Tocaron la bocina, y supe que ya me estaban esperando los chicos. Cuando llegué al auto, Santi me miró con una expresión de admiración. Era comprensible, nunca me había vestido así y arreglado tanto.
—Hola, Cloe.
—Hola, Santi.
Desde la parte trasera, Bea gritaba emocionada, diciéndome lo hermosa que estaba y preguntando si iba a conquistar a alguien. Mi cara empezó a ponerse colorada, pero como era de noche, no se notaba.
—Amiga, claro que no. La invitación decía de gala. Ustedes también están hermosos. Deberíamos juntarnos con personas adineradas para ir a estas fiestas de alta élite.
Santi arrancó el auto, puso música, y Bea, eufórica, no podía disimular su emoción. Para ella también era la primera vez en una de estas fiestas glamorosas.
Mi corazón comenzó a latir más rápido cuando salí del auto. Sabía que en cualquier momento iba a cruzármelo y estaba ansiosa por ver su reacción al verme.
—Vamos —dijo Santi.
Lo agarré del brazo, al igual que a mi amiga. En la entrada nos pidieron las tarjetas de invitación. El evento incluía a toda la escuela y a otras participantes para disfrutar de un momento de dispersión.
El lugar era antiguo; se notaba por las puertas del frente. Siempre habíamos querido conocerlo por dentro, pero no cualquiera tenía acceso. En el pasillo colgaban unas arañas de cristal traídas de Francia, un regalo del pretendiente de la hija del señor Gianini, hace más de ochenta años. Santi, amante de las historias de casas antiguas, nos relataba estos detalles. Bea y yo quedamos maravilladas con los cuadros, los muebles de estilo, y las pinturas conservadas en la pared, protegidas por cristales. Tenían unas luces especiales que resaltaban la hermosura de esas pinceladas.
Al entrar al gran salón, nos sorprendió el techo decorado con imágenes de hombres y mujeres en una fiesta. La música no era muy fuerte; el ambiente era agradable. Había mucha gente en el pasillo, el patio y la antesala.
Nos encontramos con las chicas de handball, todas más lindas que nunca, y con algunos compañeros. En el grupo estaba Juan Pablo, que me miraba boquiabierto, sin disimular ni un poco. Entonces recordé aquella pequeña charla entre él y Xavier.
—Ay, no —murmuré.
Tenía que ir al baño para pensar. Me había enfocado tanto en taparle la boca a Kourt que olvidé el pequeño detalle: en la fiesta, Juan Pablo planeaba pedirme que fuera su novia. Justo en ese momento, se acercó y me susurró al oído:
—Estás hermosa.
—Gracias —respondí.
—Cloe, necesito que hablemos.
Ahora sí, tenía que huir.
—Más tarde, porque tengo que ir al baño.
—Bueno, pero no te olvides. Es importante.
Le hice un gesto con la cabeza y me fui. Bea quiso acompañarme, pero justo un chico la invitó a bailar.
—Tranquila, anda a bailar. Ya vuelvo.
Salí del salón, y mientras caminaba hacia el baño, vi entrar a Xavier por la puerta principal. Este es mi momento de lucirme y hacerme notar, pensé. Veremos cómo reacciona. Y sí, al instante noté que me miraba fijamente. ¡Bingo!
Obviamente no pensaba saludarlo, sino pasar cerca de él. Pero, cuando lo hice, una mano tomó mi brazo, deteniéndome en seco.
—Buenas noches, Cloe —dijo Kourt, pronunciando mi nombre con formalidad.
—Buenas noches… Disculpe, no lo vi.
—Yo creo que sí me viste, pero no tenías intención de saludarme.
Su tono era seguro, y me pareció que mi plan estaba funcionando. Una sonrisa leve se dibujó en mis labios. Cloe uno, Xavier cero.
No sé por qué, pero su presencia hizo que mis manos comenzaran a sudar. Su mirada seductora era algo que no había notado antes. Estaba vestido con un esmoquin negro que le quedaba perfecto.
—No, jamás haría algo así.
—Mmm, creo que no estás siendo sincera, pero por esta vez te lo voy a dejar pasar. Es una noche para divertirse.
Me reí nerviosamente.
—No se confunda. Y, si me disculpa, debo ir al baño a… retocarme la nariz.
¡Qué estúpida! ¿Cómo le digo eso? Pensé que debería dejar de mirar tantas películas.
Antes de soltarme el brazo, se acercó a mi oído y dijo:
—Más tarde seguimos hablando.
Su perfume y el susurro en mi oído me provocaron un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.
—No creo… —titubeé—. Voy a pasar tiempo con mis amigos.
Xavier sonrió ligeramente.
—Hasta luego, señorita.
—Hasta luego, señor Kourt.
Traté de mantener la compostura, pero no dejé de mirarlo a los ojos ni un segundo. Definitivamente, estaba en problemas. Bea tenía razón: me gustaba el Papurri.
Me alejé de él y fui directo al baño. Era hermoso, parecía más una sala de estar que un simple baño. Había sillones y una estantería antigua llena de toallas y sales aromáticas. La mesada de mármol brillaba bajo la tenue luz, y la grifería dorada completaba el ambiente elegante.