Destino de oro en sangre

Capítulo 24

Aburridos, los Dioses jugaron con la vida de las personas; otros crearon catástrofes; algunos ayudaron y bendijeron. Con el tiempo, se fueron colocando límites para la intervención de los Dioses en tierra; aun así, los más sádicos consideran que no necesitan sus poderes para ver cómo la gente se destruye entre ella.

Nublada por el miedo, me aferré a Ezku con el viento helado golpeándome el rostro. Priel iba detrás de mí, guiando a mi lobo para hacer del recorrido el más corto.

Era una estúpida, estaba claro que Maivi había sido puesta allí para manipularme, que, de los cuatro, ella era la más débil y la que necesitaba más protección. Y la había dejado sola.

Todo había sido preparado con antelación, la habían envenenado cuando el doctor no estaba, cuando yo me había marchado con Seamus y Alqie estaba descansando.

Mi padre, seguro había sido él. Seamus le había contado que aún no estaba embarazada, que me estaba apegando a Anglesia; solo eso bastaría para desatar su furia y asesinarla. Siempre había sido una carta desechable, pero si Maivi moría, no solo sería para mantenerme a raya, sino que podría atacar a Anglesia y a su gente por la pérdida.

—Priel —lo llamé en un grito bajo, incapaz de resistir el viaje. Necesitaba llegar cuánto antes, no podía perder a Maivi.

—Ezku va tan rápido como puede. Tú solo sujétate, llegaremos a tiempo.

Asentí. Incluso si lloraba, de nada servía.

El viento era impredecible, la nieve no dejaba de caer y temía que los poderes de Priel estuviesen empeorando el clima, pero debía confiar en él.

Detrás venía Vance y, mucho más atrás, la carroza donde iba Liya. Era entendible si luego no quería ser mi Dama de Compañía, pero para su seguridad todavía podía regresar a su puesto de sirvienta.

Me limpié las lágrimas que iban saliendo, me dolían los ojos por el frío y las ráfagas me dejaban sin aire a momentos. Fue cuando entramos a los terrenos del castillo que mi miedo y pena comenzaron a ebullir: era una emoción tensa, amarga.

Incluso cuando todos los soldados nos recibieron y Priel me ayudó a bajar, lo único que hice fue mirar en dirección a dónde se encontraba el cuarto de Maivi. A grandes zancadas, al punto en el que casi corría, acorté la distancia hasta llegar con ella.

El cuarto estaba lleno de gente tratando de ayudarla; Imco revisaba las ventanas y, a su lado, un guardia sostenía una bolsa de hielo sobre su nuca, incluso Aelan mandaba a una sirvienta a traerle yerbas buenas.

En la cama estaba Maivi: labios morados, pálida y con espasmos cada poco. Se me partió el corazón.

—Querida Zissel —me dijo Aelan, con total sinceridad—, no sabemos aún qué veneno han usado, pero ya hemos ido a buscar al doctor. Llegará en un par de horas.

Tomé sus manos entre las mías, quitándome los guantes. Si yo estaba fría, ella tenía los dedos como hielo. Quizás no iba a poder salvarla. Pero no soportaba la idea de dejar las cosas así.

—¿Quién fue? —pregunté, observando a Imco.

—Vance puso un guardia cuidando a su Dama de Compañía, pero lo dejaron inconsciente de un golpe y cuando despertó, la encontró en el piso.

Aunque lo había dicho de mala forma, incluso él sentía remordimiento.

—Ve a mi cuarto y llama a Eze —le pedí a Priel, no quería apartarme de Maivi, no si ni siquiera teníamos apresado a quién la había envenenado.

Él asintió, dando grandes pasos al otro lado del pasillo.

—Querida…, lo lamento. Sé lo que es perder a un ser querido.

Apreté los labios, sin apartarme de Maivi.

—Ella aún no ha muerto. —Me giré hacia Imco, yo aun trataba de mantener el buen semblante—. Quiero a todos los soldados buscando al culpable y, si lo encuentran, tráiganlo con vida. Todo lo que nos facilite salvar a Maivi es prioridad.

Sin quejas y con una leve reverencia, se marchó con el poco de guardias que estaban en el cuarto.

Vance llegó a los minutos después con el grupo de la carroza. Seamus, más preocupado que nunca, se acercó a la cama y se agachó hasta la altura de ella, observándola con genuino temor.

—¿Qué fue?

—Aún no lo saben. —Los espasmos eran cada vez más constantes y bruscos.

Mis Santos, si tenían la posibilidad para salvar a Maivi, debían hacerlo, no podían permitir que una niña pequeña se fuese de esta forma. No cuando no había hecho nada malo a nadie.

La habitación desapareció y fuimos transportados a un cubo verde, con Seamus incluido. De inmediato sujeté a Maivi, abrigándola con los cobertores.

Priel frunció la boca, Seamus no le agradaba.

—Eze, por favor sácalo de aquí.

—¡Espere, su Alteza! —Se apresuró, saliendo por primera vez del papel de guardia ejemplar—. Necesito saber cómo ayudarla, quién lo hizo.

Fue entonces que recordé el funeral de Nifeya, la hija pequeña de la familia Solinova. Hace ya unos siete u ocho años, antes de que cumpliera los trece y luego de una larga batalla contra una enfermedad sin nombre. Siempre había notado un apego de su parte, pero ahora todo tenía más sentido.




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