Había preparado mis cosas porque Bea estaba por llegar. Me llevaría a pasar parte del día al parque donde solíamos ir con Xavier. De alguna forma, su recuerdo seguía persiguiéndome. Escuché el timbre de casa y fui a abrir.
—Hola, Cloe.
—Hola, Bea. —Nos dimos un fuerte abrazo.
—¡Qué bueno tenerte aquí otra vez!
—Gracias, amiga.
—Vamos, que el día está especial para un pícnic.
Nos subimos a su auto y partimos hacia el parque. Durante el camino, Bea no me preguntó nada. Ya la conocía, sabía que querría hacerlo apenas bajáramos del vehículo. Era pésima para manejar y, si le daba un cóctel de información, probablemente perdería el rumbo. Hasta el día de hoy no entiendo cómo le dieron la licencia de conducir. Hay cosas que los años no cambian, sino que se acentúan. Una leve sonrisa se posó en mis labios.
Al llegar al parque, nos acomodamos debajo de un sauce llorón. Había una suave brisa, y las ramas, que casi tocaban el suelo, se mecían de un lado a otro produciendo un sonido relajante. Extendimos una manta sobre el césped, preparamos las tazas y Bea sirvió el té del termo. Tras unos instantes de silencio, comenzamos a charlar.
—¿Qué tal está el té?
—Bien, aunque sabe raro. Parece una mezcla de coco y rosas.
—Me lo trajo Andrés de uno de sus viajes por Europa. Sabes que soy una gran coleccionista de tés. Y no es raro, es exótico. Son hierbas de lugares inhóspitos.
—Sí, como digas. —Sonreí.
—Cloe, ¿qué tienes? Estabas muy callada en el camino.
Ya comenzaba el interrogatorio. Me tomé un momento antes de responder.
—Ayer me peleé con mi madre, si se puede decir así.
—¿Por qué?
—Por Xavier.
—Amiga, por lo visto sigues aferrada a ese hombre.
—Creo que es porque nunca supe qué pasó con él. Si se fue a otro lugar, tuvo un accidente o murió. —De solo pensarlo, la tristeza volvía a mí.
—Yo presiento que él está bien. No creo que le haya pasado nada malo. Sus razones tendrá.
Tomó un sorbo de té mientras yo la observaba, preguntándome desde cuándo lo defendía, siendo que antes lo detestaba por haberme hecho sufrir tanto.
—¿Entonces ahora justificas que me haya dejado sin explicación?
—Claro que no. Lo que digo es que quizás juzgamos sin saber. Tal vez no fue como imaginamos.
—Bea, ¿hay algo que me tengas que contar? Ayer no la pasé bien y ya estoy cansada de cargar esta mochila pesada.
—No tengo nada que decirte. Además, te estás alterando, y no quiero ser la próxima en tu lista de enemigos. —Lo dijo con una voz tierna.
Suspiré y seguí hablando, de vez en cuando tomando el té antes de que se enfriara.
—Mi herida sigue abierta. Necesito cerrar esta situación, pero no sé cómo.
—¿Qué pasaría si Xavier apareciera después de tantos años?
—No lo sé... No creo que eso suceda. Me dejó sin una explicación.
Sus palabras me pusieron ansiosa. Todo empezaba a parecer un rompecabezas. Bea interrumpió mis pensamientos llamándome.
—Cloe, estoy emocionada porque la próxima semana se jugará el interprovincial en nuestra comunidad. Llevaré a mi equipo. Quiero que me acompañes.
—Claro que sí. Revivir esa adrenalina será fantástico.
—Sí, ahora entiendo lo que la profe Sara sentía.
—Ella dejó una gran huella en ti. Yo perdí esa pasión en el camino.
—Me hace sentir realizada.
La conversación fluyó hacia otros temas: los patrocinadores del torneo, el romance de Bea con Andrés y nuestras metas futuras. El día pasó rápido bajo la sombra del sauce llorón, y antes de despedirnos, Bea me recordó que la próxima semana sería movida y llena de emociones.
Esa noche, decidí disfrutar de mi descanso: un maratón de películas, palomitas y mañanas sin prisas hasta que llegara el gran día del torneo.