Destino de oro en sangre

Capítulo 14

Kalantis es la isla de la magia. Sus habitantes comenzaron siendo personas que controlaban todo tipo de magia, con innovaciones y hechizos que solo pueden verse en esas tierras. Críptica y atractiva, todo el que desea aprender magia sabe que ese es el mejor lugar, aunque pocos logran un cupo.

No quería levantarme, sentía la cabeza palpitarme desde el golpe que me había dado ayer contra el tronco. Fenej me lo había puesto difícil y ahora tenía que lidiar con las repercusiones.

Pero no tenía tiempo que perder, no cuando habían salido tantas cosas mal.

La gente de Elai Rakad me necesitaba.

Salí del calor de las mantas directo al armario y saqué el beilak y las pieles más gruesas, incluso un anleziano tendría problemas durante el invierno en esas tierras. Quedaba cerca de Garrendal y en esos años había ido suficientes veces con Ecwrin y Yzek por lo que, de hacer un viaje de un punto a otro, no me perdería, incluso en nevada.

Mientras me miraba al espejo, Olife entró al cuarto, cerrando la puerta tras de sí. No tenía rastro de sonrisa, estaba igual de molesta.

—Sé que estás despierto, Yzek me dijo que te escuchó. ¿Dónde estás?

Fruncí el ceño, teniendo unas ganas de quedarme callado para no escuchar lo que quisiese decirme; pero toqué el mesón del espejo sin quejas. Volteó la cabeza y vino hacia mí.

—Ayer nos asustaste... —tocó mi espalda sobre la capa—, pero me alegra saber que estas vivo. Yo sabía que así iba a ser, no ibas a dejar que esa veeza se quedara con nuestras tierras.

Me pasé la mano por el pelo en un intento por arreglarlo y por ignorar el malestar de estar cerca de ella en tan mal humor. Me había cambiado las vendas y no estaba seguro de haber hecho un buen trabajo.

—No quiero molestarte más, kuvral Olife, pero necesito ir a Elai Rakad hoy.

Sonrió a labios cerrados y buscó mi mano, cerrándola en un puño después de dejar algo en ella.

—No estoy contenta, lo sabes. —Le dio golpes suaves allí donde estaban mis dedos—. Yzek es un estúpido que no sabe hacer lo que le encargo, pero me ha pedido algo y tengo la sensación de que te encantará lo que descubrí...

El objeto era pequeño y parecía ser un hueso tallado con alguna runis. Entendí también que todo esto era por lo de Verye y Zissel. Abrí la mano y no me sorprendí al ver lo que sospechaba. La sonrisa de Olife se ensanchó antes de dar media vuelta para ir a la puerta.

—No vamos a arruinar el viaje a Elai Rakad, cai Priel. Pero cuando te sientas seguro, pregúntale a la veeza sobre Verye y aquel desafortunado primer encuentro, que sea ella quien se entierre en el hoyo que ha cavado.

Tragué saliva y me fijé en la runis: Sakza.

No era de las más usadas porque la historia de aquella runis se basaba en la tragedia de un amor que existió hasta el último latido, pero en el que jamás se intercambió ninguna palabra. De hecho, era usual que se tallara para familiares a los que no se alcanzó a conocer, como abuelos o padres que fallecieron antes de que el niño tuviese memoria. Yo mismo había tallado esa para mis familiares muertos en guerra ¿Qué tenía que ver con Verye y Zissel?

Salí del cuarto, Olife ya había bajado las escaleras y se daba la vuelta por el pasillo.

Yzek permaneció en su puesto, mirándome con recelo. Cada que yo tenía problemas, le llegaba más de una llamada de atención. Me preguntaba si en algún momento dejaría de echarme la culpa de todo lo malo que le pasaba, pero sabiendo que yo provoqué la...

Apreté ambas manos y seguí mi camino a la escalera. No podía dejar que algo me arruinara el día, por el bien de mi gente.

Al levantar la cabeza de entre la gran capa de piel, vi a Zissel llegar por el pasillo superior con todo su grupo y con Alqie, quién había acabado siendo su guardia. Ni siquiera me había enterado.

Desistí de bajar y aguardé en el mismo punto.

Zissel venía con un bealvak grueso de color azul oscuro y una capa gris, su cabello a un costado con un lev del mismo tono del bealvak. El flequillo le cubría las cejas como siempre y los mechones cortos se acomodaban justo debajo de las mejillas.

No tenía ánimo de pensar en nada, pero, para mí desgracia, se veía bien.

Sus ojos viajaron hasta las vendas, abriendo la boca con preocupación y, en cuanto estuvo junto a mí, se apresuró a preguntar cómo estaba.

—Bien, solo duele lo que tiene que doler. —La miré desde arriba, noté sus ojos cansados y las pequeñas arrugas a los costados de esa sonrisa que siempre ponía.

Asintió y se animó a pasar su brazo derecho por el hueco de mi izquierdo, pero ya no como el primer día, sino con mayor cuidado, rogándome con la mirada para que no me alejara de ella.

Solté el aire por la nariz, pero la dejé hacerlo. Estábamos rodeados de personas y ella no parecía querer hablar, no habría problemas.

—Imco me entregó la lista de implementos ayer —dijo apenas bajamos un escalón—, la pasé a un documento y se la he entregado a Vance; hará un presupuesto y usaré el mío para comparar.




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