Destino

Capítulo 6: Quimera adolescente

Como era de costumbre, Bea fue a dormir a casa y mamá nos preparó su sopa de puchero para que retomemos fuerzas. Nosotros queríamos comer pizza, pero sabíamos que los buenos deportistas comen alimentos reales y, muy de vez en cuando, infringen su dieta. En la cena, mamá me dijo que el viernes y martes estaría acompañándome. Eso me puso feliz porque al final me sentía un poco sola sin ella en la cancha.

Terminamos de comer, y Bea no se aguantó. Así, sin más, cuando llegamos a la pieza, me preguntó sin rodeos:

—Cloe, ¿qué pasa entre vos y el Papurri?

—¡Eh…! —Le dije sin saber qué contestar.

—Ay, amiga, no te hagas la tonta.

—Bea, ¿eres o te haces?

—A mí no me mientas. ¿No te parece extraño todos los sucesos que viviste en estos dos días desde que lo conociste? Y lo último que pasó en el baño, de ir a llevarte una pastilla para el estómago. Lo sé porque la escuché a la profe Sara pedirle que te lleve algo porque estabas descompuesta. A este Papurri le gustas. Qué envidia, porque es súper guapo, encima madurito como recetan los doctores.

Le tiré una almohada por la cara y le dije:

—Bea, ¿qué te pasa? Si tanto te gusta, ¿por qué no vas a declararle tu amor?

—Yo no le gusto ni me registra a mí, pero a vos sí te da artículo. Al final, sabes que es un ser humano y tiene sentimientos —hacía corazones con las manos.

—Ay, Bea, me parece que te afectó la adrenalina del campeonato. Podría ser mi papá —fui un poco exagerada.

Beatriz se reía a carcajadas y me miraba con una cara.

—Bueno, como un hermano mayor. Me retracté.

—Es que está re fuerte —hacía suspiros—. Si estuviera en tu lugar, trataría de acercarme y ver hasta dónde es su interés.

Me quedo mirándola pasmada.

—Es un señor, tiene diez años más que nosotras.

—Reconoce que está como quiere. ¿O eres ciega?

—Claro que no soy ciega, pero la verdad, no me gustan mayores.

—Ay, Cloe, qué mentirosa. Nunca saliste con nadie para decir que te gustan de algún rango de edad.

—La verdad es que no estoy interesada en nadie. Juan Pablo hace rato que anda detrás de mí, pero no me interesa como hombre, sino como amigo. No se le puede mandar al corazón.

—Pero ¿qué pasaría en el caso hipotético de que Xavier tenga algún tipo de interés y te lo demuestre?

—No me lo imagino. Pero eso no va a pasar en la realidad.

—Pero supongamos nomás. Soñemos un poco, si no hace daño.

—Bea, eres una romántica empedernida —esta mujer me hace reír, siempre sale con cada cosa.

—Déjame, amiga, ser libre. La imaginación es una fuente poderosa que puede hacer que los deseos se vuelvan realidad. Mi historia de amor va a ser así, salida de un cuento. Ya vas a ver.

—Bueno, si fuera ese el caso y él me manifestara sus sentimientos, no sabría cómo reaccionar o qué decir. Porque, encima que tengo cero experiencias con el sexo opuesto, imaginarme que un hombre hecho y derecho, que podría ser mi hermano —refuerzo la idea—, se fije en mí, siendo que debe haber muchas mujeres que se deben morir por él: atlético, con dinero, profesional y empresario… La verdad, tendría miedo. —La cara de Beatriz no podía creer el relato que hice del supuesto hombre que, según mis enfáticas palabras, lo detestaba.

—Amiga, ¿eres consciente de todas las cosas que me dijiste?

—Mmm, creo que sí. ¿Por qué?

—Estás dudando. Porque, supongamos que se hace realidad, literalmente estarías evaluando la posibilidad de que te corteje.

Las palabras de mi amiga me empezaron a causar un golpeteo en el medio del pecho. ¡Actúa con normalidad!, me decía a mí misma, si no me iba a cargar con él de por vida.

—No, Bea, esa es tu interpretación.

—Pero reconoces que es lindo, ¿o no?

—Sacando lo detestable que es, sí, creo que es lindo, más cuando sonríe.

—Ajá, ¿y eso dónde pasó? Porque, por lo que yo sé, siempre está serio.

—Eh, fue cuando me llevó el analgésico para el dolor estomacal.

—Y… cuenta, cuenta, ¿por qué sonrió?

—Porque cuando me dio el medicamento, yo le di gracias y atiné a caminar. No quería que nadie nos viera a solas; la gente es muy habladora. Y justo cuando aceleré el paso, él se puso al lado mío y me salió del alma decirle: “¿Necesita algo más, sargento Kourt?”. Se empezó a reír y no entendía por qué, y me dijo que era porque de todos los sobrenombres que le habían puesto, ese era acorde a su personalidad.

—Ay, amiga, esto es una señal del destino —la loca se puso a saltar de la emoción y a levantar la voz.

—¡Chsss!, Bea, mamá puede escuchar y malinterpretar.

—Bueno, bueno, ¿pero piensas que ella no lo aceptaría?

—No sé, yo aún soy joven. Creo que a ella le asustaría porque me lleva diez años. No creo que sea un santo, por más que se muestre pulcro. Tendrá sus muertitos en el placar. No creo que esté muy de acuerdo.




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