El Dios de las Apuestas se burló: “nunca he perdido porque conozco el destino y sé que verlo te volverá loca. Pero, si aun así me desafías, debo advertirte que luego de un pacto de sangre no hay marcha atrás, condenará todo lo que venga de ti a no ser que cumplas”.
Salí a pasear montado en Fenej, la tormenta ya estaba haciendo de las suyas, pero aún podíamos soportar los viajes y las salidas al exterior.
Anoche había recordado una promesa de las muchas que había hecho con Zissel, la que cumplió aún sin querer. No me había casado con Nelin y era gracias a ella. Todo parecía más absurdo mientras el tiempo pasaba.
La nieve me tenía el cabello mojado y mi nariz, orejas y dedos estaban fríos y rozando un morado. Ya iba siendo hora de volver o el frío me quemaría la piel. Fenej volteó con el pitido del silbato, dentro de poco llegaría Fritsi para conversar de los caminos. Aquella zona seguía desconectada de la ruta principal y debía tener una solución para antes de que finalizara la primavera.
La silueta de mi madre en la ventana no me tomó por sorpresa, luego de ayer, se había molestado aún más conmigo. Zissel seguía como la veeza hija de Reuben, que yo la ayudara a ganarse a nuestra gente estaba a la misma altura que la traición.
Una ráfaga chocó con mi espalda, sacándome una maldición. Tenía el cubo para desahogarme, pero este clima me recordaba a las veces que perdía el control y me ponía más ansioso de lo usual.
Entré al establo, Menvis conversaba con Zissel mientras esta acariciaba a Ezku. No sabía qué le contaba esta vez, pero ya estaba al tanto que le gustaba compartir historias vergonzosas de cuando era pequeño.
Carraspeé, bajándome del lobo. Ella me observó acompañada de una sonrisa brillante, de esas que aparecen luego de una buena risa.
Aske Anlesa. ¿Acaso había cometido algún mal para que me sucediera esto tan seguido?
Luego de todo el hielo, el calor me volvió al cuerpo.
—¿Hay señales de Fritsi? —dije, acomodando a Fenej con los demás para luego quitarme la nieve del pelo.
Negó. Hoy lucía mucho más animada que antes, a pesar de que estaba vistiendo de forma similar a cuando nos comprometimos: el bealvak rojo y la capa café, incluso tenía un collar de huesos. Aunque lo intentara, cosas como esas siempre demostraban que todo lo había aprendido por los libros.
Las runis tenían un significado y muchos compraban algunos huesos tallados con valores y etiquetas básicas, pero cuando solo tenías una de esas hacías notar la falta de apego con tu propia historia en Anlezia.
—Vance me dijo que está todo listo, las reservas de madera en la capital están resguardadas y Eze me entregará proveedores de aislantes para el próximo invierno. Luego tendremos que estimar los valores, es mejor comenzar desde ahora.
Ya de pie, pude apreciar mejor su semblante. Mantenía sus manos sobre la falda al igual que el primer día que llegó, pero ya no lucía tensa o como si fingiera algo, y las ojeras habían disminuido ligeramente.
Asentí y sin palabras de ninguno, ella tomó mi brazo y caminamos juntos fuera del establo. La cortesía ya no se nos hacía incómoda y se había transformado en rutina, ir del gancho y conversar de las cosas que nos competían referentes a nuestros cargos.
—La nieve es preciosa —me dijo justo un segundo antes de que una ráfaga nos diera en la cara, haciéndonos tambalear. Instintivamente tomé la capa y nos cubrí a ambos, escuchando como se reía, aferrada a mi otro brazo—. Lo siento tanto, parece que este lugar me odia —bromeó con sus males.
Yo me mordí la lengua, por más que todo el mundo aquí la tratara como forastera, lo que se decía de las Ali Terinas y Aske Anlesa iba en favor de Zissel en todos los sentidos.
—No digas tonterías. —Avancé con ella, protegiéndola del viento hasta que entramos de vuelta al castillo.
En su mirada notaba cuánto le afectaba. No podíamos quitarnos de encima las palabras que nos habían acompañado de niños.
—Al menos podrías reírte un poco. Realmente pareces un gato, me sorprende que te lleves tan bien con los lobos.
Di un respingo, sintiendo mis mejillas enrojecer otra vez.
—Un felino no es similar a Cerzen, deberías buscar algo mejor.
—Pero tú eres un felino —susurró, apuntándome con ternura—, pareces un gato grande y gruñón que se engrifa con todo. De hecho, ahora pareces uno.
Aske Anlesa, la miré por el rabillo del ojo con obvia vergüenza y frustración.
—No recordaba que los ratones hablaran. —Soltó un quejido, deteniendo sus pasos. Su rostro se puso igual de rojo que su bealvak.
—¿Te parezco un ratón? —lo dijo tan ofendida que una sonrisa se me asomó de forma inconsciente.
—Eres escurridiza —enumeré, divertido con su expresión—, siempre de aquí para allá, pequeña, capaz de enfurecer al dueño de casa, inteligente... Creo que calzas bien con un ratón.
Su boca se transformó en un puchero a medio hacer y entrecerró sus ojos.
—¿No es como esa fábula en la que el más pequeño salvaba al grande de una trampa? El gran y temido león que fue abandonado cuando cayó en desgracia junto al ratoncito al que todo el mundo despreciaba, que, con ingenio y dientes, rescató a la supuesta bestia.