Destinados a Encontrarnos.

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2017...

 

Lilian.

 

Seattle podía ser un lugar espléndido, acogedor, encantador y de vez en cuando lleno de vida; hasta el punto en el que resides varios años allí y el tráfico sigue siendo el mismo. Estaba atascada, con una interminable hilera de autos tanto en la parte delantera como en la trasera. Eso, y el estresante pitido de varios coches a la vez querían hacerme llorar. Odiaba llegar tarde al trabajo, y eso sin mencionar, el extraordinario humor que mi querido jefe lograba llevar todas las mañanas. Ni siquiera sabía cómo había conseguido el puesto para hacer las prácticas. Apenas avanzaba centímetros antes de quedar trabada nuevamente. Tenia que respirar, calmarme y maldecir en voz baja o recibiria interminables insultos que sí me pondrían como una magdalena.

Miré hacia los dos lados, en busca de algo entretenido o de ese estilo. Pero autopista era la misma, sin innovación y sin entretenimiento. Respiré hondo tantas veces como pude hasta que avancé unos centímetros más.

Un motorista pasó junto a mi venta con apenas espacio para avanzar, tenia un bigote largo y un corte exagerado. Por lo visto, se había dado cuenta que lo observaba. Su mirada se detuvo junto a la mía y una sonrisa a modo morbo se formó en su asquerosa boca.

—¿Se te ha perdido algo, hermosa? —soltó. 

Sonreí falsamente. Y pensé en una retahíla de frases sarcásticas e incluso groseras para contestarle. Sin embargo, ignoré su sádico comentario y miré hacia otro lado. Tenía que ser educada, decente y profesional. Eso era una tontería.

Observé nuevamente el móvil por décima quinta vez y los minutos parecían avanzar en modo caracol, pero aún así ya tenía veinte minutos de retraso. Busqué en mi agenda el número de Lauren y la llamé sin dudarlo mucho.

—¿Lilian? —contestó luego del segundo tono—. ¿Dónde estás? El Señor Collins todavía no llega pero, no dudo que ya esté por lo menos subiendo en el ascensor.

Gracias por tu motivación y tu esperanza, querida. De mucho me sirve.

—Estoy atascada. —mi tono fue seco, como siempre. No estaba de ánimos, jamás lo estaba. Al menos no como Lauren—. El tráfico está que pela.

Unos segundos de silencio inundaron la conversación. De seguro Lauren estaba pensando en algún plan o en una excusa, pero la necesitábamos enseguida.

—Desde luego necesitas tomar otras rutas.

Menudo comentario. Y no la culpaba, quizás eso era totalmente cierto, pero su tono sí que me enfadaba. Era como una lombriz drogada, bueno, exageraba, pero su estado de ánimo siempre era el mejor, hasta en los momentos tristes o agobiantes, como ahora.

—No me digas, Lauren. 

Iba a cortarle, un segundo más hablando con ella y juraba clavarme dos bolígrafos en los ojos y luego en los oídos. 

Lauren podía ser la mejor persona para conversar y subir los ánimos, era entretenida y sobre eficiente, pero hasta allí, jamás podrías eliminarle una sonrisa de su cara o cambiarle los ánimos, y ella no iba a permitir que estuvieras tristes o enfadado por mucho tiempo, quizás eso era bueno, o quizás eso era demasiado. Pero, en estos instantes solo quería llegar a la firma y trabajar para olvidarme de mucho.

—Tú haz lo que puedas, yo haré lo posible para entretener al Señor Collins. 

Allí estaba lo que necesitaba oír, esa era la Lauren que necesitaba en estos momentos. Tenia que calmarme y encontrar formas de llegar rápido. 

—Gracias, Lauren. —forcé una sonrisa tranquilizadora en mis labios que sabíaperfectamente que ella no vería, pero hasta yo necesitaba creermelo —. Te debo una.

Oí una risilla por el teléfono. 

—No tienes de qué preocuparte. Es mi trabajo. 

No, ésto no lo era. Pero no discutiria con ella.

—Bien. Te veo allá. 

Y corté.

Obervé detenidamente el teléfono y quise estrellarlo contra la ventana. Cinco minutos de charla con Lauren, que maravilla. El ruido de los autos al final del día de seguro me pasarían factura, no con algo fácil, no; si no con lo que más podía afectarme, un severo estallido en la cabeza.

Coloqué la radio en un volumen soportable y tarareaba cada canción que se reproducía, no eran actuales, ni lo suficientemente sonoras, por lo que agradecí en voz baja. 

Media hora después de pitidos, gritos abusivos y grotescos, y personas con ganas de pelear salí del embotellamiento que generaba espasmos y agonías. El edificio estaba a veinte minutos de mi piso y el tráfico había sido el colmo. Mi yo interna quería saltar de alegría cuando finalmente había salido del demonio convertido en tráfico, pero mis alegrías se iban al bote de basura cuando observaba la fina y larga aguja en mi bonito reloj de muñeca avanzar. Era un sentimiento de alegría e ira, no sabia si llorar o reír realmente, me acojonaba llegar tarde y no sólo a mí, también a mi jefe.

—Llega tarde, señorita Cole. —«No me digas». Quise contestarle.

Esas eran las maravillosas palabras que el portero habia tomado como bienvenida, podía gritarle palabrotas, pero no era mi deber, ni su trabajo era tampoco oírlas. Pero no necesitaba su comentario a estas alturas.

—Lo sé. —agregué sin emoción, para luego seguir caminando hasta llegar al elevador.

En lo que veía como los números iban en cuenta regresiva observé un par de veces mi móvil. Hoy no podía ser un peor día. Era la tercera vez que llegaba tarde desde hacía unos meses, tampoco tenía tantos, pero sí los suficientes como para saber que jugaba mi cabeza en estas prácticas. Al llegar, entre sin rechistar y tomé un par de bocanadas de aire. 

«¡Que el señor Collins no me vea!» repetía en mi mente como si de una oración se tratase. Un segundo antes de que las puertas se abrieran abroché mi blazer y alisé mi falda con las manos. Tenia que calmarme o iba a parar al psiquiatra siendo joven.

—¡Al fin llegas! —gritó Lauren.



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En el texto hay: drama amor, #amor, #peleas

Editado: 26.09.2020

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