El domingo, Xavier me había mandado un mensaje que decidí no abrir. Solo leí la notificación que apareció en la pantalla del celular: me decía que me esperaba el lunes a las siete de la tarde en la entrada del parque Ávalos. Como no respondí, al día siguiente volvió a escribirme:
"Buenos días. ¿Me confirmas si vas a ir hoy? Si no, ya no tendré un motivo para volver a escribirte y nuestra charla pendiente de la fiesta quedará inconclusa. Si decides contestarme. Si no respondes, entenderé que es un no. Saludos."
El mensaje era cortante. Me sorprendió y, al leerlo, me puse tan nerviosa que, sin querer, lo abrí.
—¡No, no! ¿Qué hice? —grité, tirando el celular en la cama y llevándome las manos a la cabeza. Ahora no tenía escapatoria; debía contestarle. Los dedos me temblaban cuando escribí:
"Hola, Xavier. Sí, estaré allí."
No quería parecer cobarde. La culpa era mía por haberle dicho que fuera directo al punto; sin darme cuenta, había cavado mi propia fosa. Ahora debía hacerme responsable de mis actos.
Él respondió con un "Ok" acompañado de un emoji 😌 (cara de alivio). No tuve mucho tiempo para pensar en qué decirle.
Horas después, mi celular sonó. Sabía que era Bea porque tenía un tono de llamada especial.
—Amiga, ¿cómo estás? — Me preguntó Bea, muy animada.
—Hola, estoy cansada por el partido. Después de esto necesito vacaciones de handball.
—Sí, yo también. Hoy fue agotador. Pero no te llamaba por eso, sino por lo del Papurri. ¿Qué decisión tomaste?
—Decidí ir. Tengo que terminar con esto. Me está afectando emocionalmente.
—El amor, el amor... —dijo con una risita. Su entusiasmo era evidente—. Me cuentas luego cómo te fue. Sabes que voy a estar ansiosa esperando todos los detalles.
—Lo sé. Te contaré, pero prefiero ir a tu casa para que hablemos.
—Sí, te espero después que se veas con él.
Llegada la tarde, estaba lista. Llevaba un jean azul oscuro, zapatillas negras, una polera amarilla patito, ajustada al cuerpo y una campera negra. El clima era agradable, pero refrescaba al caer la tarde.
Me pinté las pestañas, me puse gloss en los labios y me peiné, haciendo unas ondas en mi cabello para llevarlo suelto. Como tenía poca cantidad, era fácil de manejar.
Antes de salir de casa, le avisé a mamá que iba a pasear con Bea y que cualquier cosa me escribiera. No podía decirle que iba a encontrarme con Xavier; probablemente no me habría dejado ir. Ya era momento de resolver esto por mi cuenta.
Cuando estaba cerca del parque, mi corazón comenzó a latir a mil por hora, igual que en el baile.
A lo lejos lo vi: llevaba una campera de cuero marrón, pantalón beige de jersey, camisa blanca, zapatos marrones y un bolso pequeño haciendo juego con su vestimenta. Su cabello estaba peinado con gel. Era realmente agradable a la vista. Desde lejos levantó la mano para saludarme, y yo hice lo mismo.
Al llegar, me saludó.
—Hola, Cloe.
—Hola —respondí, a secas.
—¿Cómo has estado? —preguntó, mirándome fijamente.
—Bien. Traté de descansar un poco. El campeonato me dejó exhausta —respondí, suspirando. Él sonrió levemente.
—Sí, la presión y el desgaste tardan unos días en desaparecer.
—Creo que sí.
—Me dijeron que hoy no jugaste como en el campeonato.
—La verdad que no —admití. Antes de que pudiera decir algo más, hizo una seña para que camináramos. Asentí con la cabeza.
—¿Y tú, ¿cómo estás? — Le pregunté mientras caminábamos.
—Bien —respondió. Luego agregó—: Pensé que no ibas a venir.
—¿Por qué dices eso?
—Porque no contestaste el domingo.
Sonreí, y él me preguntó por qué lo hacía.
—Es que tu mensaje de hoy me pareció tan cortante, así como eres tú.
—Perdón —dijo con una leve sonrisa.
—Es que sí, de un extremo pasas a otro. Eres una persona difícil de descifrar.
Él se rio a carcajadas. Era la segunda vez que lo veía así, y era hermoso verlo reír.
Llegamos a un banco debajo de un sauce llorón, a metros de una laguna artificial donde las personas podían pasear en bote.
—¿Nos sentamos?
—Sí —respondí.
Sacó de su bolso un termo y dos vasos descartables. Me ofreció té, y acepté. El clima fresco ameritaba algo caliente.
Nos quedamos en silencio mientras tomábamos la infusión. Mi incomodidad crecía; no sabía qué pasaría. Los latidos de mi corazón eran cada vez más intensos, hasta que él rompió el silencio.
—Cloe, el otro día quedó pendiente una conversación entre tú y yo. Quiero que hablemos y aclaremos algunas cosas. No te encontré esa noche en la fiesta después de mi charla con el Señor Rolando.
— Lo que pasa es que me tuve que ir porque Bea estaba pasada de copas y no podía mantenerse en pie. — ¡Ay, Dios mío, ¡qué mentirosa! Pero no podía quedar en evidencia delante de él.
— ¿Segura?
— ¿Por qué… debería mentirte? — Lo dije con duda.
— No sé, creo que te asustó mi acercamiento esa noche.
— Me tomó por sorpresa, pero te había dicho que seguiríamos con la conversación. De igual forma, hoy estoy aquí.
— Es verdad — asintió con la cabeza. — Ahora te pido que me escuches. Si no te sientes preparada, tienes el derecho de levantarte e irte en cualquier momento. ¿Entiendes?
— Sí — respondí, mientras intentaba calmar mis nervios. Quería saber qué tenía para decirme, aunque por dentro me moría de miedo. No pude mirarlo a la cara; sus ojos me intimidaban.
— ¿Podrías no bajar la mirada? Quiero que me mires.
— Está bien. — Sentí cómo mis mejillas se tornaban rojas de inmediato. Tomé un sorbo de té mientras él parecía prepararse para hablar.