Destino de oro en sangre

Capítulo 12

Desde un principio, la lana y los telares han contado la historia de Anlezia; la vida pertenece a esos colores y puntos. Se dice que Aske Anlesa era apasionada tejedora y que reunía a las personas alrededor del fuego durante el invierno para que, al terminar, los mostraran en el Preim Hestival.

Una de las razones por las que había despedido a Unkal se debía a lo que Olife me comentó en la mañana. No era como si no asumiera que yo y Zissel jamás íbamos a tener un heredero, sino que, conociendo a Olife, fácilmente podría ser un veneno lento que la matara tarde o temprano. Y debía aceptar que no quería que eso pasara, con sentimientos o no de por medio, si Zissel fallecía, tendríamos problemas.

Pero gracias a mi intervención estaba ahora sentado frente a ella en la oficina, aguardando por aqza para que tuviésemos una conversación como gente civilizada que se conoce por primera vez. Ese había sido el acuerdo, íbamos a ignorar que nos conocíamos, todos esos años, solo por una hora para ver si llegábamos a algo que no fuese discusiones.

Quise decirle que no había mujer más terca que ella, que no participaría en nada de lo que ella propusiera. Pero odiaba darle la razón en que, si seguíamos así, no llegaríamos a ningún lado.

Kairy llegó con las copas y se retiró, entonces el lugar quedó en silencio.

Era absurdo, ni siquiera me creía que estaba haciendo esto. Pero allí estaba Zissel, tomando la copa entre sus manos y dándole un sorbo con ojos cerrados.

—¿Cuál es tu color favorito? —preguntó, sus ojos dorados abriéndose para mirarme con atención.

—No hablas en serio. —Me masajeé la frente, claramente frustrado—. ¿Vamos a hacer este tipo de preguntas?

—Dijimos que fingiríamos que no nos conocemos, Priel. Yo no sé cuál es tu color favorito.

Gruñí por lo bajo.

—Al menos pregunta otras cosas, esto es perder el tiempo.

—No lo es —suspiró, descansando su cabeza sobre su mano con el ceño fruncido—. ¿Vas a cooperar o vamos a discutir?

—Bien, sí. Amarillo —me hice para atrás en el asiento—. ¿Contenta?

—El mío es el café. Ahora haz una pregunta tú.

Resoplé y di un gran trago a mi copa. Después de discutir con Yzek en la mañana mi humor estaba horrible, ya todo me tenía irritado. No lo suficiente para tener una crisis, pero sí para querer estar solo, alejado de todo el ruido del mundo.

—Comida favorita —dije al fin.

—Helado.

—Limonada —dije tan incómodo como parecía estarlo ella, pero luego de eso me callé. Solo esa palabra había bastado para iluminar sus ojos y curvar el borde izquierdo de su boca hacia arriba.

Desvié la mirada de inmediato, no me gustaba que me observara de esa forma.

Me había obligado a tomarla la primera vez, pero luego de eso lo pedía por puro gusto, aquí los limones casi no llegaban en tantas cantidades, solo durante el verano, así que debía contentarme con una limonada o dos al año.

—¿Podemos hacer otra cosa? Esto realmente es una pérdida de tiempo.

—Por mis Santos, Priel —se quejó—, entonces ¿qué quieres que hagamos? ¿Que paseemos por el castillo?

—Eso es otra pérdida de tiempo —me levanté del asiento con la copa en mano y le di un sorbo, mis ojos puestos en la ventana y el paisaje frío—, pero, ¿sabes qué? Quizá haya un paseo por los alrededores del castillo que no odie, pero tú... —le di una mirada de reojo—, no sé si puedas con él.

Zissel rodó los ojos y yo me reí sin hacer ningún ruido. Como si volviésemos a ser unos niños tontos, ella bebió hasta la última gota del aqza antes de levantarse y adelantarse hasta la puerta.

—Si tanto deseas hacerlo, lo haré. Vamos. —Me sonrió triunfante como si me hubiese ganado en nuestra guerra de palabras.

Entrecerré los ojos sin perder la mueca burlona, pero la dejé ser.

Abrí la puerta y le indiqué con la cabeza antes de salir, tenía las botas karveas y una capa, iba a estar bien en cuanto al frío. Con respecto al resto, no tenía dudas de que iba a tener que ponerle los ojos encima.

Seamus e Yzek aguardaban junto a la puerta, no quise mirar a ninguno mientras avanzaba desde el pasillo a las escaleras, escuchando no solo los pasos de Zissel, sino los pesados de ambos. Una vez nos subiéramos a los lobos ninguno de los dos importaría realmente, así que no le di muchas vueltas.

Me encaminé a los establos laterales.

Aquí la mayoría tenía un lobo para montar, en especial los soldados. Había algunos que servían para llevar las carrozas y los más rebeldes y solitarios se les apartaba para que algún soldado se atreviera a tenerlo de compañero.

Yo me había ganado a Fenej hace años en Garrendal.

No era particularmente agresivo, pero si terco. Si se le daba la gana podía dejar a los que intentaban usarlo en medio de la nieve mientras se echaba una siesta. Conmigo nunca fue así, supongo que también tenía que ver con que jamás lo hacía correr mucho. No era como a los que veía disfrutaban de las corrientes heladas golpeando su cara yendo a máxima velocidad; disfrutaba de un viaje moderado, casi lento, que me permitía pensar.




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