Al día siguiente, sentí una voz que me decía:
— Cloe, despierta ya, si no, se te va a hacer tarde para ir al polideportivo.
No podía abrir los ojos de lo cansada que estaba.
— Cloe, hija, ¡levántate!
— Sí, mamá, ya me levanto.
Me levanté como pude y fui al baño. Necesitaba una ducha para estar al 100%. Bajé al comedor; mamá ya me había dejado preparado el desayuno mientras ella se arreglaba en el baño de invitados. Nunca la veía salir sin arreglarse el cabello y ponerse maquillaje.
Me llevó al poli y me pidió que la llamara para avisarle la hora del partido, ya que eran varios grupos y tal vez hoy podría venir a verme.
Entré al lugar y me di cuenta de que había olvidado ponerme mi súper coleta. — Quién me mandaba a ser tan olvidadiza y tener el cabello tan largo, llegando por debajo de las caderas. Me reuní con las chicas y la profesora. Pregunté si alguien tenía una coleta para prestarme; todas dijeron que no. Era obvio: todas llevaban el cabello corto o por la nuca, y yo era la única desubicada con melena de Pocahontas.
— Uy, ahora sí que estoy en problemas.
— Espera —dijo la profesora—, podemos comprarte una.
— Sí, pero ¿dónde? No hay nada cerca.
— Ya sé —dijo Jimena, una de las jugadoras—. Tengo una remera, podemos romperla y hacer un moño.
— Si no queda otra —añadió la profesora.
Jimena sacó su remera negra del bolso. Me daba pena que tuviera que rasgarla por mí.
— Me apena que rompas tu remera.
— No es nada, Cloe. Te necesitamos en el equipo. Una remera se puede volver a comprar, pero este interprovincial es una oportunidad única.
Su argumento era válido. Después de varios intentos, una de las chicas logró improvisar una especie de redecilla para mi cabello abundante, aunque quedó un poco abultado. No era ideal, pero funcionaba.
Había hablado con mamá que me olvidé mi redecilla en casa y que en 20 minutos nosotras empezaríamos a jugar y no me iba a dar tiempo de ir a buscarla o de ella traerme. Cuando terminamos de hablar; de manera inconsciente empecé a buscar aquel hombre argel entre la muchedumbre, cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo supuse que algo me estaba pasando.
— ¿Puede ser que me sienta interesada en él? — Me empecé a reír y para mis adentro decía, debo estar loca.
Beatriz me llamó y dejé de pensar en esa idea absurda.
— Cloe, necesito que te concentres, te noté un poco ida después de terminar esa llamada, ¿está todo bien? ¿Tienes algún problema?
— No, Bea, me quedé mirando a la gente porque pensé que vi a un amigo que conocí en una excursión con mamá el año pasado. — Mentí, porque no podía decirle la verdad de lo que realmente estaba buscando.
— Bueno, Cloe, me estabas asustando. Te empecé a notar rara después del primer partido.
— No, amiga, estoy súper comprometida con este campeonato. No sé si te diste cuenta que ayer me enojé con el arbitro.
— Con Xavier.
— Sí, con ese.
— Ay, amiga me sacó de las casillas, eso que cobró realmente fue su error. Está bien que soy astuta para hacerles perder el balón a las contrincantes, pero esta vez, lo prometo por mi mamá que me porté bien. Me dejó como una infractora. — Hago una mueca de enojo.
— Cloe, no es para tanto, lo importante es que ganamos.
— ¿Quieres que te cuente un chismecito?
La miré a Beatriz y de manera espontánea y con cara de pocos amigos le pregunté qué escuchó.
— Bueno, yo fui hasta el vestuario y escuché unas voces, era la que arbitra con el Papurri, la tal Amara diciéndole a la profe Sara sobre por qué te había sacado de la cancha Xavier. Según lo que escuché es porque te descubrió que le pegaste a propósito en la mano a la rival y que fuiste tan sutil que pasó desapercibido, pero no para él, y no te iba a dejar pasar por más buena que seas jugando.
Primero me contó con sus palabras y luego me citó textual las palabras de Amara. Si había algo que le gustaba a Bea era el chisme y tenía una capacidad de memorizar cada palabra, era una erudita, lo tengo que reconocer. No podía contra eso, era su pasión.
Le dijo: “Créeme que fue condescendiente con tu jugadora, la chica alta, porque la verdad, que desde la última vez que lo vi arbitrando no deja pasar una. Y la hubiese expulsado por eso.”
Mi cara estaba tratando de no perder la cordura, pero traté de fingir que no me importaba mucho.
— Bea, tampoco era para tanto, lo que pasa es que yo no le caigo bien.
Le pregunté más tranquila, como si fuera que no me importaba. ¿Crees que piensa que soy buena?
— Yo creo que sí, porque decía que Xavier estaba sorprendido con algunos talentos del grupo.
— Ah, qué raro que a ese tipo alguien le parezca digno de decir que hay talentos en el equipo
— Eso le dijo Amara a la profe, que le llamaba la atención porque es muy detallista y no le gustan las imperfecciones.
— ¡Ay, por favor, Bea! — Me empecé a reír. — Ese hombre no mira ni al costado de sus hombros.
En ese mismo instante que decía eso, la cara de Bea, parecía petrificada y solo movía los ojos de manera rara. Pero no me importó porque quería sacarme el veneno que tenía adentro como para preguntarle qué le pasaba. Me seguía haciendo señas que claramente me pasaron desapercibida. Hasta que sentí una voz que me dijo: