Destino

Capítulo 27: Él

La semana pasó rápidamente y hoy debía presentarme en el polideportivo, como habíamos acordado con Bea.
Preparé un termo pequeño con agua caliente, saquitos de té de frutilla, una taza y algo para comer en caso de que me diera hambre. Las jugadoras debían estar en el lugar a las 7:30 de la mañana, mientras que yo podía llegar una hora más tarde.

Como era mi costumbre, me alisté con bastante tiempo antes de salir. En la ciudad donde estudio, las mujeres tienen el hábito de no salir de casa sin arreglarse, aunque sea para ir a la esquina.

Decidí abrigarme bien porque la sensación térmica era de 2° y el día iba a estar nublado, según el pronóstico. Me puse un jean negro, botas largas que llegaban casi a la rodilla, una camiseta blanca con un pulóver rosa pastel, mi campera negra y, finalmente, una bufanda rosa. Me arreglé el cabello —ahora lo llevaba hasta cintura— y me maquillé ligeramente. Tomé mi bolso y, antes de salir, encontré a mamá en su oficina preparando unos papeles. Había ascendido en su trabajo, lo que le permitía trabajar desde casa. Desde que estoy de vuelta, hemos compartido más tiempo juntas.

—¿A dónde vas tan arreglada? —preguntó, mirándome por encima de sus lentes.
—Hola, mamá. Voy a acompañar a Bea en su primer interprovincial. Me pidió que reviviera con ella la experiencia que tuvimos siendo adolescentes.
—Qué bueno. Me alegra verte bien y haciendo lo que te gusta.
—Gracias. Ya me tengo que ir.
—¿Te espero para almorzar?
—No, no sé a qué hora terminarán los partidos. Seguramente comeré con Bea. No te preocupes.
—Bien, nos vemos en la noche.
—Sí, chau. —Le di un beso y un abrazo antes de salir.

Tomé rumbo al polideportivo. Al llegar, saqué del bolso la identificación que me dio Bea para ingresar. La encontré en la cancha viendo cómo practicaban sus estudiantes y conversando con otra mujer.

El lugar comenzó a llenarse de gente, aunque la apertura oficial estaba programada para las diez. Bea estaba visiblemente nerviosa; era su primera experiencia como profesora en este tipo de eventos, y la carga emocional le generaba mucho estrés.

Cuando me acerqué al grupo, noté que estaba hablando con mi antigua profesora, Sara. La reconocí de inmediato y una ola de felicidad me embargó, como si el tiempo no hubiera pasado.

—Los años no pasan para usted —le dije, esbozando una sonrisa.
Sara se dio media vuelta y abrió los ojos con sorpresa.
—¡Cloe, qué alegría verte! —Su abrazo fue tan fuerte que casi me ahoga.
—Sí, han pasado unos años, profe.
—¡Pero mírate! Te has convertido en toda una mujer. ¿Cómo estás?
—Bien, a punto de recibirme como kinesióloga.
—¡Cuánto me alegra escucharlo! —dijo con una sonrisa sincera.

Bea también me saludó y, tras unos momentos, se disculpó para mostrarle algunas técnicas a sus alumnas. Sara y yo retomamos nuestra charla.

—Por cierto, Bea me contó que usted es una de las organizadoras.
—Sí. Después de ganar aquel torneo con ustedes, mi trabajo fue reconocido. A finales de noviembre, Xavier Kourt dejó el evento. Me llamó inesperadamente para que lo cubriera hasta que pudiera regresar. Me dijo que sería un excelente reemplazo —comentó con evidente satisfacción.

¿Por qué otra vez aparecía ese hombre? Algo se revolvía dentro de mí al escucharlo nombrar. Volver a esta ciudad había hecho que su recuerdo se hiciera más nítido cada día.

—Cloe, Cloe.
—¿Qué decía? Perdón, profe.
—Que ahora estamos organizando el evento por pedido de él.
—¿De quién?
—Cloe, ¿de quién más estamos hablando si no es de Xavier?
—Ah… —balbuceé, sintiendo que mi cerebro se desconectaba por completo.

El corazón comenzó a latirme con fuerza cuando escuché una voz que jamás podría olvidar.
—Muy buena idea tuve en dejar que seas parte de la organización—dijo alguien detrás de mí.

Me di media vuelta y ahí estaba él. Después de años sin verlo, aparecía de la nada. Mi cara seguramente era un poema. Xavier, en cambio, no parecía sorprendido por mi presencia. En ese momento entendí que había sido una estúpida, sintiéndome mal por alguien que decía quererme para algo serio.

Sé que estaban hablando, pero no podía entender nada. Mi mente era un caos hasta que Sara se alejó y él quedó frente a mí.

—Cloe, después de este partido tú y yo debemos hablar —dijo con firmeza.

No podía responderle; las palabras no salían. Él continuó, viendo mi desconcierto.
—Sé que esto es muy traumático para ti, pero llevo meses planeándolo. Hoy el destino firmó sentencia a mi favor. Debo irme por ahora porque soy el orador de la apertura y ya me están esperando.

Su aparición me dejó inmóvil en medio de la cancha, incapaz de emitir un sonido. Lo vi perderse entre la multitud hasta que desapareció de mi vista.




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