La vida es dura en las tierras de Anlezia, pero su gente es perseverante y luchadora. Adiestraron a los lobos gigantes de la cordillera para servirles de protección y transporte, pulieron la fericia para hacer sus edificaciones y templos, cortaron sus árboles para cazar y buscaron tubérculos bajo la nieve para subsistir. Todo es una bendición de Aske Anlesa, como anlezianos no se nos puede olvidar jamás.
Al verla tan herida bajo esa capa molesta de perfección, no pude evitar gruñir.
Sabía lo mucho que le dolía y lo que había sufrido cada día bajo la sombra de no tener un poder, yo mismo la había abrazado mientras lloraba en mi hombro, frustrada con ser inútil.
—Fue Imco, ¿no? —dije sin ganas, ella no quiso responder, pero era obvio que sí. Le tenía el respeto que correspondía, pero por Aske Anlesa, no sabía comportarse para la edad que tenía— Hablaré con él, no te preocupes.
Sonrió, sus cejas a medio fruncir.
—Eso no fue lo que pregunté, Priel.
—¿Y por qué quieres que te lo diga si sabes la respuesta?
—Porque me gusta saber qué términos están usando ahora para hacer notar mi falta de poderes.
Repasé desde sus pestañas lisas hasta su mentón redondeado, su expresión me decía menos que antes.
—Zissel, no puedo controlar cómo hablan de ti —mentí, tenía poder suficiente para prohibir su uso—. Lamento que te hayas tenido que enfrentar a eso, pero supongo que con el tiempo se olvidarán de ese detalle tomando más peso a lo que estás haciendo como duquesa.
—Eso no es lo que me importa —se paseó al otro lado de la oficina, no pude evitar captar su silueta envuelta por el bealvak. Después de los gritos de aquella vez jamás me imaginé que iba a llegar a verla vestida así.
—¿Entonces qué te preocupa? ¿Qué ganas torturándote si te digo que sí?
—No es una tortura, Priel. Solo… me ayuda a enfrentarme a esa palabra, es todo. —Irguió la espalda, eso solo la hizo ver más cansada—. Pero suficiente de eso, cuando Imco te entregue la lista necesitaré una buena ave mensajera para encargar los implementos fuera de Anglesia.
No había forma de hablar con ella con normalidad sin que intentara ocultar algo, sin que fingiera. Estaba agotándome.
—Te dejaré a cargo de un águila de estación, solo encárgate de hacerla amigable para Inwelz o acabará muerta.
Puso mala cara y asintió.
—Sobre los guardias y soldados, estaría feliz si me dejaras encargarme de ellos después de que llegasen los implementos. —Elevé una ceja para que continuara—. No quiero ser la líder estratega, solo hablar con ellos y arreglar el problema de ahora. Sé que el tiempo durante y después de la guerra ha sido horrible para ellos, así que es mejor que inicien todos los otros arreglos en el ala bajo tu nombre y, cuando estén tranquilos, revelar que he sido yo, así realmente sería efectivo acercarme a ellos.
Todas las advertencias que Olife me había dado sobre Zissel estaban frente a mí. Estaba intentando manipular a mis propios soldados para que confiaran en ella, para hacerse un hueco y quien sabe qué más y con qué intención de fondo.
Realmente… ¿cuántas veces tenía que demostrarme que no era mi amiga para que entendiera? Seguía siendo tan estúpido como en ese entonces.
Pero esa parte idiota de mí no había dejado ir el recuerdo de su voz animándome a continuar, diciéndome que nada nos iba a separar mientras me daba fuerzas para continuar incluso sintiéndome miserable. Aquel lugar secreto junto al riachuelo, debajo del puente, dónde me atreví a confesarle que, en otra vida dónde ninguno fuese heredero de algo, podríamos estar juntos.
Ya eran más de cinco años, entonces, ¿por qué? ¿Por qué me seguía doliendo tanto?
—¿Priel? —preguntó. No podía asegurar que estaba preocupada, porque podía ser todo parte de una mentira más grande.
Ni siquiera podía mirarla porque incluso después de los años seguía pensando que era tan hermosa al punto de ser asfixiante. Tenía tantas ganas de decir que la odiaba.
Me levanté de la silla y me apoyé en el mesón con una mano tratando de calmarme, pero notaba todo enrojecerse.
—¿Qué te traes entre manos, Zissel? ¿Qué es lo que quieres conseguir amigándote conmigo y con mi gente?
Sus ojos se desviaron hacia la ventana y luego hacia mí, parecía que temblaba del miedo.
—Priel…
—Dime, Zissel —le ordené, pero me sonó más a un ruego que hace un animal herido, aunque no a ella.
—Un lugar tranquilo —susurró, estaba aterrada—. Un matrimonio pacífico y que la vida en Anglesia no se ve afectada por quién es mi padre.
Todo se estaba oscureciendo demasiado rápido, igual a los latidos de mi corazón y las voces que me alarmaban que estaba dejando salir mi poder.
—¿Y de mí? ¿Por qué siento que todo esto es por mí? —Abrió los ojos, sus labios apretados contra sí— Así que es por mí —me reí, me sentía un estúpido—. Dime, ¿es porque soy una bestia?
Un trueno llenó la oficina de color escarlata y nos llevó a saltar a ambos. Estaba perdiendo el control, no debía hacerlo, pero ya no lo soportaba. Si no se lo decía ahora iba a tener que cargar con eso atrapado en mi garganta por mucho más tiempo.