Al día siguiente, la alarma del celular sonó como una explosión en mis oídos. Intenté apagarla, pero no estaba en la mesita de luz. La localicé en el escritorio de estudio de Bea. Me levanté tambaleándome, todavía envuelta en el sopor del sueño, y miré la pantalla: 6:15 a.m.
—Bea, levántate, que se nos va a hacer tarde.
—Cloe, déjame dormir. Estoy muerta.
Me dirigí al baño sin esperar respuesta. Me lavé la cara, los dientes, me peiné y regresé al cuarto para buscar mi uniforme en el armario de Bea, siempre dejaba una de repuesto en su casa.
—Bea, no seas dormilona, nos van a echar de la escuela. En el campeonato nos justificaron las faltas, pero ahora no tenemos excusas.
—Te juro que quiero abrir los ojos, pero no colaboran.
Incluso medio dormida, hacía chistes.
—Eso te pasa por chismosa. Anoche te dije que dejáramos de hablar de Xavier, pero tú insististe tanto que acabamos durmiendo a las cuatro de la mañana. Y sabíamos que teníamos clases al día siguiente.
—Ya me levanto... —respondió con un susurro que apenas se entendía.
Eran las siete y cuarenta y aún no salíamos. Sentía cómo la desesperación me subía por el pecho; odio llegar tarde. Bea era igual que yo en ese sentido, pero esta vez su cuerpo parecía rendido. La señora Carayani, su mamá, nos llevó a la escuela. Habló con la preceptora y puso como excusa que el auto se había descompuesto para evitar problemas.
En el recreo las chicas del Ciclo Básico nos pedían fotos, lo cual me parecía exagerado, pero no podía negar que era nuestro momento. En medio del revuelo, distinguí a Juan Pablo, Santi y Jorge acercándose. Mi estómago se contrajo. No quería saber nada con Juan Pablo después del incidente en el vestuario. A mi mente venía las imágenes de la propuesta y el forcejeo para besarme a la fuerza. El muy sínico venía hacia mí.
—Cloe, necesito hablar contigo —dijo Juan Pablo, acercándose demasiado.
—Ni lo sueñes.
—No te pido que hablemos a solas. Los chicos pueden quedarse.
—¿No entiendes que no quiero hablar contigo? Después de lo que hiciste, sé perfectamente qué clase de persona eres.
Bajé la voz. No quería que la gente alrededor escuchara. Bea, que estaba sacándose fotos, nos observaba de reojo. Parecía que quería intervenir, pero las chicas no la dejaban.
—Cloe, aunque Xavier me amenazó con cortarme en cuadraditos si me acercaba a ti, tengo la leve sospecha que mi primo está interesado en ti.
—No sé de qué hablas, Juan Pablo. — Dijo primo, me quedé pensando unos instantes en aquella charla que tuvieron cerca de la oficina del señor Coronel, con razón se tuteaban. Él me seguía hablando del tema.
—Oh, vamos. Nunca lo había visto tan fuera de sí como aquel día.
—¿Qué esperabas? Intentaste forzarme en el vestuario. Quisiste besarme sin mi consentimiento y te aprovechaste de que estaba sola. Agradezco que Xavier llegara cuando lo hizo, porque no sé qué habría pasado. Y agradece que no te denuncié, porque de lo contrario estarías fuera de la escuela por acoso.
—¿Así que me estás amenazando?
—Sí. Te estoy dejando claro que, si vuelves a intentarlo, no me temblará el pulso para denunciarte.
Él me miró con una sonrisa burlona que me hizo temblar.
—Eso lo veremos. Yo solo quería aclarar las cosas. Y sigo pensando en mi hipótesis: ¿qué diría tu mamá si supiera que un hombre mayor está interesado en ti?
—No te metas en mi vida. — Le dije forma cortante, pero en voz baja.
Se marchó con una actitud despreocupada, pero algo en su expresión me inquietó. ¿Sabía algo que yo ignoraba? ¿Le habría contado Xavier algo?
—Cloe, ¿qué pasa con Juan Pablo? —preguntó Bea, que finalmente logró acercarse.
—Dijo que cree que Xavier está interesado en mí y quería hablar, pero no pienso perder tiempo con él después de lo que me hizo.
—Amiga, tienes que contarle a Xavier y a tu mamá. Esto me huele mal.
—Lo sé, pero ahora mejor vamos a clases.
El resto de la mañana fue un tormento. Mi mente estaba en cualquier lugar menos en las explicaciones de la profesora. Necesitaba actuar antes de que algo peor sucediera. Sabía que las personas despechadas podían ser peligrosas, y los últimos acontecimientos solo reforzaban mi teoría.
Esa tarde debía hablar con mi mamá. No sería fácil, porque seguramente pensaría que no confiaba en ella, pero ya no podía seguir ocultando lo que pasaba.
De pronto, mi celular vibró. Era un mensaje.
—“Hola, Cloe. ¿Cómo has amanecido?” —Era Xavier.
—Buenos días. Bien. ¿Y tú?
—“Bien, pero aún sigo esperando tu respuesta”.
Sus palabras me dejaron helada. Antes de que pudiera responderle, la profesora me llamó la atención. Guardé el celular, sintiendo que una tormenta se avecinaba.