Destino de oro en sangre

Capítulo 21

Cada siglo nace y muere un Santo. Su palabra es similar a la de los Dioses, por lo que es bien respetada en todas las naciones, incluso por aquellas donde no se les venera. Viajan por todo el mundo y suelen traer tanto tragedia como bendiciones, son la voz de los Dioses en el mundo terrenal.

Hoy la semana que le había pedido a Priel se acababa y, si bien ya no necesitaba demostrarle que estaba realmente dispuesta a realizar un buen trabajo como Ali Terina, había bastantes cosas que tenía que terminar o continuar referente al puesto.

Después de que Vance me entregó la lista, arreglé todo con Priel y pedimos las cosas a los lugares que más convenían, llegarían hoy a medio día gracias a que Eze los iba a trasladar. Los imperiales los iría a buscar por su cuenta, ya que decía que nosotros tardábamos mucho, esta vez en el castillo de mi abuela, donde tenía otro poco de mis ahorros.

Me observé al espejo mientras Alqie hacía mi cabello, hace dos días que, al observar a Maivi trenzar con dificultad, se había ofrecido y no había dejado de hacerlo desde entonces. Tenía una mano ligera para haber trabajado con espadas y arcos, peleando casi toda su vida. Priel no tenía la mitad de eso, de hecho, tenía una mano pesada.

Sonreí. Fuera de un par de diferencias, no habíamos vuelto a discutir: conversábamos en el cubo y nos contábamos sobre nuestras ideas, problemas referentes a Anglesia y todo lo que debía quedar fuera de los oídos de otros.

—¿Está feliz porque llegarán los implementos? —me preguntó Maivi, sentada en el sofá, esperando a que Alqie terminara de peinarme.

La miré por el reflejo, él no solo me peinaba a mí, sino que también se estaba encargando de Maivi, así que ahora llevaba su cabello anaranjado con dos trenzas que se enroscaban en sí mismas en la zona del cuello.

—Es más bien porque las cosas están avanzando bien. Alivia bastante.

Me sonrió, al igual que Alqie.

Seamus a su espalda nos observaba cómo siempre. Había logrado hacer que las cosas no cambiaran entre nosotros.

Se había dirigido a mí luego de aquella larga conversación con Priel, diciendo: “Espero que no le haya molestado todo lo que le dije a su Majestad Imperial, pero un miembro de la familia Solinova no puede fallarle al Emperador”.

Eso estaba claro, no podía culparlo, una hija de Reuben tampoco podía fallarle. Y aun así me molestaba no solo eso, sino mi propia hipocresía. Él en realidad no me había traicionado. A fin de cuentas, ese era el rol de Seamus: no solo lo habían traído para protegerme, sino para observarme.

¿En cambio yo? Estaba apoyando y protegiendo a quien asesinaría a mis hermanos, incluso cuando en este momento no me hacía sentido que lo hiciera. A grandes rasgos y con la mirada de Inwelz, yo era la traidora. Traidora al Imperio donde nací.

Pero quizás... quizás fuera de mi familia y poco más, yo realmente no pensaba en Inwelz como un hogar. Todo fue por Eros y Nelin, pero realmente jamás para mí. Fuera de lo que había estudiado y perfeccionado, de los años que pasé luchando con la percepción de toda la nobleza, ¿qué había de mí en verdad? Luego de salir de Inwelz, la idea de mi propia identidad se veía tambaleante.

—Está todo listo.

Los ojos taciturnos de Alqie se cerraron al sonreír, hice igual y me levanté del asiento con el bealvak violeta oscuro que había pedido cuando vino la costurera que haría el frac de Priel. Le había aconsejado el azul. A pesar de sus ojos rojos, el azul le quedaba bien, en especial si se parecía al de los cielos más intensos.

—Si quieres puedo peinarte a ti también —le dijo a Seamus, que tenía su voluminoso cabello negro atado en una coleta alta, pero este negó. Algo había pasado con mi padre o entre ambos, porque en un inicio Seamus parecía confiar en él cómo guardia sin problemas, pero ahora se comportaba mucho más distante, resguardando su espalda incluso cuando Alqie era un buen guardia. De hecho, era demasiado honesto para su propio bien.

Inspiré hondo y tomé unos papeles con información para hoy, datos exactos y documentos de compra que iban directo a la memoria del Ducado de Anglesia.

Ahora que no recibía ninguna sustancia en la comida, mi estado había mejorado en comparación a los primeros días y el cambio lo notaba desde que abría los ojos.

Verye no había regresado a trabajar conmigo, de hecho, la veía poco, aunque se mantenía como parte de la servidumbre del castillo. Priel me había dicho que, ni él ni Olife iban a revelar la verdad de momento, pero que debía adelantarse o acabaría dañando a su madre aún más que la noticia.

Estaban peleados y yo era la razón de ello. Bueno, en realidad entendía a Aelan, Priel no había confiado en mí hasta que le conté sobre la maldición. Cualquiera que lo viera desde afuera, sospecharía.

Recorrí el largo de los pasillos hasta la oficina de Priel. Un golpeteo y entré.

—Su Excelencia —dijo, estaba acomodando la capa negra para salir.

Ali Terzar —le dediqué una sonrisa y avancé hasta el escritorio, mostrándole el nuevo documento que habíamos establecido ayer para situaciones como estas—, todo listo. Vance me dijo que el águila ya regresó, ¿cómo le fue con los caminos?




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