Una vez que Xavier me dejó en la puerta de la casa de Bea, me despedí de él hasta nuestro próximo encuentro. Pero antes de separarnos, bajó del auto, me abrazó y luego me dio otro beso. Esta vez solo apoyó sus labios contra los míos.
Yo hubiese querido compartir más tiempo, pero las circunstancias no lo permitían. Apresurar las cosas haría que esta relación no llegara a buen puerto.
Entré a la casa de Bea, quien me había dado una llave. Sabía que el interrogatorio de mi amiga iba a durar horas, pero no me importaba; podría pasarme toda la noche hablando de él.
Bea me esperaba con su madre en la cocina. Cuando me vieron entrar, las saludé a ambas.
—Señora Carayani, buenas noches.
—Buenas noches, Cloe. Tu madre ha llamado dos veces para saber si estabas en casa. Quiero avisarte que no me voy a prestar nuevamente para cubrirte. Debes solucionar esta situación pronto.
—Sí, señora, cuanto antes estará solucionado.
Me miró con una cara de tristeza, y parecía que quería llorar. Mi sonrisa se borró en el instante. No podía osar preguntarle qué le sucedía.
—Eso espero. —Me tocó la mejilla y se fue.
—Cloe, ven —dijo Bea.
Me acerqué a ella y, antes de contarle lo que pasó, le pregunté por qué estaba triste su mamá.
—¿Por qué crees que ella se prestó a esto, Cloe? —La miré desconcertada.
—No sé —dije dubitativa.
—Pues hoy te vas a enterar. Mi mamá, cuando tenía nuestra edad, se iba a casar con un muchacho en secreto porque mis abuelos no lo querían. Ellos preferían a otro pretendiente, mejor posicionado, con quien creían que estaría mejor. Esa persona es mi papá. Mamá jamás superó lo de ese joven. Con decirte que hace no mucho encontré unas alianzas con dos iniciales: una era la de ella y la otra no coincidía con la de mi padre. Así que decidí preguntarle. Me contó esta historia de amor truncada. Para mí fue un balde de agua fría, pero después de varias conversaciones, pudimos entendernos.
Me quedé anonadada con el relato. Empecé a pensar en la tristeza que aún cargaba la mamá de Bea. Más allá de que el señor Carayani era bueno, por lo visto eso no alcanzaba para reemplazar al amor verdadero. No quise indagar en el tema, ya que mi amiga no me dio pie para preguntar.
—Cloe, ahora quiero que me cuentes cómo te fue con el Papurri. Eso es música para mis oídos. —Me sonrojé.
—Bien —atiné a decirle.
—No, no. Cuéntame. Sabes que necesito la información con lujo de detalles. También tengo algo que contarte.
Empecé el relato, contándole sobre el supuesto sospechoso de las fotos, y traté de esquivar las escenas de los besos porque me daba un poco de vergüenza. Pero ella, ni lerda ni perezosa, me sacó la conversación.
—Cloe, ¿qué tal estuvieron los besos?
—Eh… bien.
—¿Solo bien? Porque no creo que ese hombre te haya dado un beso casto.
Mi cara empezó a ponerse como un tomate.
—Por tu rojez, pienso que pasó algo más. —Se empezó a reír.
—No seas mala. Hay cosas que no se cuentan.
—Sí, es verdad, pero no te olvides que gracias a mí lo pudiste ver.
—Tienes razón.
Esta vez, nos hemos besado más tiempo y he sentido un escalofrío que me recorría todo el cuerpo. No quería dejar de sentirlo, hasta que, de golpe, Xavier se apartó de mí. Vi que le costaba respirar, y a mí me produjo enojo su alejamiento.
—Excitado, querrás decir. —Sus palabras me dejaron con un montón de preguntas.
—¿Eh? ¿Cómo vas a decir eso, Bea?
—Amiga, los hombres no son como nosotras. Ellos son muy sensibles, por no decirte otra cosa.
—¿Xavier, excitado?
—Sí, eres hermosa. Cualquier hombre se excitaría contigo. ¿Cómo me gustaría estar en la mente de Xavier para saber qué piensa? ¿No te da curiosidad?
—Tienes la mente sucia, Bea. —Me empecé a reír.
—No, Cloe, es biología básica. Fuimos creados para reproducirnos. Aparte, hoy me dijiste que no querías dejar de besarlo.
—Es verdad, y cuando dejó de hacerlo, de manera instintiva lo agarré del cuello para seguir besándolo. —Me ruboricé.
—¡Ajá! Tú también te excitaste. Si no, no hubieras reaccionado de esa forma.
—Estás exagerando.
—No. Ya vas a ver en los siguientes encuentros. —Su mirada era pícara.
—Bueno, cambiemos de tema. ¿Qué era lo que debías contarme?
—Amiga, yo creo que una mujer está detrás de esto.
—¿Quién?
—Estuve averiguando quién podría estar interesada en truncar lo de ustedes y resulta que Amara aparece en mi hipótesis.
—¿Por qué?
—Estuve hablando con unas chicas que asistieron a la fiesta. Una me contó que te vio bailando con Xavier, y Amara se acercó a ustedes. La notó inquieta y molesta. Después, él te dejó en medio de la pista y se fue con ella.
Otras dijeron que los vieron discutiendo. Al parecer, Amara le reclamaba a Xavier.
—¿Qué le reclamaba? —Me quedé intrigada.
—Dicen que no escucharon porque la música estaba fuerte, y solamente veían sus gestos. "Parecía una pelea de pareja."
Esas palabras me hicieron enfurecer. Ya no escuchaba lo que me decía Bea. Me quedé ensimismada en mis pensamientos.
—Cloe, Cloe. —Me tocó el brazo.
—¡¿Qué?! —Le contesté en un tono alto.
—Uf, tranquila. No soy el enemigo.
—Perdona, es que…
—Te pusiste celosa.
—No, solo que me molesta la actitud de esa mujer.
—Son celos, amiga. —Me dijo en un tono dulce y me acarició el cabello.
—No —dije indignada.
—Bueno, ¿qué serían las historias de amor sin conflictos? Es el condimento esencial. —Sonrió.