Destino de oro en sangre

Memoria

Invitaciones.

Con su abuela todo había ido bien. Desde que estaba bajo su cuidado había encontrado una fuerza para mantener la promesa de proteger a sus hermanos luego de perder a Priel.

No, en realidad no lo había perdido. Ella había decidido muy tontamente mantenerlo lejos de su familia. Algunas noches se preguntaba qué sería de ellos sin la maldición; pero luego recordaba que solo le mostraba lo inevitable. Entonces cómo... ¿Por qué alguien como Priel querría matarlos luego?

Aún estaban esos pequeños momentos en los que lo extrañaba, mas debía ser fuerte. No podía permitirse extrañar al asesino de sus hermanos, pero al pasar los años cada vez era más complicado no ver lo infantil el acto y como todo pudo haber sido mejor de manejarlo diferente.

Se concentró de vuelta en el libro frente a ella, debía repasar cada una de las leyes de cortesía en su Baile de Presentación. Todo debía ser perfecto, sorprender a su padre, ser digna de que la considerara.

Cabeza en alto, la falda del vestido jamás debe tocar el suelo y la mirada no puede flaquear.

Dado que había estado practicando con Danciel y las manos ya no eran tan suaves como se suponía que las señoritas las tenían, decidió que los guantes lo ocultarían bien.

Suspiró, ocultándose entre sus piernas como un ovillo. Solo tenía dieciséis, pero no se había enamorado, no tenía un sueño que quería seguir, ni siquiera sabía quién era en realidad; quizás quería saberlo aun sí eso iba en contra de las normas sociales. Se sentía como una amalgama de muchas cosas sin ser algo en realidad.

Una parte de ella quería ser reconocida no solo para salvar a sus hermanos, aunque llegaba a creer que era absurdo y egoísta. A fin de cuentas, todo era por ellos.

Tampoco estaba segura de que le gustara demasiado su cuerpo, ni si a alguien podría enamorarse de ella, incluso si sabía que sería un amor imposible; porque, al final del día, tenía decidido que tomaría el lugar de Nelin junto a Priel.

Su nariz era muy pequeña, muy levantada; sus mejillas muy regordetas; su pecho no estaba hecho para un corsé; su color de pelo era muy oscuro; sus ojos no eran morados y sus manos no eran delicadas en lo mínimo.

Inclusos si su abuela le decía que eran preocupaciones que surgían a esa edad, que era preciosa como su madre, tenía dudas, inseguridades. Y a veces deseaba haber sido bella para compensar un poco que no tenía poderes, o al menos tener los ojos de su familia para que dejaran de dudar de la castidad de quién la dio a luz.

Todas las chicas que conocía le habían dicho lo afortunada que era de tener un baile para ella sola, pero considerando su mala fama, cualquier error podía hundirla más.

Aquella noche no tuvo la sangrienta pesadilla, sino que un recuerdo mezclado en fantasía, donde Priel la llevaba de la mano. La misma espalda ancha de los sueños, pero esta vez se reía, llevándola entre un montón de pinos nevados como le contaba de niño.

—Te quiero, Zissel —su voz hizo eco antes de despertar llorando.

Se ahogó entre lágrimas y culpa, tratando de convencerse a sí misma que había hecho lo correcto.

Karime vino a verla con el desayuno. Todo el día fue un borrón, desde atar el corsé hasta saludar a los invitados. Nada estaba fuera de lugar, pero tampoco permanecía lo suficiente para ser memorable.

Caelus Rishel, su acompañante, intentó sacarle más de una sonrisa con bromas sutiles; pero si bien lo conseguía, ninguna era sincera. Había escuchado a su padre: un joven sencillo como él, con título y riqueza suficiente para no rebajarla era indicado para ella. No tendría que hacer demasiado: ni fiestas, ni política, ni siquiera tenía que mostrar su rostro si no quería. Quizás por eso cuando lo miraba, a pesar de que era un chico de su edad y apuesto, no podía sentir más que aversión.

Se sentía una extraña en su propio cuerpo, como si nada en verdad le perteneciese.

Fue al balcón un momento para tomar aire y desde allí miró a Nelin y Eros conversando animosamente.

Era por ellos, cada cosa que había hecho hasta ese día. Apenas sonrió. Los quería a salvo, pero no tenía idea de en quién se había convertido fuera de un intento de salvadora.




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