si su hijo alguna vez hubiese querido tener un recuerdo de ella. Por supuesto que el quería tener uno y no sólo uno, sino miles de recuerdos de la mujer que le dio a luz. Pero él se lo había privado, lo mismo que muchas otras cosas igual de importantes como el cariño, el amor y el calor de una familia. Aunque sólo fuesen dos. Jamás le había demostrado que lo apreciaba, jamás escuchó un te quiero, hijo. Si bien era cierto que no le faltaba de nada materialmente, tenía todo lo que quería. Trabajaba en la empresa de su padre como vínculo de relaciones externas. Tenía un muy buen sueldo con el que permitirse cualquier capricho sin necesidad de pedir nada a nadie. El se había pagado la universidad y también su coche, un BMW Z4 descapotable de color azul obscuro que lo tenía fascinado. Sabía hablar varios idiomas, como el japonés, inglés, ruso, chino y francés. Su padre tenía una empresa de materiales y productos para salas de operaciones y hospitales, así que necesitaba a alguien que pudiese comunicarse a nivel comercial con todo el mundo. Lo más novedoso, lo más nuevo, Seo Joon lo creaba y lo vendía. Tocaba desde instrumentación quirúrgica hasta fórmulas de nuevas vacunas. El era el encargado, mediante sus enlaces, de recibir y distribuir las sustancias y los aparatos. En el trabajo se dirigían la palabra lo justo. Por la mañana, en la empresa familiar y por la tarde en la universidad. Así era su vida desde hacía cinco años. Estaba escaso de vínculo afectivo en su casa, no le había quedado más remedio que aprender a vivir con ello y tejer esos vínculos fuera de las paredes de su hogar, desde bien pequeñito. En el colegio y en la universidad había hecho grandes amigos. Pero mantenía y mimaba a los de siempre, Miseok y Minho. Ellos eran sus dos pilares. Pilares no. Hermanos para el, mejor dicho. Se conocían desde la escuela, eran inseparables.
Y luego estaba su médico, Woobin, que desde hacía cinco años, tras la muerte de su anterior doctor, el señor Lee, llevaba el control a diario de su diabetes. Venía cada noche, controlaba su azúcar en la sangre y le suministraba insulina. El odiaba las agujas y su padre evitaba tener contacto íntimo con el, así que tenía a su médico particular que lo cuidaba, lo pinchaba y luego se iba. La intimidad que compartían en su habitación, mientras le hacía la revisión médica les había hecho trabar una buena amistad. La canción de Bruno mars empezó a sonar distrayéndolo de sus pensamientos. Se dio la vuelta dirigiéndose hacia el bolso Tous que había dejado colocado sobre la silla. Tomó el móvil exclusivo de Sansumg plareado y lo tomo al ver que ponía Miseok llamando. Le encantaban todas esas pijadas.
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Editado: 12.05.2023