En Inwelz no hay mejor señal de buena suerte que las mariposas. La Primera Santa estaba cautivada por ellas y se decía que le seguían a donde iba, por lo que acabaron significando buena salud y recuperación. Al enviar cartas a enfermos, se firma con una; mas se les deja mariposas muertas sobre la cama si se desea la muerte.
Ginviv había sido fácil de convencer, en especial porque tenía a su hija enferma y ya había perdido a un bebé hace un par de años, esta niña y su hermano eran lo único que le quedaban de su difunto esposo, Taeodor. No habíamos hablado demasiado cuando estuve en Garrendal y en estas zonas de Anlezia la gente no expresaba tanto como Ennis, así que cuando rompió a llorar, me costó estar frente a ella mientras me reverenciaba y sostenía las manos con devoción.
No quería pensar en las veces que yo había perdido el control entre lágrimas o lo sucedido en el cubo con Zissel, pero era eso. Una emoción tan fuerte que no podía controlar, en la que no encontraba razones para mantener el semblante.
Sostuve la gema en mi palma. Antes de irse, el mago me había llevado al mismo espacio, aunque verde, para enseñarme a usarla. Una presión suficiente para romperla la liberaría y, cuando quisiera salir, solo debía juntar ambas partes de vuelta. Como no tenía su magia, de querer llevar a Zissel conmigo debía tocarla.
A pesar de toda la ayuda, seguía pareciéndome un hombre amargado. Quizás cuántos años tendría en realidad al vivir en esas cápsulas temporales.
Pero el cubo ya estaba en mis manos y lo había usado sin problemas luego de enterarme sobre las inyecciones.
Era un tema que me molestaba bastante. Mi madre se había hecho cargo y yo la había ayudado a organizar la vacunación masiva del año pasado en Ominbel dentro de la capital; además, le había encargado lo mismo a los Casevs —o mal llamados marqueses—, pero dos de ellos parecían no estar ejerciendo bien sus obligaciones.
Seguía existiendo la posibilidad de que estos se comunicaran en privado con ella, porque hasta ese momento no había llegado a ver documentos referentes a las vacunas de ámbito negativo. Pero era extraño, porque no se quedaba callada con cosas tan importantes como la salud de nuestra gente.
Con los brazos cruzados, observé a Ginviv mientras le ordenaba a su hijo mayor que subiera a buscar lo último que se les estaba quedando arriba. Fuera de llevar solo objetos de valor, ya que la vestimenta de aquí no iba a servir en un clima como el de Inwelz, estaba cargando alguno que otro artefacto que le recordara al ambiente de Anlezia. Me recordaba a mi versión de diez años, empacando para ir al llamado infierno de paredes azules.
No es que creyéramos en que después de la muerte había cielo o infierno como en otras naciones, pero el título encajaba a la perfección con ese lugar.
No iba a ser fácil para Ginviv encajar en Inwelz, pero yo conocí a Ilade y mucho de lo que Zissel era, se lo debía a ella. Incluso cuando se veía como una actividad de clase baja y pasada de moda, le había enseñado a tejer. No era una mujer mala. De hecho, luego de Zissel, Ilade fue mi segunda persona favorita en Inwelz y la que se comportó como mi cuidadora.
Quizás por eso fue fácil encariñarme con Ennis, no eran muy distintas.
Bajé la mirada hasta mis botas bañadas en nieve derretida. No tenía sentido pensar en ello, pero el recuerdo de los tres tejiendo me asentó una emoción que bailaba entre la nostalgia y el rechazo.
—Ya está todo, ninim —le dijo el pequeño a la bebé, cargando un jutk de tela con las cosas.
Escuchar esa palabra y ver la relación de hermanos me sacó un malestar que estaba tratando de ignorar.
Mi padre no había sabido mantener los pantalones en su sitio y eso volvía para perseguirnos como familia. Ni siquiera sabía si podía contárselo a mi madre: había perdido a su esposo y primer hijo, de saberlo volvería a perder al primero.
Ahora no solo debía cargar con la memoria de Brium, sino con la de un bebé que ni siquiera pudo nacer y conocer el mundo.
Con todo listo, salimos de la pequeña casa y nos dirigimos a la de Ennis, donde Zissel ya se estaba despidiendo de todos con las mismas palabras que yo le había dicho. A veces era demasiado obediente.
Pero lucía rara. Sabía que la mitad de las sonrisas eran mera cortesía y reflejo de esas clases que tenía de niña, la diferencia estaba en que su piel dorada ahora estaba amarilla y sus labios apenas si esbozaban una mueca. Además, estaban las ojeras y el cansancio que notaba desde la mañana.
Lo de Fenej había tomado su tiempo, pero por la forma en la que sus hombros estaban más caídos que de costumbre mientras más pasaba el tiempo, quizás no había dormido ni cuatro horas durante la noche.
A pesar de eso, la mayoría la estaba escuchando con atención. De a poco y más fácil de lo que Zissel comprendía, se estaba ganando un puesto que hasta yo debía aceptar a regañadientes.
Avancé hasta su lado y me despedí también, extendiendo mi brazo para que ella se apoyara en él. Seguía cubierta en mi capa y de cerca notaba aún más las grietas de su personaje, se veía más vulnerable que nunca. Como cuando hablábamos de las cosas que nos herían debajo del puente.
La partida de Ginviv tomó por sorpresa a varios, alguna que otra señora cercana a ella y los niños soltó una lágrima, pero parecían entender que era la única forma para salvar a la bebé, aunque miraran con mayor cautela a Zissel. No es que ahora desconfiaran más, pero seguro en sus cabezas estaban tratando de asimilar estas nuevas acciones a quién pensaban conocer.