Antes de ser Alexander, mi nombre era Michael era el hijo mayor de un plebeyo que confeccionaba ropa para los nobles a un bajo precio, y mi madre era una lavandera, que se dedicaba a eso, a lavar ropa para todo el pueblo a cambio de unas monedas para alimentar a sus 5 hijos, sus manos llenas de cayos, e incluso moradas por el frio del agua helada, no borraban su sonrisa, me gustaba estar con ella y como me platicaba de las estrellas, era una manera de que ambos nos mantuviéramos despiertos mientras la ayudaba a planchar.
De la noche a la mañana, no había parte del imperio que no supiera el nombre de mi padre, y por consecuencia mis padres, me decidieron cambiar el nombre a Alexander, pues significaba que debía de defender a los hombres, es decir el apellido de mis padre, las clases que debía de tomar para heredar las tiendas textiles de mi padre, eran verdaderamente abrumadoras, hasta el punto de que los maestros me encerraban con unos malditos conejos que mordían todo a su paso, desde allí mi temor a estos "indefensos" animales.
Mi corazón latía demasiado fuerte, mientras me apoyaba en un callejón, estaba sudando había huido pues tantas clases, tantas malditas etiquetas no me hacían feliz, me hacían sentir enjaulado, las mentiras de mi padre habían escalado a tal punto con que debería de fingir que siempre fui noble, aunque todos supieran del engaño.
—¿Estas bien? — Me dice la voz de una chica, mis ojos se cruzan con ella, así mil años pasarán yo recordaría esos ojos azules, en cualquier parte, ella sonríe incrédula —. Michael...
—Hola... — Le digo mientras ella me ayuda a levantarme —. Luces...
No puedo terminar de decir pues ella solo hace una reverencia.
—Perdone, olvide que no estamos al mismo nivel — Me dice apenada, mientras las personas nos rodean, ella juega con sus manos tenía una canasta de pan.
—Tu siempre podrás tutearme... — Le digo mientras la miro, su cabello color miel, esos ojos azules tal zafiros, sus labios rosas, sinceramente quería abrazarla —. Deja te ayudo.
Le digo agarrando su canasta, ella tenía una fuerza impresionante pues a pesar de ser pan pesaba y ella lo cargaba como si nada. Camino a su lado, por esa gran ciudad, trato de esconder la cara de los caballeros reales, pues no sabía si mi padre me había mandado a buscar. Ella sonríe mientras entramos poco a poco a los varios donde vivíamos antes, todo parecía tan diferente, era como si mi memoria hubiera recuperado viejos fragmentos perdidos.
—Escuche de su hermana, digo de tu hermana, que contrarias nupcias — Me suelta la bomba, que mis padres se habían esforzado por ocultar.
—Te juro que apenas me entero — Ella se ríe mientras nos aproximamos a la panadería de su familia había miles de cosas que quería decirle, que quería confesarle, a unas cuadras tomo su mano, estaba igual de áspera que la mano de mi madre por tanto trabajo, que me trae los recuerdos, ella solo me mira.
—Micha... — Me dice mientras la interrumpo.
—Señorita Raquel ¿Me haría el honor de ser mi prometida? — Le digo mientras no notamos la presencia de su padre, quien acaba de escuchar mi propuesta.
—Mi hija, no se casará con alguien tan mediocre como los Priego — Dice mientras toma a su hija, para entrar a su local, ahora la conversación era entre su padre y él —. Si quieres la mano de mi hija, tendrás que ser alguien lo suficiente digno para ella.
—Juro que le daré la vida de reina — Digo tratando de convencerlo.
—Jurar, no es lo mismo que hacer. Vuelve cuando seas alguien digno de ella — ¿Que significaba ser digno? Tomo mis cosas, y ella me sonríe desde una de las ventanas de arriba, sus hermanas me miraban mientras se reían.
—¡Raquel! — Le hablo haciendo que ella abra la ventana —. Volveré por ti, lo juro.
Esa promesa había quedado en mí, y había sido mi motivo para esforzarme aún más, ahora me conocían como un alumno formidable, estaba tan cansado de las clases que no estaba disfrutando el baile de la mayoría de edad de una duquesa, me quedo en el balcón tomando cidra, cuando la puerta se abre y una dama descalza entra sonrió apenada, y la historia ya la conoce todo el mundo.
Después de los eventos de destino.
—Saluden al barón Alexander de Priego — Habla el emperador, mientras me condecora ahora si era alguien digno de Raquel, tomo el caballo y me dirijo hacia las calles de antes, me apresuro a llegar y la miro sentada en el porche, usaba un vestido blanco con flores con su cabello largo, la edad solo la había puesto más bella, sus hermanas estaban detrás.
—Barón — Me saluda, mientras sonríe, quien dijo que el poder no daba la felicidad.
—Raquel... ¿Ahora soy digno? — Le pregunto bajándome del caballo.
—Siempre lo fuiste — Mi corazón estaba feliz, contento con ella, ella solo mira a su padre, para darme su aprobación, por fin le había cumplido mi promesa.
—Baronesa Raquel de Priego — La abrazo mientras la beso, no sabía que iba a decir mi padre, pero tenía sabía que mi madre la recibiría con los brazos abiertos.
¡Hola! Gracias por leer, traigo una gripa horrible por eso escribí algunas cosas que no queden, cuando me recupere voy a leer bien para corregir algunos errores, gracias a todos.