Inwelz se fundó gracias a los poderes de un príncipe de Qysteva que quiso formar su propio reino para gobernar: Heske Qysteva. Tomó a toda su partida y los llevó al Sur, dónde fundó Inwelz —tierra brillante—; cuando llegó su primer hijo dejó Qysteva atrás y continuó con la tradición de poseer un apellido que demostraba la tierra bajo su cuidado.
No debía seguir llorando, mucho menos por esto. Ya tenía suficientes lágrimas derramadas el día de hoy, pero respirar con normalidad me era difícil. Podía con esto, yo era fuerte.
Me arreglé el flequillo frente al espejo, el color se había ido de mi rostro con aquella comida. Desde el viaje las ojeras se me habían marcado un poco más y los labios se me tornaban casi morados por el frío, al igual que las manos cuando no usaba guantes.
Les tiré aire y las froté contra sí mismas antes de tomar la bandeja. Debía ser fuerte si quería salvar a Nelin, Eros y a Priel de un destino trágico. Y si quería lograrlo no podía bajar la cabeza, ni ahora ni nunca.
Seamus esperó instrucciones al verme con la bandeja de comida, notando de inmediato el problema. No podía tensar más la situación, por lo que le sonreí y le indiqué las escaleras inclinando ligeramente la cabeza, me revolvía el estómago ver la sangre bajo mi nariz.
—Ven conmigo, no llames a Maivi. —Asintió con solemnidad y me acompañó detrás como el guardián que era.
Si ni él ni Maivi se habían quejado por la comida, aquella falta solo había sido para mí.
—No quiero meterme dónde no debería —me dijo Seamus—, pero si aquí le dan tantos problemas lo mejor sería consultar con su padre o hermano.
Me guardé el suspiro y negué.
—Puedo resolverlo por mi cuenta, no tienes de qué preocuparte.
Llegamos a la zona donde el resto de los sirvientes conversaba y se disponían a hacer sus tareas, era el ala izquierda con cuartos pequeños para los distintos instrumentos y zonas de descanso, decorada de una forma más sobria con unos pocos telares.
En cuanto me vieron, se dieron vuelta a mirarse entre ellos. Verye no estaba, pero al final del día no era quien cocinaba.
—Disculpe, su excelencia —me detuvo una de las trabajadoras que siempre la acompañaban, acercándose a mí—, ¿necesita algo?
Sus ojos entrecerrados y mueca temerosa me decían más de lo que necesitaba. Todos estaban al tanto de lo que había pasado. Olife y Aelan, cualquiera de las dos podría haber establecido nuevas órdenes. Incluso Priel, pero dudaba que con lo fuerte que parecía ser esa droga fuese a despertar tan rápido.
—Necesito hablar con él jefe de la cocina.
—¿Sí? —miró la carne rosada y sangrante y luego disimuladamente a su compañera, hablándose en silencio.
—Él no se encuentra —me respondió uno desde el fondo. A pesar de la valentía que necesitaba para levantarme la voz con Seamus a mi lado, bajó la cabeza de inmediato.
—No importa, lo esperaré. Solo indícame dónde es.
El silencio se hizo más presente, todos estaban nerviosos e incomodos. A pesar de que no me respetaban, ahora que Priel estaba medicado, los poderes de Seamus eran más que suficientes para enfrentarlos a todos. Además, sabía que tenía apego a su espada y cómo la usaba para generar miedo sin hacer mucho.
—Es… por aquí.
Seguí a la sirvienta de cabello negro hasta la gran cocina de fericia blanca y suelo gris, dónde solo había más personas lavando los platos, cubiertos, mesones y ollas.
—Se lo tiene bien merecido —gruñía una mientras sacaba la suciedad de la madera—, esa veeza debería volver por donde vino.
—Liya… —la cayó su compañera de un golpe.
Todas se detuvieron al verme de pie en la entrada, pálidas y con la cabeza gacha menos a la que había escuchado.
—Alta Terina. —Pero levanté la mano para detener a Seamus.
Me recordó bastante a Verye y todas aquellas sirvientes que me hicieron daño de pequeña con esas ganas de hacerme sentir miserable, lo que les aliviaba el peso de sentirse menos, sintiéndose en derecho porque ni siendo una princesa alguien me prestaba atención junto a mi padre. Era justo, ¿por qué servir a alguien que no servía para nada de todos modos?
Por esa razón había tenido que irme a vivir al castillo del Este con mi abuela, porque ya no soportaba la negligencia que vivía: ropa sucia, comida intragable y clases donde se aprovechaban para lastimarme las manos y pantorrillas. Había compartido tanto de eso con Priel y lo había traicionado de la peor manera; aun cuando intentara resolverlo, no sabía si iba a ser capaz de enfrentarlo con todos los sentimientos encontrados hacia él.
Pero ya no era esa niña pequeña de ocho años, tenía diecinueve y podía enfrentarlas.
—Liya. —La llamé con suavidad, sin romper la imagen que ya había hecho para mí misma, y la vi dar un respingo—. ¿Sabes lo que pasaría si me fuese por donde vine y rompiera el Tratado de Terlebeya y el matrimonio? ¿Cuánta gente sufriría?
—Su excelencia, yo… —se mordió el labio.
—¿Sabes por qué estoy aquí, Liya? —Intenté verme fuerte, pero desde lo de Priel tenía el corazón yendo demasiado rápido, estrujado en culpa y confusión— Para mejorar la relación entre Inwelz y Anglesia, y acepto que cometí un error hoy que llevó al Alto Terzar a perder el control de sus poderes, pero no creo que nadie merezca recibir un plato de comida que no puede comer.