Destinados a Encontrarnos.

3

 

Lilian.

 

Tres de la mañana y conciliar el sueño era muchísimo peor que tener hambre y no tener comida. La cabeza me dolía a tal punto que ninguna golpiza se comparaba a este dolor. El café precisamente no había surtido el efecto que para muchos funcionaba y la tv solo lograba agudizar el dolor intenso que desde pequeña me servía de compañia. 
La única solución era ir directamente a una clínica y esperar a que las drogas y los calmantes surtan un efecto tan efectivo como un milagro. Así es, ese era mi milagro. Sin embargo, no tenia las fuerzas suficientes como para levantarme, manejar y esperar a que el retorcido y agobiante tráfico cesen y me permitan llegar a la dichosa clínica antes de la migraña explote mi cabeza. 
Lo peor de todo es que no había podido probar bocado durante la noche y ya comenzaba a sentir náuseas sin tener nada que devolver. 

No quise pensarlo más y comencé a buscar entre mis sabanas mi teléfono. Necesitaba que alguien me llevara a la clínica pronto, me sentía fatal. Rebusque entre mis contactos el número de Alexia y me dispuse a pedirle que viniese a por mí y me llevase lo más rápido.

Coloqué el teléfono en altavoz y mientras contestaba me levanté en volandas y con un golpeteo peor en la cabeza hacia el baño.

«Maldita seas, Alexia.»

Nada. No había manera de que contestara.

Llegué casi casi arrastras hasta el baño y en lo que pude me miré en el espejo. Parecía un zombie sacado de The Walking Dead. Mis ojeras eran tres tonos más oscuras que las que ya mantenía normalmente. Mi cabello era un problema indecifrable y estaba de por sí ya pálida.

Marqué de nuevo su número y justo cuando iba a colocarlo en altavoz el mareo y las náuseas regresaron. Moví sin pensarlo dos veces la cara sobre el váter y en cuestión de segundos las arcadas protagonizaron el momento, una detrás de la otra. Quería devolver algo, mi estómago estaba dispuesto a sacarme lo último que tuviera en el fondo pero, precisamente ese el problema, no había ni un solo grano de comida para siquiera devolver, estaba en problemas. Más arcadas llegaron y cada vez me sentía más y más débil. Todo por algo que yo jamás había deseado

Realicé un par de gárgaras con el enjuague bucal y salí rápido del baño. 

«No podía depender de alguien.»

Cogí mi chaqueta negra y tomé un par de botas negras. No me importaba absolutamente nada salir en pijamas hacia la clínica, no por ahora. Metí mi celular en el bolsillo de la chaqueta y las llaves las mantuve en la mano. 

No esperaba encontrarme a nadie en el elevador a mediados de hora, al menos no a alguien normal... y así fue. 

Llegué a la puerta principal y el vigilante me dedico una sonrisa vergonzosa. No pensaba dedicarle palabras, estaba de muerte, así que sólo le devolví la sonrisa sin demasiado esfuerzo.

Al cruzar la entrada del edificio el gélido frio me puso la piel de gallina. El dolor en vez de reducirse era cada vez más intenso. Fue un acto reflejo pero mis manos se posaron en mi cabeza y me detuve un par de segundos antes de llegar a mi auto, cerré los ojos al instante y respiré profundo.

«Maldita sea la infancia que habia tenido.»

Abrí los ojos y terminé la ruta a mi auto. Coloqué la llave en el contacto y encendí la calefacción para luego recostarme sobre el volante. Las lágrimas comenzaron a desbordarse y crear un húmedo recorrido por mis mejillas.

¿Por qué la vida era así de dura?

Sentí más náuseas y abrí la puerta del coche. Bajé la cabeza tan rápido que las arcadas casi ganaban la carrera. Nada. Estaba vacía, no tenía nada en el estómago. Y eso, al parecer, mi organismo no lo comprendía.

Cerré de nuevo y metí el seguro. Pensé dos segundos más sobre si ir allí y hacer esto, pero no podia soportarlo más así que, salí del aparcamiento y a tientas arranqué de camino a la clínica. Las calles estaban desoladas, ni un solo vehículo, ni una sola persona. Qué más podía esperar siendo las tres y tanto de la mañana. Era Seattle, si, pero era domingo y también de madrugada. El dolor era de cierta forma tan intenso que la mayoría de las veces lograba extenderse lo suficiente como para tomar parte del rostro y por lo tanto uno de mis ojos, como lo era hoy. Era atroz, redundante y constante. Odiaba mi vida cada segundo que transcurría, odiaba este dolor que el pasado me había regalado, mayormente odiaba cada suspiro y cada inhalada de aire que tomaba prestado de este mundo. Jamás hubiese querido esto, jamás le agradecía a la vida por darme algo que yo nunca había deseado, y era eso, era el mundo el que me prestaba esta vida, esta miserable y maldita vida que a fin de cuentas en cualquier momento se me iba a ser arrebatada, o mejor dicho, que tendría que devolver.

Me detuve unos segundos más cuando una oleada intensa me azotó en la parte interna de mi ojo. Necesitaba llegar rápido o no me imaginaba lo que podría siquiera ocurrir al manejar en este estado. Aceleré un poco y sentí más náuseas junto con un nuevo mareo extraño. La decisión que estaba a punto de tomar posiblemente podía compararse con una idiotez o una locura, cualquiera de las dos le era vigente, pero estaba lo suficientemente mareada como para seguir manejando.

Respiré unas cuantas veces más y me preparé para un fuerte atisbo de dolor. Levantarme repentinamente o moverme de manera rápida en estos casos no era la mejor idea, así que ya sabia a lo que estaba por enfrentarme. Apagué el motor del auto y me infundí más en la chaqueta, fuera hacia un frio que pelaba. Me recogí el cabello de la manera más fácil y menos apretada posible y salí del auto.

«Menudo drama.» Pensé. 

En eso se basaba mi vida, en depresiones, frustraciones y un drama peor que el de una telenovela. A veces quería reírme de mi misma y burlarme de mi ridícula y patética vida, pero con ello tampoco resolvía mi evidente problema.



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En el texto hay: drama amor, #amor, #peleas

Editado: 26.09.2020

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