Destino

Capítulo 11: La fiesta

Al día siguiente, me levanté temprano. Me sentía muy cansada, ya que en toda la noche no pude dormir pensando en lo que quería hacer Juan Pablo, la relación de tuteo entre él y Xavier, y en las cosas que dijo ese energúmeno de mí: que era una niña y que lo único que me importaba era el deporte y jugar con muñecas. ¿Qué le pasaba para decir algo así? Puede que sea inmadura, pero su nivel de ironía no tiene límites.

Mientras me peinaba, seguía dándole vueltas al asunto, hasta que se me ocurrió algo: iba a demostrarle que de niña no tenía nada. Me iba a arreglar para esa fiesta, iba a ser la más sexy, y tendría que comerse todas sus palabras. “El que ríe último, ríe mejor”, pensé. No iba a permitir que siguiera encasillándome en algo que no era así.

De pronto, me puse a buscar mi redecilla, pero no la encontraba. Revisé en mi mochila, pero tampoco estaba. Recordé que ayer me la había quitado porque me dolía el cuero cabelludo y la había dejado en la mesita, al lado del vaso de agua.

—¡Ay, no! Si Xavier miró la mesa, pudo haber visto la gomita —dije en voz alta mientras comenzaba a sentir taquicardia—. Cloe, tranquilízate, tampoco es tan detallista. No habrá visto nada. No puedes ser tan paranoica. Mejor me visto porque enseguida va a venir Bea.

—Hola, Cloe.
—Hola, Bea.

Nos encontramos afuera de mi casa y, juntas, fuimos a buscar su ropa. Antes de salir, le pedí a mamá que me diera dinero para comprarme algo para la fiesta. Se puso contenta, porque yo no solía arreglarme mucho, pero sabía que quería lucirme en ese evento especial: el festejo de los dos grandes equipos.

Beatriz propuso ir a Loma Negra, una tienda con vestidos divinos. Le dije que sí, porque quería algo que resaltara mis curvas.

—¿Desde cuándo estás tan interesada en vestirte así? —preguntó Bea.
—Siempre hay una primera vez. Además, el evento lo amerita, ya que debemos ingresar las damas con vestido y los hombres con esmoquin.
—Sí, tienes razón.

Bea se probó cinco vestidos. Todo le quedaba lindo, pero no lograba decidirse.

—Voy a mirar un vestido para mí, Bea.
—Bueno, amiga, pero antes dime cuál me queda mejor.
—El celeste es mi favorito. Combina con tus ojos y, además, te estiliza.
—Voy a seguir pensando. Enseguida me cambio y te busco en la tienda.
—Sí, búscame.
—¡Sí, sí!

Recorrí la gran galería de la tienda. Había muchísimos vestidos de gala, todos hermosos, aunque los precios eran elevados. Sin embargo, mamá me había dicho que me comprara el que más me gustara.

Me encantaron dos vestidos: uno negro, un clásico, y otro verde, cuyo diseño era un sueño. Llamé a la joven que nos atendía y le pedí probarlos. Con una sonrisa, me guió al probador.

El vestido negro tenía un escote recto, unas mangas finas con bolados que caían sobre los brazos. Era largo, hasta debajo de los tobillos.

—Cloe, ¿dónde estás?
—Estoy aquí.

Salí con el vestido y Bea me miró con admiración.

—¿Qué te parece?
—Es precioso.
—Espera, voy a probarme el otro.
—Te espero.

El otro vestido, de color verde, tenía un escote en V profundo, que terminaba unos diez centímetros antes del ombligo, y mangas largas, perfecto para el otoño. También era largo, hasta los tobillos, y con un tajo en la pierna izquierda. Cuando salí del probador, Bea exclamó:

—¡Amiga, guau! Este vestido te queda sorprendente.
—Gracias. A mí también me gusta. Este es mi vestido.
—Sí, todos se van a quedar embobados contigo.
—Lo dices porque me quieres.
—Cloe, eres muy linda. Tienes todo para ser una modelo, y lo sabes. A más de uno le has robado suspiros.

Ya tenía los zapatos, unos negros de taco aguja con la punta dorada que me habían regalado en mi cumpleaños. Iba a medir como dos metros, pero no me importaba. Quería estar hermosa para la fiesta de esta noche.

—Mmm, ¿por qué se me hace que alguien te gusta? —insinuó Bea.
—Nada que ver.
—Vamos, Cloe, no me puedes engañar. Desde que apareció el Papurri, estás cambiada.

Mi rostro se iluminó al oír eso. La verdadera razón de querer estar tan arreglada era demostrarle a Xavier que no era una niña, que cualquier persona podría fijarse en mí... incluso él. Me quedé pensativa.

—¡Llamando a Cloe desde la tierra!
—Te escuché.
—No parece. Todo lo relacionado a ese hombre te trastorna, amiga. No quieres darte cuenta de que te gusta.
—No, nada que ver. Me voy a sacar el vestido y vamos a comprar los accesorios.
—Ja, ja, ja. Después me darás la razón.
—En tus sueños, Bea.

La noche llegó. Fui a la manicurista, me maquillé y me puse el vestido. Completé el conjunto con una pulsera dorada, un bolso de mano del mismo color que los zapatos y un fino collar con cristales que caía hasta el final del escote. Mi cabello, peinado con ondas suaves, estaba recogido parcialmente, dejando el resto suelto.

—¡Guau, hija! Estás preciosa. Pareces una mujer adulta.
—Gracias, mamá. Ese comentario elevó mi autoestima.

Enseguida llegó Bea con Santi.

—Hija, por favor, llámame si necesitas algo. Y no tomes mucho.
—Mamá, sabes que yo no tomo.
—Cualquier cosa, avísame.
—Recuerda que me voy a quedar en lo de Bea. La fiesta que a dos cuadras de su casa.
—Lo sé.
—Te quiero, hijita.
—Yo también. Chau.
—Chau.




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