Los días pasaron sin noticias de Xavier. La verdad, me hizo bien tomar distancia del asunto. No sabía cómo iba a sobrellevar mis sentimientos al tenerlo cara a cara. De solo pensarlo, me daban escalofríos. Sabía que esta tregua no iba a durar mucho, porque el amistoso con Paraguay estaba cerca y él iba a estar ahí.
Tenía que ser valiente y enfrentarlo. Seguramente iba a cuestionarme por mi huida de la fiesta, o al menos eso quería creer. También debía prepararme para cualquier cosa que ocurriera, incluso que me evitara. Solo imaginarlo me ponía triste. Aprendí lo que eran los sentimientos encontrados, algo que no le desearía a nadie. Si tuviera que describirlo, diría que es como estar atrapada entre dos emociones y no saber hacia dónde ir.
—Hija.
—Sí, mamá.
—¿Puedo saber qué te pasa?
—¿Eh? —le dije—. ¿A qué te referís?
—Desde que llegaste el domingo a la mañana te noto rara. Es como si algo te preocupara, no sé.
—Mamá... me gusta alguien, pero creo que no soy correspondida.
Ella me miró sorprendida.
—Mi corazón, no digas eso. ¿Ya hablaste con el muchacho?
—Digamos que sí... pero no. La charla quedó inconclusa. Desde la fiesta no cruzamos palabra.
—Ya veo. Mira, hija, es normal sentirse así cuando no se sinceran. Eso lleva a que cada uno saque conclusiones inconclusas sobre el tema. Quizás lo mejor sería que, por ahora, te concentres en cosas más importantes. Pero si hablan, asegurate de que sea algo claro y honesto.
Su tono era tranquilizador, aunque algo en su mirada parecía medir mis palabras con cuidado. La abracé y le agradecí, aunque el nudo en mi estómago seguía ahí. No me animé a decirle quién era, temiendo que su calma se transformara si lo supiera.
Al día siguiente, recibimos un mensaje de la profe Sara en el grupo:
"Chicas, espero que hayan descansado estos días, pero nuevamente las tengo que citar para que empecemos a entrenar porque llega el amistoso con Paraguay. Esta vez será el sábado y el domingo para no interferir con sus actividades escolares. El horario será de 14:00 a 18:00 los dos días, en el polideportivo. El juego será el lunes siguiente a las 19:00, en el mismo lugar de entrenamiento. Desde ya, les agradezco por su responsabilidad. Las espero."
Ese mensaje era una señal: el acercamiento con Xavier estaba cerca. En ese último partido lo iba a ver. Después, él tenía compromisos en Paraguay, según la información que Bea había buscado en su página oficial. Bea se había vuelto una detective de sus movimientos. A veces me mandaba imágenes de lo que él posteaba en sus redes sociales, siempre con descripciones un tanto... obscenas.
Se pasaba Beatriz. Me hacía poner colorada con sus comentarios. No podía negar que Xavier era hermoso, fuera de lo convencional: una belleza excéntrica, quizás por sus rasgos árabes, su piel, sus labios carnosos y ese porte de deportista. Algo en mi estómago revoloteaba con solo pensar en él. ¿Qué haría si me besara o me abrazara?
—Cloe, calmate —me decía a mí misma mientras miraba sus fotos.
Necesitaba prepararme. Tenía que armar un libreto con posibles preguntas y respuestas para no actuar como una tonta cuando estuviéramos cara a cara.
El sábado llegó, y estaba casi lista. Solo faltaba mi redecilla. Por un momento pensé que Xavier podría tenerla, pero enseguida deseché la idea. Busqué unas gomitas en una cajita para improvisar un peinado y entrenar sin problemas. Cuando terminara el entrenamiento, iría a comprarme otra en la mercería de siempre, en el centro.
Santi pasó a buscarme con Juan Pablo, y luego fuimos por Bea y dos chicas más. Nos dirigimos al polideportivo. Mientras bajábamos del auto y me colgaba la mochila al hombro, nos cruzamos con la profe que llegaba en su moto con su hija. "Pobre criatura", pensé. "Desde chica ya le inculca su pasión por el deporte".
De repente, Bea me codeó.
—¡Ouch, Bea! ¿Qué te pasa?
—Amiga, tengo información fresca —me susurró—. Quédate tranquila, el ¨Papurri no va a aparecer en el entrenamiento. Vi en su red social que está en un evento en Catamarca, a diez horas de acá.
Su información me alivió un poco. Tenía miedo de que apareciera de la nada, ya que todavía no sabía cómo actuar frente a él después de salir corriendo de la fiesta.
—Gracias, Bea. eres la mejor detective. —Le di un abrazo fuerte.
—Lo sé, amiga.
—Vamos a entrar —dijo la profe Sara.
Una vez dentro del poli, nos habilitaron un vestuario diferente al de la última vez. Aproveché que faltaba media hora para el entrenamiento y fui a ver si encontraba mi redecilla en el vestuario anterior.
Una vez dentro del poli, nos habilitaron un vestuario diferente al de la otra vez. Como todavía faltaba media hora para que empezara el entrenamiento, decidí ir a buscar mi redecilla. Me sorprendió que la puerta estuviera abierta, así que ingresé.
Miré en la mesita, pero no había nada. Dejé mi mochila y me dirigí al baño, donde me había encerrado ese día cuando entraron Juan Pablo y Xavier. Tampoco encontré nada. Me dije que probablemente la habrían tirado, porque no era algo de valor y quien hubiera hecho la limpieza no le habría dado importancia. Decidí salir del lugar, pero al abrir la puerta lo vi a Juan Pablo parado justo allí.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, un poco sorprendida.
—Quería que hablemos un rato. Desde la fiesta que no lo hacemos, y no respondiste ninguno de mis mensajes.
—¿Qué te parece si lo hacemos después?
—No, quiero que sea ahora, y qué mejor momento que este, que estamos solos y lejos del grupo.