Destino de oro en sangre

Capítulo 25

Antes de Aske Anlesa, las tierras eran conocidas por las pocas personas que la habitaban. Pueblos nómades que fueron a donde nadie más osaba ir. Algunos decían que estos debían tener algún tipo de magia para sobrevivir con tan poco y en un clima tan extremo.

Cai Priel —llamó mi madre, casi pisándome los pies—, ¿cómo estás? ¿Estás seguro de poder resistir todo esto?

La ventana del costado mostraba el clima tormentoso del invierno, pero fuera de su oscuridad, no había nada rojo en él. Desde que Zissel me señaló el estar controlando los poderes, no había podido evitar notar con orgullo que estos no reaccionaban tan volátilmente ante cada mínima emoción.

—Estoy bien —mientras tuviese la piedra y no me dieran esa droga—. ¿Dónde está Imco? —me dirigí a uno de los guardias.

—Bajó a la prisión, kuvral Olife está con él.

Mamá se sobresaltó de nuevo.

¡Cai Priel! —Me tomó del brazo antes de que pudiese dar un paso más, con los ojos bien abiertos.

—¿Qué pasa? —bajé la voz, soltándome. Desde que Zissel había mencionado aquel veneno estaba un poco más nerviosa de lo que se ponía con estas cosas. De hecho, conociéndola, era más normal que con una intervención de este tipo estuviese hecha una furia.

El guardia y los sirvientes cercanos nos miraban con atención, ella dudó. Volvió a tomarme del brazo y me llevó a uno de los cuartos apartados donde guardábamos implementos de limpieza.

—No creo que sea correcto que vayas, cai Priel. Por tu bien, si te mandamos a dormir puede que tengamos más problemas. —Se cruzó de brazos, negando—. No quiero a la veeza tomando las riendas de esto cuando puede que no sea uno de nosotros, si no que de su padre.

—¿Puede? ¿Me estás queriendo decir que crees que alguien de aquí lo hizo?

Zissel estaba segura de que había sido su padre y hasta antes de las palabras de mi madre, yo también.

—Olife —susurró de malas ganas, pero con temor—, sabes bien que ella no se anda a paso ligero sobre el hielo. Sé que tenía una botella con veneno, era de una serpiente, pero no recuerdo su nombre, cai Priel. Además, tus poderes. Si resulta así, ¿cómo podría mandarte a dormir? Olvidarás todo y te necesito consciente. No puedes descontrolarte, ¿entiendes?

Apreté los dientes, la droga era otro problema que me mandaba al cubo cada que recordaba que fácilmente podía ser un plan de Reuben para debilitarme.

—No pasará, estoy bien. —La rodeé y salí del lugar, sujetando la piedra en caso de perder el control.

Aunque no dijo nada, tenía sus pasos coordinados con los míos.

Me metí por aquella estrecha escalera que daba a la planta baja entre pasillos mohosos e iluminados por antorchas cada tanto. A pesar de no tener ventanales, era mucho más frío que el Palacio.

Yzek hacia guardia a la entrada de la prisión, recostado sobre la pared. Luego de vernos se rascó el cuello, lanzando un suspiro alto.

—No creo que sea adecuado que el Ali Terzar entre —le dijo a mi madre, mirándome de reojo.

Entrecerré los ojos, temían por mis poderes, pero si lo decía así con más razones debía ir.

—Eso es lo que creo. Yo me hago cargo desde aquí, cai Priel.

Di grandes pasos, ignorándolos por lo que quedaba de trayecto. Cada vez más, el ligero aroma a sangre se transformaba en una peste que me revolvió el estómago. Cuando abrí la puerta, Imco estaba de pie junto al mismo soldado herido de hace poco, golpeado y atado a una silla, con Olife presionando un cuchillo sobre su garganta, con la cabeza volteada en nuestra dirección.

Parpadeé un poco aturdido antes de cubrirme la boca con asco. Recordando la primera vez que mis poderes dejaron de hacerme caso. Vidrios y sangre, tuve que recurrir al cubo antes de que pasase a peor.

Aske Anlesa... —me apoyé en la pared morada, golpeándome la frente con el lateral puño sin mucha fuerza.

Inspiré hondo.

—Niño, ¿cómo está la chiquilla?

A este punto ya debía acostumbrarme, no lo hacía siempre que venía, pero no era extraño que me dijera algo.

—¿Te refieres a Zissel o a su Dama de Compañía? —Me puse de cuclillas, mirando hacia arriba como si él estuviese allí.

—A la niña de pelo naranja.

—Todavía no despierta, ha pasado muy poco desde que le dieron el antídoto. —Hubo silencio durante unos segundos antes de que me preguntara por mis poderes—. Todo normal, Zissel dice que estoy camino a controlarlos.

—Bien, porque desde ahora vas a tener que proteger a tu pedazo de tierra más que nunca.

Siempre hablaba de esa forma, sacándome un resoplido. Pero tenía razón. Luego de esto tenía que enfrentarme a aquella escena frente a mí de nuevo y todavía me quedaba confirmar de qué lado venía el veneno.

Cuando me hice la idea y él no dijo nada más, volví a juntar los cristales para volver con Olife y la tortura que estaba llevando a cabo. El olor a sangre fue como una patada en el estómago.

Cai Priel —dijo ella, apartando el cuchillo mientras le daba palmadas en la cara como si le hablara a un niño pequeño—. Tienes suerte, usuik, de momento no seguiré con las uñas.




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