Lucifer, envuelto en un denso humo negro, avanzaba lentamente hacia la casa de Ruwi, una sombra ominosa que sembraba el terror en el aire. Cada paso que daba hacía que la atmósfera se volviera más densa y sofocante, el aire se espesaba con una sensación de desolación. José, con el rostro tenso y los ojos cerrados, percibió su presencia antes que nadie. Sentía cómo su corazón palpitaba con fuerza, como si el propio aire se hubiera vuelto más pesado.
— Papá, ¿qué pasa? —preguntó Ruwi, notando el sudor en la frente de su padre y la tensión en su postura.
— Él ha llegado —respondió José, abriendo los ojos con firmeza, como si el peso de la realidad lo hubiera alcanzado de golpe.
Un vórtice de humo negro rodeó la casa, arrastrando consigo la oscuridad. Con un giro rápido, la puerta se abrió de golpe, y frente a ellos apareció una figura angelical, de una belleza inquietante y aterradora. Con cuatro alas desplegadas, dos de ellas grandes, blancas y poderosas para volar, y las otras dos, pequeñas y oscuras, que envolvían sus piernas como una prisión divina. La criatura sonrió con una expresión que helaba el alma.
Ruwi, sus ojos llenos de determinación, se adelantó, desenvainando su espada y sosteniéndola con firmeza frente a su pecho. Una luz cegadora envolvió su cuerpo, y en un instante, una armadura angelical de un negro imponente, con líneas de luz blanca como trazos de energía, apareció sobre él. En su lado izquierdo, un símbolo de pez amarillo brillaba con una luz sagrada.
Daniel fue el siguiente. Su armadura era un cálido rojo y dorado, reflejando el poder de la pasión y la fuerza, con una cruz luminosa en su pecho. Rosenda se alzó con una armadura que destilaba una esencia etérea, una combinación de rosa y morado, decorada con un símbolo de ave en su lado derecho, y finalmente, Camila, con una armadura resplandeciente de dorado, rojo y blanco, marcada con un símbolo de cordero sagrado.
— ¿Quién es él? —preguntó Camila, su voz llena de incertidumbre y miedo, mirando al ser que se encontraba ante ellos.
El ángel se rió, una risa macabra que resonó en el aire con un tono inquietante.
— ¿No me reconocen? Soy el Querubín protector, Luzbel, Samael... ¡Soy Lucifer! —dijo, su voz desbordando una arrogancia feroz.
Daniel, Rosenda y Camila se miraron entre sí, el terror reflejado en sus ojos.
— No puede ser... —murmuró Camila, su voz quebrada.
— Eres Lucifer, la Estrella de la Mañana... —dijo Daniel, asombrado.
— Exacto. No soy un personaje de series o cuentos. Soy el Lucifer original, el rebelde expulsado del cielo, ahora destinado a gobernar la tierra —gritó Lucifer, una carcajada profunda saliendo de su pecho, como si disfrutara del caos que había creado.
— ¿No estabas arrepentido de tus acciones? —preguntó Rosenda, confundida, pero también con una chispa de esperanza.
Lucifer soltó una risa burlona, cargada de desprecio.
— Ja, ja, ja. ¿Arrepentido? No me hagan reír. Me rebelé por una razón, y nunca me he sentido más vivo que ahora —respondió, empuñando su espada negra, un símbolo de su desprecio hacia todo lo que consideraba débil.
En un rápido movimiento, Lucifer se lanzó hacia Ruwi, pero José, anticipándose a su ataque, se interpuso entre ellos, empujando a su hijo fuera de la trayectoria. Con un grito lleno de furia, Lucifer giró su espada hacia José, pero el choque de los metales resonó con una violencia brutal. El suelo tembló bajo ellos.
— ¿De verdad crees que puedes detenerme, viejo amigo? —se burló Lucifer, su sonrisa arrogante como un sello de la fatalidad.
José, con su espada en alto y la luz divina reflejándose en su armadura, se mantenía firme.
— No permitiré que lastimes a mi familia de nuevo —declaró José con una voz grave y decidida.
La batalla comenzó con una violencia abrumadora. Lucifer atacó con una velocidad inhumana, sus movimientos rápidos como sombras, y los choques de sus espadas hacían retumbar la tierra. Cada golpe de Lucifer parecía venir del mismo abismo, mientras José contraatacaba con precisión, su espada brillando con la luz de la fe.
Ruwi, sin vacilar, se lanzó al combate. Sus espadas se entrelazaron con las de Lucifer en un estallido de chispas, el sonido del metal resonando como una tormenta. El humo negro se arremolinaba a su alrededor, envolviéndolos en un caos apocalíptico.
— Tu padre siempre será mío, niño —rió Lucifer, empujando a Ruwi con una fuerza que lo hizo retroceder, pero no caer. Sin embargo, el golpe dejó su marca.
Ruwi se recompuso rápidamente, lanzando un ataque feroz, pero Lucifer, como una sombra, se desvaneció en el aire y apareció detrás de Camila. En un suspiro, la derribó antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo golpeando el suelo con un impacto ensordecedor.
— ¡Camila! —gritó Ruwi, viendo cómo su amiga caía al suelo, derrotada.
Rosenda y Daniel no dudaron en atacar. Flanquearon a Lucifer con determinación, sus espadas trazando líneas de luz en el aire. Pero Lucifer, como si fuera una entidad de la oscuridad misma, esquivaba sus ataques con facilidad, burlándose de su esfuerzo.
Con un solo golpe certero, Lucifer derribó a Rosenda, y cuando Daniel intentó intervenir, fue detenido por un golpe brutal que lo dejó inmovilizado en el suelo. La lucha parecía cada vez más desigual.
José, al ver a sus amigos caer, se lanzó hacia Lucifer con toda la furia de su ser.
— ¡No te dejaré ganar! —gritó José, su voz temblando con la fuerza de su desesperación.
Lucifer lo capturó con una velocidad mortal, sus manos rodeando el cuello de José con una fuerza imparable.
— Patético, siempre has sido débil —susurró Lucifer, su sonrisa llena de veneno.
Con un giro brutal, Lucifer atravesó el pecho de José con su espada oscura, lanzándolo al suelo como si fuera una muñeca rota. La risa de Lucifer llenaba el aire, un sonido aterrador.
— ¡Papá...! —lloró Ruwi, las lágrimas cayendo con furia mientras su mundo se desmoronaba ante él.
Editado: 11.05.2025