Todos los descendientes de la realeza inleziana tienen poderes que se tienden a manifestar a temprana edad y es importante para la cabeza de la nación que sea capaz de proteger a su gente. Es por esto que en la antigüedad los príncipes luchaban entre ellos para demostrar cuál era el más fuerte y este gobernaba sobre el resto; el nacer sin uno era una desgracia y esos hijos perecían.
Maivi movió su peso de pierna en pierna de la forma más disimulada que pudo, pero aquello no era lo único que me daba señal de su nerviosismo. Su mirada viajaba de lado a lado, seguramente con sus clases y sus fiestas de cumpleaños jamás había ido a parar a un ala de entrenamiento con soldados vigorosos, espadas, sudor y escupitajos de vez en cuando.
Yo no era tan distinta. Cuando comencé a entrenar con Eros y Danciel tenía todo el espacio e implementos para mí. En parte se debía a que mi padre no quería que la gente se enterara, según mi hermano era porque una princesa no debía ser vista con una espada; pero la verdad es que no quería que se enteraran de que su hija había fracasado nuevamente. Las princesas debían entrenar sus poderes, no con espadas.
Para ese momento yo seguía siendo la hija sin magia innata, de ética mediocre y conocimiento limitado.
Tres años después, cuando ya podía hacerle frente a Danciel y ganarle en seis de diez rondas, llegó a sus oídos lo buena que era. Sumando mi cambio al de una princesa ejemplar, quiso reconocerme frente a todos como hizo con Eros a los doce, pero yo ya me había acostumbrado al secretismo del entrenamiento y consideraba que ocultar mis habilidades me podría ayudar en un futuro.
Supe que todos me notaron llegar, pero nadie se detuvo. De hecho, escuchaba quejidos, resoplidos y gárgaras más fuertes de lo que era normal. Exageraban con los movimientos y se gritaban unos a otros. No estaban haciendo esto para presumir sus conocimientos, sino para generarme rechazo.
Recordé las palabras de Priel. Puedes saltarte todas esas costumbres barbáricas. Era un comportamiento casi infantil, como decir: ¿piensas que soy molesto? Mira cuán molesto puedo ser.
Mi vestimenta no era inleziana, moriría de frío de ser así, pero me había esmerado al usar el collar de huesos y un hermoso lev entretejido de lana blanca como usaban las Altas Terinas. Por lo que, cuando me quedé por un minuto esperando a que llegara Imco Krusf, escuchando a los guardias y soldados hacer un escándalo, y no lo hizo, traté de no mostrar mi molestia.
Sabía que iba a ser difícil, pero, mis Santos, era como volver a esos años donde no era más que un invisible y fallido intento de princesa. Y quizás, si no fuese por aquella pesadilla, yo seguiría siéndolo.
—Alta Terina, ¿qué hará?
Quizás debía haber traído a Seamus, pero tenía hacer esto por mi cuenta.
—Quiero que no reacciones, Maivi. ¿Puedes hacerlo? Mientras menos vean que nos afecta, mejor será, ¿sí?
Asintió como si fuese la misión de su vida y sonrió antes de que me dirigiera con aquel hombre. No era el más alto de todos, tenía el cabello anaranjado, unos tonos más oscuros que el de Maivi, y canoso cortado al ras, haciendo que se notaran las cicatrices repartidas allí: una larga de varios puntos llegaba hasta su oreja derecha.
De caminó noté lo viejo y desgastado de los implementos que usaban para entrenar, esa podría ser una oportunidad para acercarme a ellos.
—¡Más rápido! —les gritaba él a unos chicos en anglesiano, se notaba que eran los más pequeños del ala, y nos daba la espalda a sabiendas que estábamos allí.
—Imco Krusf. —Me miró sobre el hombro y se limitó a una pequeña reverencia.
—Sí, soy yo. —Estuvo en aquella fiesta luego del compromiso y era consciente de que hablaba su idioma, así que no se molestó. Había hablado bastante con Priel esa vez y lo reconocí como uno de los más orgullosos, al igual que hostil; no me había equivocado—. ¿Qué se le ofrece, su alteza?
Los otros hombres empezaron a tener movimientos muchos más leves mientras observaban de reojo, interesados en lo que sea que haya venido a decirle.
—Me gustaría hablar con us…
—¡Coloca bien esa pierna! Bien, ¿qué decía?
Conté hasta tres en mi cabeza, había aprendido a actuar con gracia y tranquilidad, pero había momentos en los que sentía que aquella actuación caería.
No tenía ningún secreto en su contra, no era más que lo que tenía al frente: un hombre que luchó en la Guerra de Sol y Hielo y había conseguido honor y respeto de sus pares. Una familia normal y bien querida que no tenía problemas con nadie ni nadie con ellos.
—Necesito hablar con usted —repetí y me moví hasta quedar frente a él, ahora que nos veíamos a la cara el disgusto se le marcaba al borde de la boca.
—Estamos hablando.
—Sabe a qué me refiero. Esto no es un favor, Imco. Si va a faltarme el respeto de esta forma y no actuar acorde al cariño que la familia Anlezia le concede, entonces no veo porqué sigue en este puesto.
Estando rodeada de hombres y con Maivi expuesta no era inteligente hacer que todos se fuesen en mi contra, no cuando tenía que lograr lo contrario. Pero no soportar las faltas de respeto también era una forma de ganar el reconocimiento como Alta Terina.