Destino

Capítulo 23: Él y yo

Al día siguiente, me levanté de un salto de la cama por el sonido del despertador de mi celular. Tenía los ojos hinchados y, por lo visto, ya estaba sola en casa. Fui al baño a darme una ducha y a prepararme para ir a la escuela. Cuando salí, miré mi teléfono: tenía dos mensajes, uno de Xavier preguntándome cómo había amanecido y un testamento de Bea. Moví la cabeza ligeramente, decidiendo contestarle cuando la viera en la escuela.

Bajé a desayunar y, mientras lo hacía, me dieron ganas de llorar. Sin embargo, sabía que debía reprimir mis sentimientos porque no habría maquillaje capaz de tapar la hinchazón de mis ojos.

Rápidamente, preparé mi mochila y me dirigí a la escuela con mis lentes negros. Al llegar, escuché que Bea me gritaba para que la esperara.

—Hola, Cloe. ¿Qué haces con esos lentes?
—Hola, Bea. —Los bajé, y ella observó mi rostro. La sonrisa se le borró de inmediato.
—Ay, amiga, ¿qué te pasó? No me digas que el Papurri te rechazó y por eso no me contestaste ayer. ¡Y yo que ya te iba a reclamar! —Bea no paraba de hablar, mientras yo todavía intentaba procesar todo lo ocurrido anoche.
—Por favor, haz silencio. Más tarde te contaré, ahora no es el momento.

Ambas entramos al aula y nos sentamos una vez que se izó la bandera. Durante la clase de Lengua, mientras la profesora explicaba, no podía dejar de pensar en quién podría haber sido capaz de seguirme ayer y enviarle las fotos a mi mamá. De repente, vi a Juan Pablo pasar al frente para explicar las partes de un informe y cómo lo había llevado a cabo. Dejé de prestarle atención.

Obviamente, yo tenía el periodo de gracia por el campeonato, así que en ese momento no me importaba nada relacionado con la escuela. Una voz en mi mente me decía: «Tuvo que ser él». Recordé que antes me había dicho: “¿Qué pensaría tu mamá de que un hombre grande te esté asediando?”.

Esperé el recreo más largo para hablar con Bea y contarle, de forma resumida, lo que había pasado con mi mamá. Le pedí que averiguara si Juan Pablo estaba detrás de todo esto. Después me acordé de contestarle a Xavier. Cuando le mandé el primer mensaje, me preguntó si podía llamarme. Le dije que sí. Lo único que alcancé a decirle fue que quería verlo para hablar sobre la charla con mi madre. Sonó el timbre para volver a clase, así que acordamos vernos esa tarde. Le oculté detalles porque no quería preocuparlo; era necesario hablar cara a cara. Todavía no sabía cómo haría para verlo, pero ese encuentro iba a ocurrir de alguna manera.

Más tarde, con la ayuda de la mamá de Bea, logré salir de casa. Esperaba no ser descubierta. La situación era apremiante, pero como ya había tomado una decisión, iba a seguir adelante, incluso si iba en contra de los preceptos de mi progenitora.

Nos encontramos con Xavier en la esquina de la casa de Bea. Subí a su auto y, desde allí, nos fuimos. Le pedí que no fuéramos al parque porque necesitaba hablar con él.

—Hola, Cloe. —Su mirada me producía escalofríos. ¿Cómo podía cambiar mi estado de ánimo tan rápido?
—Hola, Xavier.
—¿Cómo estás?
—No muy bien. Ya sabes que ayer discutí con mi mamá por lo nuestro. Se enteró de la peor manera: le llegaron fotos nuestras en el parque. —Paró el auto al costado de un descampado. La noticia lo tomó por sorpresa.
—¿Sabes quién se las envió? —Lo dijo con seriedad mientras terminaba de estacionar.
—Tengo sospechas de que fue Juan Pablo, pero como anteriormente mi mamá habló con sus padres por lo que me hizo en el vestuario, podría ser alguien más.
—Sabía que esto iba a pasar, Cloe. De cualquier manera, tu mamá no lo habría tomado bien. Soy consciente de mi posición como adulto. Ella debe tener miedo de que te lastime.

Solo lo escuchaba, notando su desánimo.

—Para mí tampoco es fácil. Hoy tuve que pedirle a la mamá de Bea que mintiera para poder verte.
—¡¿Por qué has mentido?! Eso no está bien. —Se llevó las manos a la cabeza y dejó de mirarme.
—No tenía otra manera de verte. Mi madre me tiene prohibido cualquier tipo de vínculo contigo. Dice que estoy encaprichada y cree que esto se me pasará con el tiempo. —Mi nerviosismo crecía. Todo se estaba complicando demasiado.
—Mira, Cloe, las cosas no se arreglan mintiendo. —Me miró fijamente.

Lo único que atiné a hacer fue acariciar su rostro. Él tomó mi mano, besándome en la palma y luego en la muñeca. Fue tan delicado que me estremecí. Una nueva sensación recorrió mi cuerpo.

—¿Qué vamos a hacer?

El silencio reinó unos instantes antes de que él continuara.

—Necesito hablar con tu madre y explicarle.
—Ustedes ya se conocieron cuando fuiste a presentar el descargo por lo sucedido en el polideportivo. Ella estaba contenta, pero esto es diferente.
—Lo sé, pero debemos solucionar este tema. Quiero estar contigo.

Su rostro se acercó al mío. Comenzó a recorrer con la mirada cada parte de mi cara. Mi corazón latía a mil. Cerré los ojos, esperando aquello que anhelaba, pero al no sentir nada, los abrí nuevamente. Él me miraba con una gran sonrisa.

—¿Qué pasa? —Le pregunté, tratando de parecer lo más normal posible.
—Creo que estabas esperando algo.
—¿Yo?
—Sí, tú. Te veías tan tierna. —Empezó a reír, y yo me encendí de enojo.
—Quiero volver a lo de Bea. —Le dije.
—No es para que te enojes, Cloe. Solo quería despejarnos de todo esto que está pasando.
—Parece que te quieres reír de mí.
—No, solo que eres muy tierna. Tu inocencia es agradable de apreciar.




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