Destino

Capítulo 25: Sinsabor

Durante la semana no había recibido noticias de Xavier, ni siquiera un mensaje. Traté de aferrarme a la idea de que estaba con mucho trabajo y pronto volvería. Eso me daba un vestigio de felicidad, pero por dentro una voz me decía que algo estaba mal, que él no volvería. Solo de pensarlo, me embargaba una dolorosa tristeza. Había momentos en que mis sentimientos eran tan ambiguos que no sabía qué creer, y sentía que esta agonía era lenta, dolorosa y mortal.

Los meses siguieron pasando. Había terminado la secundaria y él no aparecía. A veces lo recordaba; otras, mis pensamientos eran envueltos por el inconsciente para no sufrir. Un mecanismo poderoso para calmar la angustia.

Recuerdo haber hablado con Ignacio, pero jamás me explicó la desaparición abrupta de Xavier. Era un interrogante en mi alma, uno que quizás nunca sería respondido. A mi mente venían sus palabras: "Esto estará solucionado de alguna manera". ¡Mentira!, retrucaba a esos pensamientos.

Después de la recepción de egresados, nos fuimos con las chicas de handball a Brasil porque también nos habían dado pasajes para que disfrutemos de aquel lugar, lo cual nos llegó semanas después del evento. Durante mi estadía paradisíaca, traté de divertirme, pero seguía triste de alguna manera; en otras palabras, incompleta.

Bea trató de averiguar algo sobre Xavier, pero él había cerrado sus redes sociales y su número había sido dado de baja. Ella fue un gran sostén para mí: me acompañó en cada lágrima que derramé y en mis largos días de insomnio, algunas veces de manera presencial y otras por teléfono. No podía entender cómo el corazón podía doler tanto.

El siguiente año llegó, y sabía que debía enfocarme en mis estudios. Ahora estaba estudiando Kinesiología en la universidad. Mi admisión fue aceptada entre los primeros lugares, y canalicé mis energías en la academia durante el verano y el cursillo de la carrera.

Pasaron cuatro años desde que egresé de la secundaria. En ese tiempo, las propuestas amorosas llovían, pero nadie cautivaba mi atención. Quizás porque no quería volver a sentir lo que había pasado siendo adolescente. Si bien el tiempo transcurrió y hoy, a mis 23 años, aún quedaban vestigios de ese fallido amor.

Bea estaba de novia con un chico de la marina. Se veían cada tanto y esperaban pronto casarse con una boda de ensueño. Me alegraba verla tan bien. Ella siguió la carrera de Profesorado de Educación Física y ya estaba ejerciendo. A mí aún me faltaban materias para recibirme, pero luego seguiría con la especialidad en Kinesiología Deportiva.

Hoy volví a casa después de un semestre. La universidad quedaba a 80 kilómetros de donde vivía, así que fue necesario alquilar un lugar hasta que me recibiera. Luego continuaría con clases virtuales y otras presenciales, según la necesidad del espacio curricular. Lo que me ponía feliz era volver a mis pagos.

—Hija, ¡qué alegría verte! —Mamá me abrazó como si no hubiera un mañana.

—Hola, mamá. Gracias por venir a buscarme.

—Te extrañé demasiado. —El abrazo se hizo eterno.

—Yo también te extrañé.

—Vamos, que quiero llevarte a comer a tu lugar favorito.

—Vamos entonces.

Mientras íbamos en el auto, sentía como si hubieran pasado años desde mi última visita. Empecé a mentalizarme en descansar para retomar fuerzas.

Cuando volvimos a casa, mamá me dijo que desempacara mis cosas y que me esperaría abajo para cenar, tomaríamos un té con galletitas que ella misma había preparado, ya que los viajes me sacaban el apetito. Era de noche y aún estábamos en invierno, así que ameritaba tomar algo caliente.

—Ya estoy —le dije. Me senté en la silla del comedor. Ella me sirvió el té con las galletitas y comenzamos a hablar.

—Durante la cena me contaste que te ha ido muy bien en tus estudios, pero nada más.

—No entiendo, ¿a qué te refieres?

—Bueno... —Parecía incómoda, pero de golpe me lo dijo—. ¿Estás saliendo con alguien?

La miré fijamente. Desde la secundaria nunca más habíamos tocado el tema después de lo que pasó con Xavier. Siempre fingía que estaba bien, pero por dentro era un mapa deshecho. No quería tener esa conversación. El tiempo pasa, pero hay cosas que aún siguen vivas.

—No. —Se lo dije a secas, mientras seguía tomando mi té.

—¿No te parece que ya es hora de que pienses en, por lo menos, tener un compañero?

Mi cara se transformó, y saqué todo lo que tenía adentro, la mugre que guardé por años.

—Hace un tiempo lo quise hacer, pero no me dejaste. ¿Te acuerdas? —Se lo dije con ironía.

—¿Lo dices por ese joven? Que, por cierto, era muy mayor para ti.

—Sí, lo digo por él. Sabes, hasta hoy en día no sé por qué dejó de hablarme y desapareció, como si nunca hubiera existido. Jamás te lo conté, pero sufrí mucho tiempo en silencio. —Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, y la voz se me entrecortaba.

—Hija... —Le pedí que me escuchara porque era tiempo de decirle todo lo que sentía.

—Quiero que me escuches, porque tengo un nudo de reproches por lo que hiciste cuando era adolescente. Según tú, yo estaba encaprichada con Xavier y dijiste que se me iba a pasar. ¿Sabes qué? —No podía seguir hablando. Me largué a llorar amargamente. Solo alcancé a decirle—: No se me pasa. —Ella se acercó a mí y me abrazó.




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