Destino de oro en sangre

Capítulo 19

No, le dijo su madre, jamás debes intentar hablar con ellos o podrías despertar algo más que su orgullo. Ellos son Dioses, dueños no solo de nuestro destino si lo quieren, así que vuelve a dormir y olvida esas ideas absurdas o te podrían oír. Los Santos reciben bendiciones de ellos, pero bien puede que te maldigan a ti y toda tu familia si los enfrentas.

Ya no tenía a Priel a mi lado, mi mano se sentía vacía.

Seamus no se había movido de su sitio y solo respondió cuando mi padre le preguntó si no hubo algún problema del que no estuvo enterado.

—Ninguno más de los que le comuniqué por carta, su Majestad Imperial. Como me mencionó, el Duque pierde el control sobre sus poderes ante el enojo o la frustración y ha sido la Princesa quién tuvo que resolver problemas como la comida. Además, la hostilidad es notoria.

Tensé aún más la sonrisa. Si Vance hubiese preparado alguna águila de estación para enviar aquella carta, me hubiese enterado por Priel o por él; así que no tenía más que aceptar que la intervención mágica de mi padre había llegado hasta ese punto. Era obvio. Un hombre con tanto poder y dinero no se limitaría a un animal que podía ser asesinado con una flecha, pero conmigo siempre había sido muy convencional, incluso me había enviado en carroza por aquel gran tramo.

Además, ya tenía clara la posición de Seamus conmigo. No me sentía bien, pero tampoco podía culparlo.

—Bien, la gente de Anglesia sigue sin saber la posición real que tienen. —Papá volteó y observó su trono con una sonrisa molesta—. Atreverse a insultarme de esa manera...

—Su... —intenté hablar, pero me calló de inmediato.

—Zissel, te pedí que no me decepcionaras, ¿no fue así?

Inspiré con dificultad cuando sus ojos chocaron con los míos, tenía las manos apretadas contra mí tanto que me dolían.

—Creo que estoy llevando la situación como corresponde —dije, pero mi voz era más baja que de costumbre—. No creo que llegar a irrumpir sea la solución para unir a... al ducado de Anglesia con el Imperio.

Él se tornó hacia mí y dio dos pequeños pasos, quedando a un metro de distancia, pero era como si tuviese sus manos en mis hombros.

—Zissel, ¿crees que estuve mal al matar a esas personas para integrar un territorio tan hostil y tosco, que no se dejaba ayudar, con nosotros? ¿Crees que soy un monstruo, hija? —Hija, las únicas veces que me veía como una era cuando quería que hiciese algo.

—Yo —tragué saliva, debía mentir— creo que la integración fue como debió ser en su momento. Pero ahora que ya están unidos al Imperio es momento de realmente hacerlos formar parte. Quiero que el resentimiento se vaya olvidando para que todos podamos convivir en paz.

—¿Es por eso que has permitido que continúen manteniendo ese viejo idioma? —Las arrugas al borde de la boca se acentuaron—. Cuando me enteré que lo estabas aprendiendo creí que era para defenderte, pero el hecho de que lo estés usando para hacerles creer que pueden hablarlo libremente contigo es decepcionante. El idioma de Inwelz es el inleziano y todos en el imperio deben hablarlo, creí que estaba claro.

Me tenía, pero debía salir de esto de alguna manera.

—No todos se manejan bien en...

—Entonces oblígalos a entender —acentuó, inclinándose hacia mí—. Eres una hija mía, sabes usar una espada y no te envié para que fueses a hacer amigos, Zissel. Tú único propósito es tener un heredero, es lo único que me importa, lo único que quiero de ti. Sabes bien que hubiese escogido a Nelin, seguro ella se hubiese cumplido con tu deber y su hijo sería poderoso, pero decidí darte una oportunidad, así que no la desperdicies.

Me tembló el mentón. No quería llorar frente a él, no cuando tenía que luchar por mis hermanos y por las promesas que le hice a Priel.

—Tienes hasta el final del invierno Zissel. Cuando ese niño nazca, lo traerás aquí. De momento te dejaré hacer como quieras, pero no olvides que en el momento que intentes traicionarme —me revolvió el cabello como un gesto cariñoso—, bueno, ya sabes.

Se alejó de mí soltando una risa.

Había estado eclipsada por la pesadilla, ahora que enfrentaba a mi padre y también sabía cómo era Priel en realidad, uno me aterraba más que cualquier otra cosa.

—Pueden retirarse, no hay nada más que quiera saber. —Volvió a tomar asiento, rascándose el cabello plateado con despreocupación.

Pero no pude moverme de aquel sitio mientras lo miraba y sus palabras se repetían en mi cabeza.

Era como si todo estuviese perdido para mí. Era una inútil sin poderes que no podía hacer nada bien, que no iba a salvar a sus hermanos y que no podía salvarse ni a sí misma, que había lastimado a su amigo y que incluso ahora no lo podría salvar o compensar por el daño que había hecho.

Mi padre elevó una ceja.

—Dije que pueden retirarse.

No, no podía. Al igual que con la pesadilla, tenía que dar todo de mí para conseguir algo, aunque fuese mínimo.

—Sobre el consulado..., ¿podría su Majestad Imperial considerarlo?

—Créelo hecho —movió la mano de un lado a otro como si eso no importara—, mientras no intentes nada, puedo hacer el camino de mi futuro nieto más sencillo.




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