Destino

Capítulo 8: Último esfuerzo

El martes había llegado en un abrir y cerrar de ojos. Nos tocaba jugar a las cinco de la tarde. El lugar todavía no estaba lleno debido a que la profesora Sara nos citó una hora antes con el fin de precalentar y darnos uno de esos sermones que solo ella podía dar.

Mientras esperaba que llegara Bea y las chicas, mi mamá me acompañaba. Su presencia en el partido me alegraba porque casi nunca participaba en ninguno de los acontecimientos en los que yo debía estar. Quizás ella no entendía lo importante que era tenerla conmigo.

—Hija, ¿en qué lugar puedo quedarme ahora, cuando empieza el juego? Así grabo y saco un par de fotos.
—Me parece que detrás de nosotras podrías estar, porque en ese lugar va a estar la directora y los padres de las chicas. Espérame que averigüe.
—Sí, te espero.
—Profe, quiero saber si mi mamá puede quedarse detrás de nosotras.
—Sí, Cloe, sin problemas, pero dile que ya tome asiento porque después se llena el lugar.
—Sí, le digo. Gracias. —Corrí hacia donde estaba mamá y le indiqué dónde debía ponerse. Me dio un abrazo y su bendición. Luego, la profesora me llamó para hablar con el equipo.

—Chicas, ante todo quiero que sepan que son mi orgullo. —Los halagos de la profesora le levantaban el ego a cualquiera. — Ustedes hoy tienen que brillar. Estamos dentro de las favoritas para pasar a la última ronda. Lo sé por Xavier Kourt, que es uno de los organizadores y árbitro del certamen.

Otra vez este tipo. Hasta en la sopa escuchaba hablar de él, si no era por Bea, por la profesora o por las chicas que se morían por él. Por un momento me había ensimismado en lo que decía Sara. Al retomar la conversación, seguía motivándonos a continuar como hasta el momento, sin dejar nada sin resolver. Nos pidió que todo lo habláramos si algo no salía bien dentro de la cancha. Todas asentimos con la cabeza, y al terminar su sermón nos mandó a precalentar.

La hora se acercaba y los nervios se nos ponían de punta porque sabíamos que esta etapa era decisiva para nosotras, así como también para nuestras contrincantes. Nos llamaron a los equipos por el altavoz para que entráramos a la cancha. Nos saludamos con Catamarca, y cada una tomó un lugar de acuerdo con el azar de la moneda que determinaba quién sacaba primero o elegía el lado de la cancha.

Como capitana, pasé al frente. La jugadora nueve tenía cara de pocos amigos, como si quisiera comerme con la mirada.

—Catamarca, ¿qué eliges? —dijo el árbitro, uno que hasta el momento no conocía. La verdad, el otro que estaba tampoco lo habíamos tenido en la cancha, y eso me daba más tranquilidad, porque Xavier me ponía los pelos de punta.
—Empezar con el juego. —Nosotras nos acomodamos en la cancha. El silbato sonó y el juego empezó.

Durante los primeros diez minutos, las de Catamarca nos habían tomado la delantera con tres tantos. En un momento, la profesora pidió tiempo para hablar con nosotras y decirnos en qué debíamos mejorar. Al estar afuera, ella tenía una mejor visión de lo que pasaba.

Cuando entramos a la cancha, nuestra situación había mejorado: terminamos el primer tiempo con una diferencia de diez a ocho. Durante el descanso, mientras tomábamos agua, me pareció ver a Xavier a unos veinte metros de nosotras, pero no alcancé a seguirlo con la mirada por la gran cantidad de gente en el lugar. Mientras seguía observando, Bea me estiró del brazo y me dijo:

—Cloe, mira quién está aquí. —Me di media vuelta y allí estaba él, hablando con Sara. No disimulaba, y me miraba con descaro. En mi mente decía: ¿Cómo se atreve a hacer contacto visual conmigo?

—Cloe, el Papurri no te saca la mirada de encima.
—Sí, ya me doy cuenta. —No bajaba la mirada, pero mi cara era de pocos amigos. En cambio, él tenía un aspecto entre serio y burlón. En un momento, antes de terminar de hablar con Sara, me guiñó un ojo y sonrió. Luego, desapareció entre la gente.

—Amiga, el Papurri está enamorado.
—¡Bea, deja de decir esas cosas! No me pongas más nerviosa de lo que estoy. Mejor vamos al baño antes de que empiece el partido.
—Sí. —Su cara era un poema. Cuando quería, era fastidiosa.

Después de unos minutos, volvimos a la cancha con todas las directivas de la profesora. La cosa se empezó a dificultar porque Jimena había cometido faltas, y cada dos por tres la sacaban de la cancha. Sara tuvo que reemplazarla y guardarla para el siguiente partido, si es que pasábamos, claro estaba. Ingresó Paula; no era tan buena, pero el nivel de acelere de la otra jugadora obligó a tomar una decisión crucial a diez minutos de terminar. En handball, las cosas podían revertirse de manera abismal por la gran capacidad de dinamismo de los jugadores. No podíamos perder tiempo ni jugadoras.

Estábamos llegando al final, y Selena fue golpeada por una oponente cerca de la línea de defensa de Catamarca. Si ella no acertaba, nosotras íbamos a tener que ir a un tiempo complementario. Gracias a Dios, los nervios no le afectaron para dar en el ángulo de abajo, lo que nos dio el pase a la final.

En el lugar se escuchaba la batucada que había contratado la directora. Los papelitos volaban de un lado a otro. Nos abrazamos y realizamos nuestro sello distintivo: unir nuestras manos y gritar con algarabía: “¡Hay equipo!”.

Saludamos al grupo perdedor, a los árbitros y, antes de que fuéramos a celebrar con nuestras familias, la profesora nos pidió encarecidamente que descansáramos hasta el viernes para no tener desgaste físico. Cualquier agotamiento podría repercutir en nuestro rendimiento académico, y estábamos a un paso de la premiación.




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