El festival que da inicio a la nueva primavera —Preim Hestival— nace de los días en los que hay comida abundante y se empiezan las cosechas. Los anlezianos, como último día que reciben la protección de la Diosa, festejan con fuegos artificiales que sean capaces de verse en donde quiera que ella se encuentre. Este se da inicio cuando la gran fuente se descongela al fin, baile y jubilo son parte del festival.
A veces odiaba tanto tener razón.
Tan pronto como dio la hora de levantarme, tuve que escuchar lo que era una conversación medio acalorada afuera de mi cuarto. Yzek y Zissel.
Gruñí y salí de la cama, metí mis pies en pafles de piel y madera y abrí la puerta con brusquedad, sorprendiendo a todos.
—¿Qué?
Conecté mis ojos de inmediato con los de Zissel, parecía observarme de vuelta como si fuese un lobo lastimado en medio de una nevada, pero un lobo tan grande capaz de matarla de hacer un paso en falso. Tenía el flequillo recto bien posicionado y otro lev entretejido de cintillo como parecía gustarle usar desde que llegó a Anlezia y un bealvak café claro.
Detrás estaba Seamus con un traje de guardia de este lado de la cordillera, con la mano sobre su espada, al igual que Yzek.
—Le he dicho a su excelencia que estabas descansando —me dijo Yzek en advertencia—, pero insistía en verte.
Me crucé de brazos, claramente de mal humor.
—¿Es que su excelencia no puede entender que estaba descansando?
—Lamento ser una molestia para usted, Ali Terzar —dijo realizando una reverencia corta—, pero conversé ayer con su madre y no creo que debamos dejar pasar más tiempo para solucionar nuestros problemas o podríamos poner en riesgo la estabilidad de nuestra relación.
—¿Y por eso ha decidido que lo mejor es llegar para cuando me encontraba durmiendo?
—No ha sido mi intención, solo... —pareció meditar antes de continuar, mirándome de nuevo, pero con más culpa que otra cosa—, yo quería ver que estuviese bien.
Fruncí más el entrecejo, ¿qué había pasado para que me pusiera así, para que ella hablara de esa forma?
—Debo suponer que viene a disculparse, pero como le dijo mi madre: ya olvidé todo, así que puede dejar de intentarlo. Además, ya me ha visto, aparte de despertarme de mala forma, estoy bien. Así que puede retirarse, su excelencia, le enviaré el trabajo para hacer con Vance.
Sabía que no se iba a detener, pero de momento, con la mirada de su guardia y el mío sobre nosotros. no había nada que ella fuese a hacer. No por ahora.
—Entiendo..., pasaré a su oficina para comentarle sobre las gemas igníferas de Kalantis, tenemos que hacer unos arreglos y necesito que me ayude con los horarios. Me alegra ver que ya se encuentra mejor.
Le dio una mirada a Seamus y se despidió con otra reverencia.
Yzek aguardó a que dieran la vuelta en el pasillo para dirigirse a mí en un tono más relajado:
—Hiciste bien.
Me pasé la mano por el pelo, claro que había actuado como debía si ayer no habían dejado de decir lo querían que hiciera.
Lo ignoré y me metí de nuevo al cuarto, cerrando la puerta sin permitirle la entrada, no tenía ánimos para lidiar con él y sus consejos de lo que era correcto o no. Debía ponerme a trabajar con lo que había dejado pendiente, además, lo de Elai Rakad era un tema urgente.
Me cambié el beilak a uno morado oscuro y me puse las botas karveas, revolviéndome el cabello rubio para darle más volumen. Al ser tan liso solo caía sobre mis cejas y eso no era algo que me gustara demasiado.
—Llama a Vance a mi oficina —le dije a Yzek al salir, cargando con los documentos en los que trabajé ayer por la noche.
El conde de Leifed, Eukris Leifed, me había venido a advertir que para el siguiente verano la producción de lana iba a disminuir notablemente, el corte en la ruta al sur que siempre seguía con los yiules le había imposibilitado dejarlas en donde correspondía antes de las heladas y había perdido muchas de ellas, al igual que recursos para atravesar las montañas del Oeste al no tener otro camino habilitado.
Al ser un derrumbe de alta montaña, no podíamos limpiarlo, así que cuando la nieve dejara de caer tendría que enviar a algún experto y soldados para generar otra ruta si no se encontraba alguna adecuada.
Di zancadas hasta la oficina, me atravesó una punzada en la cabeza y en el pecho cuando entré nuevamente. No recordaba nada con claridad y aun así sentía el pesar de solo mirar el lugar. Desde los estantes con libros a la alfombra debajo del escritorio, todo era igual, pero cargado de un malestar.
—¿Todo bien?
Asentí en respuesta, todo debía estar bien.
—Llama a Vance, por favor.
Me senté en el gran asiento y reposé mi cabeza solo un momento, observando por la ventana. No había rojo, no había más que el paisaje de pinos en punta y robles plateados alzándose al cielo, cubiertos de escarcha blanquecina.
¿Qué había sido?
No me lo iba a preguntar más, pero me dolía el pecho de solo intentar recordar, aunque fuese un poco. Por eso no lo hacía, era un ciclo que no se cerraba a no ser que me forzara a pasar la página y permitirme olvidar los problemas o emociones que me llevaron a explotar en primer lugar.