Destino de oro en sangre

Capítulo 18

La existencia de los Dioses era sabido por todos en el continente de Kroseya, pero eso no quería decir que los veneraran de la misma forma o que no creyeran en otras cosas. Todo dependía de las naciones, de cada una de las personas. Algunos decían que los templos caídos representaron la muerte de Dioses, pero, al día de hoy, las historias se mezclan con fantasía y son pocos los que conocen los secretos y se comunican con los seres de alto nivel.

Me observé al espejo, me veía ridículo. Desde los holanes de la camisa hasta el abrigo que no me quedaba de los hombros. No era el hombre más musculoso, pero la silueta de rectángulo que se usaba en Inwelz no me quedaba bien. Era un color azul oscuro y detalles dorados con unos pantalones negros. Traté de flexionar mi brazo, pero me detuve a la mitad. Tenía que ser una broma, ni siquiera podría hacer eso sin sentirme como una morcilla.

Gruñí y me reacomodé las vendas, ya no me dolía la cabeza, pero era mejor mantenerlas por el tiempo que Finlen recomendó.

—Pase —dije después de escuchar la puerta. En Inwelz todos tocaban como Zissel, no podía diferenciarla, pero al menos quien asomó la cabeza era ella y no otra persona.

—Priel, yo... —Tenía la cabeza gacha y apretaba sus manos entre ellas, pero en cuanto levantó la mirada y me vio así, tuvo que morderse el labio para no reír.

—No me digas nada —intenté acomodar los holanes del cuello—, se siente tan horrible como se ve.

—No, no. Está bien —mintió, tratando de ocultar su sonrisa. Bufé, pasando una mano por la cara con frustración—. Bueno, en realidad si está horrible, pero fuiste tú quien no quiso una sirvienta para que te ayudara.

Me sonrió con culpa y elevó las manos hasta donde estaba el cuello y me miró, pidiendo permiso.

—No creo que puedas arreglarlo, pero adelante.

Soltó el aire por la nariz y comenzó a acomodar cada uno de los pequeños pliegues. Era un toque tan cuidadoso que fue inevitable no darle una mirada desde esa posición.

Había cambiado el lev entretejido por unos lazos azules a cada lado de su rostro que se enredaban en unas trenzas en forma de espiga. Además, tenía un vestido inleziano del mismo color con toques blancos que se ampliaba en la falda con holanes al final.

El perfume dulce me embriagó los sentidos, pero hice lo mejor que pude para ignorarlo, manteniendo la vista en un punto del techo marmoleado mientras las pequeñas manos de Zissel hacían que el traje se viese más presentable. Aske Anlesa... Esto debería ser fácil, pero estaba tratando de concentrarme en todo menos en ella solo para que no lograra escuchar lo patético que sonaba mi corazón.

Al desviar mi mirada al espejo, la imagen de ambos en una acción tan absurda e íntima me hizo morderme la lengua.

—El frac dejará de estar de moda en unos años —murmuró mientras se apartaba para verme—, no te preocupes. —Sacó del tocador unos broches y los fue colocando en el fastidioso abrigo—. Pero el problema principal es que no había de tu talla, los soldados no lo usan y los aristócratas son un poco más pequeños. Mandaré a pedir uno a medida, ¿sí?

—No es necesario —refunfuñé, era mi culpa no haberme preparado con la vestimenta para Inwelz. No solo por la etiqueta en la que Ilade insistió para no molestar al padre de Zissel, sino por el cambio de temperatura. Me había concentrado tanto en Elai Rakad que no había considerado a Inwelz.

Aun así, la sonrisa le cambió y bajó la mirada, volviendo a la misma que había sido al entrar.

—Entiendo. La verdad es que yo venía a agradecerte por darme un tiempo más con mi abuela, sé que no... te trae buenos recuerdos nada de esto.

A nuestro alrededor no había pieles y todo era porcelana y seda. No era algo que me gustara, más cuando por la ventana podía ver la zona superior del puente en el cual nos ocultábamos, pero había soportado Elai Rakad y la muerte de Ecwrin y lo había conseguido gracias a ella. Tenía el cubo y una consciencia molesta, no podía irme de aquí sabiendo que Zissel quería pasar un rato con su abuela antes de ver al que la tenía tan mal.

—La limonada estuvo bien, quería tomar una desde hace meses. Además, Ginviv quedó acomodada en una buena habitación con los niños bajo el cuidado de tu abuela y los mismos sirvientes que te trataron bien. Ambos hemos hecho lo mejor para la gente de Anlezia, Zissel.

—Pero tú no tenías que haberte quedado más tiempo, dijiste que solo fuese lo necesario y aun así...

—Las cosas cambiaron —me di la vuelta y saqué del tocador mi collar de huesos, metiéndomelo en el bolsillo bajo su mirada—. Tanto tú como yo sabemos que debemos actuar diferente de ahora en adelante. Además, es mi culpa que esto no me quede, yo mandaré a pedir uno. Ya me has ayudado con las gemas, los traslados y quién sabe con qué más lo harás en el futuro; esto déjamelo a mí.

La tristeza fue reemplazada por comprensión y alivio.

—Gracias...

Me rasqué cerca de donde estaban las vendas. No era mucho en comparación, pero luego arreglaríamos cuentas. Todo el pasado era un tema aparte que resolveríamos con otras cosas, pero si hablábamos sobre Anlezia y nuestra posición, ella llevaba haciendo un trabajo fastidiosamente bueno.




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