El Ali Terzar se aferró a la mano de su amada, buscando aquel calor en sus brazos. Sí algún día muero, le susurró, mi amor permanecerá en mis huesos, en el polvo al que regreso y en ti, mi eterna fuente de certeza y paz.
Me quejé en el sueño, sentía el malestar de aquella planta en mi estómago. Los recuerdos de aquel día se repetían envueltos en sombras y mucha nieve, suficiente para matar a alguien con su peso. Borroso, pero la emoción no se iba, ese malestar que me ahogaba.
Me cubría la cabeza, gritando algo... Tengo miedo. Luego una explosión de cristales rotos y una ráfaga de viento tan fuerte que me tambaleé a un costado, aferrándome a un pilar para no salir volando por una de las ventanas. Un rugido tan ensordecedor que apenas si pude escucharlo, gritándome para que lo ayudara antes de que su mano no resistiera más y saliera disparado hacia aquella tormenta... Y todo lleno de nieve teñida en rojo, borrones.
Nada.
Apenas pude abrir los ojos, pesaban y se sentían desconectados de mi cerebro como el resto de mi cuerpo. Gruñí intentando sentarme en la cama, en este estado era tan inútil. Quería morir.
Yzek estaba sentado al otro lado del cuarto, brazos cruzados y ceja levantada; me observaba de vuelta bastante molesto.
—¿Cuanto…? —balbuceé con la voz ronca, arrastrando las palabras. Él chasqueó la lengua en respuesta.
—Medio día —fue a uno de los grandes ventanales y apartó la cortina para que lo comprobara que ya estaba atardeciendo.
Prácticamente todo un día perdido gracias a que no fui capaz de ponerle orden a mis emociones. Me quejé ante una punzada en la cabeza. Cuánto odiaba no ser capaz de mantener a raya mis poderes, enfrascarme en algo repetitivo que solo acababa conmigo peor de lo que estaba.
Pero el efecto de la planta era cada más fuerte. Por más que buscaba en mi memoria no parecía encontrar qué había sido con exactitud, tenía que ver con Zissel, la veía allí frente a mí con el rostro lleno de lágrimas. Movía sus labios para decirme algo, aunque no podía escucharla. Lo último que veía con claridad era a ella observando la nieve.
Fruncí el ceño, ¿qué mierda me había dicho para ponerme tan mal?
—¿Qué recuerdas?
—Nada claro.
Asintió, mirando a otro lado.
—Kuvral Aelan habló con la veeza, ni ella entiende qué te puso tan mal, pero seguramente miente —apartó el cabello negro de sus ojos y se sentó otra vez—. No puedes volver a quedarte a solas con ella, no es una petición, es una orden de kuvral Olife.
Me reí sin ganas, apoyando mi espalda en la almohadilla del cabecero.
—Es imposible.
—Escúchame, Priel, no es un chiste. Te lo digo en serio, si no eres capaz de ponerle un alto a tus poderes entonces evita todo lo que te haga perder el control.
Ambos nos miramos mal, ahora recordaba mejor porque se me hacía insoportable a veces.
—Yo también hablo en serio.
Cómo si no conociera a Zissel, era una metida incluso cuando no se daba cuenta y quizás eso era lo que había iniciado el problema.
—Priel.
—Yzek —le advertí, sabía que en el fondo mi título no importaba incluso ahora, pero quería que se callara—. Si quieres vigilarla y estar sobre sus pasos, adelante; pero ella va a encontrar una forma. Siempre lo hace.
Negó con la cabeza y fue hasta la puerta, deteniéndose antes de abrirla.
—Reamente no veo por qué haces esto, es como si desde que llegó esa princesa se te hubiesen subido las hormonas. Pero aquí estamos haciendo todo por tu bien, Priel. Nos guardamos cosas, bajamos la cabeza y te dejamos ir a la tuya solo para que no ocurra alguna tragedia más. Aunque tal parece que eso tú no lo ves, a pesar de que quién está aquí y quien te ayudó somos nosotros y no ella.
Me pasé las manos por la cara de pura frustración, calmándome apenas escuché el viento aullar. No querían que perdiera el control, pero parecían empecinados con empeorar mi humor de todas las formas habidas y por haber.
Ni siquiera recordaba porqué peleé con Zissel, en mi cabeza no eran poco más que momentos difusos; pero para perder el control de esa forma sabía que ella debió tocar algún tema delicado para mí.
Aun así, las palabras de Yzek tenían la razón por más manipuladoras que fuesen. Zissel lo había provocado, no estaba para pedirme perdón y si se disculpaba seguro que era por mantener la paz que tanto quería con Anlezia.
Todo me dio vueltas.
Inspiré y exhalé, era invierno y no iba a dejar a mi gente sin ventanas por culpa del enojo, mucho menos si era provocado por Zissel.
Salí de la cama, mis pies desnudos dieron con lo suave de la alfombra y con el frío del ambiente. Mi reflejo del otro lado me saludaba con ojos que parecían querer matar a alguien y un cabello pegado por el sudor.
Pensar que de pequeño tenía tantas ganas de ser adulto, crecer y convertirme en alguien que fuese capaz de proteger a su pueblo como estaba destinado, ahora la resignación parecía ser parte de cada día.