Destino

Capítulo 15: Distancia

Cuando llegué a casa, recibí un mensaje de un número desconocido. Supuse que podría ser Xavier. Efectivamente, era él. Miré el mensaje sin abrirlo y decía:

“Hola, Cloe, soy Xavier Kourt. Quería saber cómo estás de la herida en tu labio.”

Terminé de bañarme, agarré el celular y le contesté. Sabía que el encuentro entre nosotros era inminente.

—Hola. Estoy mejor. En el entrenamiento me sangró un par de veces.
—Tienes que ponerte algún medicamento si tienes en casa, puede que se te hinche.
—Sí, me puse.
—Cloe, hoy me dijiste que no dé más vueltas. ¿Mañana podemos hablar?

Eso me pareció muy directo de su parte.

—Mañana tengo entrenamiento. ¿Podría ser después del partido con Paraguay?
—Bueno, esperaré.
—Por cierto, gracias por lo de hoy. Si no hubieses llegado, creo que Juan Pablo se iba a sobrepasar.
—Ya hablé con él. No te va a molestar más.
—Gracias.
—Cuídate y descansa.

—Chau —atiné a despedirme a secas.

Me sudaban las manos y el corazón se aceleraba con cada latido. En un momento, sentí que las mejillas se volvían rosadas. Solo pensar que el lunes, después del partido, nos íbamos a ver a solas me daba miedo. No sabía qué iba a pasar. ¿Cómo podía alguien llegar a mi vida y revolucionarla por completo?

El domingo a la madrugada vi que Bea me había escrito muchos mensajes preguntándome por lo sucedido con Juan Pablo, pero no tenía ganas de responderle. Lo haría hoy, en el entrenamiento de la tarde.

Cuando llegué al polideportivo, vi a Xavier en la entrada. Me saludó a secas; supongo que era porque había otras personas y no quería que se dieran cuenta. Sin embargo, al correr las horas, noté que me buscaba con la mirada. Yo intentaba disimular, pero me costaba no mirarlo. Sabía que él corría con ventaja: la edad y la experiencia.

Cuando terminamos de entrenar, la profesora me llamó aparte.

—Cloe, te veo muy distraída. Necesito que te concentres. ¿Estás con algún problema?
—No, profe, solo el cansancio y el estrés de estos días. Ha sido algo nuevo para mí.

En mi mente una voz decía: Mentirosa, vas a arder en el infierno; no podía decirle la verdad. Y si llegara a saber que me gustaba alguien que ella conocía, podría generar un caos.

—Te entiendo. Esto fue algo impactante para todos. Después de muchos años de intentarlo, se nos dio la posibilidad de salir primeras, y eso conlleva una mayor presión.
—Sí, profe. Verá que mañana lunes doy todo de mí. Ella me abrazó y me dijo que estaba orgullosa de mí.

—Anda a tu casa y descansa, campeona. Nos vemos mañana.
—Gracias por sus palabras. La quiero mucho, profe.
—Yo también te aprecio, mi niña.

En la puerta me esperaba Bea. Le había dicho que necesitaba hablar con urgencia porque la situación me superaba. Sabía que podría darme algunos consejos para manejar la conversación con Xavier después del partido.

—Amiga, me tuviste en ascuas más de 24 horas. No te importó que me muriera de curiosidad —reclamó, levantando cada vez más la voz.
—Bea, tranquila. Necesito que te calmes.

Intenté hablar bajito porque no quería que Xavier, si andaba cerca, nos escuchara. Solo la idea me hacía poner colorada.

—Cuando lleguemos a casa te cuento.
—Bueno, pero con todos los detalles. Y por dejarme en espera me vas a tener que recompensar con algo fresco para tomar y esas galletitas que hace tu mamá.
—Ajá. Vámonos ya.

En casa le preparé agua helada con menta, limón, jengibre y las galletitas de coco con chips de cacao al 80 %. A mí ya me cansaba comer siempre lo mismo, pero mamá decía que para tener un cuerpo sano había que consumir alimentos reales.

—Bueno, Bea, aquí está todo.
—Ahora cuéntame todo y no des vueltas.

Esas palabras me pusieron nerviosa. No sabía cómo empezar a contarle algo que yo misma no sabía cómo manejar.

—Dale, Cloe.
—Ya voy, estoy buscando las palabras exactas. —Ella me miraba como si quisiera arrancarme una confesión a toda costa.

—Amiga, no me asustes.
—El sábado fui a buscar mi redecilla. Al no encontrarla, vi a Juan Pablo en la puerta del vestuario. Me declaró su amor, pero yo le dije que solo lo veía como un amigo. Eso lo molestó, y me quiso besar a la fuerza.

Mientras hablaba, veía cómo Bea me escuchaba sin probar bocado de su galletita favorita. Su expresión era un poema.

—Ese bastardo malnacido. ¿Cómo se atrevió a hacer eso? ¿Por qué no dijiste nada? —estalló Bea.

La interrumpí.

—Amiga, te dije que me escuches primero y después me digas lo que piensas. Prosigo, entonces… Apareció Kourt. Cuando estábamos forcejeando con Juan Pablo, él me lastimó el labio. Fue producto de un golpe que recibí mientras Xavier trataba de separarnos. La cuestión es que, después, me quedé a solas con él… Le di mi número porque me dijo que teníamos que hablar. Quería que fuera el domingo, pero insistí en que nos veamos después del amistoso con Paraguay. Eso es todo.

—¡Amiga! ¿Cómo no me contaste nada antes? En cuanto a Juan Pablo, debes tener cuidado y decirle a tu mamá lo sucedido. Podría tomar represalias. Y en cuanto al Papurri… Se comportó como un hombre —dijo Bea, con una sonrisa de oreja a oreja.




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