El lugar secreto.
La pequeña se escondió detrás del pilar, escapando de los ojos de su sirvienta a cargo. Sonreía mientras cubría su boca para acallar cualquier ruido que la delatara, era bastante escurridiza y eso le permitía huir para encontrarse con Priel.
Aguardó solo un poco más para asegurarse que Karime estuviese lejos de aquel pasillo. Luego de asomar la cabeza y verlo tan solitario como quería, corrió al otro lado, levantando la falda del vestido para llegar a su lugar secreto lo más rápido posible.
El puente sobre el riachuelo era tan ancho para cubrir los encuentros entre ambos niños. La única a la que le había contado era a su abuela, aunque no le gustaba la idea, se lo permitía por el cariño que le había agarrado a su amigo.
Sintió sus zapatos hundirse en la hierba húmeda dando tropezones y tenía su respiración irregular, pero todo valía la pena al verlo. Ella le ganaba por un par de centímetros y aun así seguía siendo más alto que el resto de los niños de su edad.
Los mechones rubios le caían sobre los ojos y el traje de la academia le molestaba en el cuello, pero Zissel no veía más que la imagen perfecta del futuro duque de Anglesia. Un Ali Terzar, como le decían allá.
—Priel —lo llamó y se apresuró a llegar con él.
La expresión de él cambió de inmediato: le sonrió mostrando sus dientes y aquel espacio donde le faltaba uno, con sus mejillas pintadas de un leve rosado.
En cuanto se encontraron bajo la sombra del puente, se abrazaron con todo el cariño que se tenían.
—Te extrañé mucho —le dijo. Se separaron un segundo para mirarse. Si algo adoraba Zissel de Priel, eran sus ojos, porque nunca la veía como un estorbo. Ante él, ella ni siquiera era una princesa, era su amiga. Zissel no pudo evitar sonreírle y estrecharlo con suavidad de nuevo entre sus brazos, ganándose una risita baja de su parte.
—Zissel —la llamó, pero ella negó y se acurrucó allí por un poco más—. Vamos, Zissel, van a pensar mal de ti, tienes gente pesada que podría seguirte.
—Mi abuela sabe… —se alejó entonces—, ella dice que si solo somos amigos estaremos bien.
Priel asintió, mirando a otro lado con las mejillas encendidas.
—Aun así, por favor no me abraces tanto.
Ella hizo medio puchero, pero no le reclamó nada. Estaban atrapados en deberes y comportamientos ejemplares quisieran o no, y ella no podía decepcionar aún más a su padre. Ser una princesa sin poderes la tenía bajo la mirada de muchos y, al mismo tiempo, de nadie en realidad.
Observó a su amigo que intentaba tomar asiento en la hierba, pero sus piernas temblaron con una queja de su parte. Otra vez le habían hecho daño en la academia.
—¿Priel? —susurró, arrodillándose junto a él con la preocupación en su voz— ¿Qué pasó?
Los ojos del pequeño se perdieron en el agua del riachuelo, agotados.
—No es nada, Zissel. Sabes que no les caigo bien.
—¿Te golpearon mucho? —Le tomó sus manos, dándole un apretón con cariño.
Priel sonrió con pena y negó, mintiéndole como siempre.
—Si fuese la Emperatriz prohibiría todo tipo de castigos y podría protegerte. Quizás Eros sí me escuche…
—No es necesario, Zissel. Está bien, de verdad.
—Pero no lo está.
Su corazón dolía al verlo así.
Ambos eran unos niños a los que no consideraban o respetaban. Eran un espejo inverso de aquella ideología que los condenaba a ser apartados como algo inservible y desagradable. Se reconfortaban diciéndose lo que deseaban oír de otros y tomaban sus manos cada vez que sus días se volvían difíciles. Ese era uno de ellos.
Acercó su rostro al de él, viendo sus mejillas tornarse tan rojas como sus pupilas. Pero eso a Zissel siempre le había gustado: como sus ojos se abrían ligeramente y brillaban de una forma distinta, nadie la había mirado así antes y sabía que tampoco quería que otra persona lo hiciese. Era su mejor amigo.
—Priel…, en el futuro seré capaz de protegerte y lo haré. —Él desvió la mirada, incapaz de mantenerla durante más de un minuto.
—No soy un niño, Zissel. Sé cuidarme sólo. —Pero no pudo evitar sonreír e inflar su pecho con orgullo—. Además, algún día creceré y seré yo quien te cuide a ti. Seguro hasta soy más alto. Y tendré guardias a mi orden, no habrá nadie que nos haga daño.
Está vez fue ella quien sintió su rostro acalorado y rio con ternura.
—Es un trato: tú me cuidas y yo a ti.