Destino de oro en sangre

Capítulo 28

Se dice que Aske Anlesa llegó con la primera nevada y que al ser tan bien recibida por una familia que no tenía más que un fuego y hierbajos, comenzó a reunir a la gente y los bendijo como la historia cuenta. Otros dijeron que había cometido un acto tan grave que había sido desterrada a las tierras que ni los humanos querían habitar.

Me apegué a la almohada, gruñendo por lo bajo. Iba a ser un día agotador con demasiadas horas de viaje y días de trabajo que le seguirían, lo único que quería eran cinco minutos más.

Inspiré hondo, sintiendo cosquillas en la nariz. Aske Anlesa, ¿qué estaba molestando ahora? Entreabrí los ojos y me topé de cara con Zissel. Me tomó un segundo, tenía mi mano sobre su cintura, había estado aferrándome a ella quién sabe por cuánto.

La solté como si me hubiesen golpeado y, en menos de lo que contaba tres, ya estaba fuera de la cama.

—Lamento no haberte despertado —susurró con resignación, tenía las mejillas sonrojadas—, pensé que era mejor que descansaras.

Me pasé las manos por la cara, intentando calmarme. No había pasado nada, ya nos habíamos abrazado antes. Nada del otro mundo. Pero estaba avergonzado hasta los huesos, como si hubiese salido desnudo a dar un discurso frente a mi gente.

—Sí. Bien. Olvidemos que esto pasó, tenemos trabajo que hacer.

Me coloqué las botas, la capa y salí de la habitación solo para evitar más vergüenzas, pero durante el resto del día no pude enfrentarla del todo.

Le respondía cada que me preguntaba y estaba a su lado ordenando los materiales y alimentos; pero no era capaz de mirarla a los ojos y evitaba acercarme cuanto pudiera.

Era peor que un crío estúpido y enamorado y parecía que nunca iba a escapar de ella.

Había sido mi primer amor y, Aske Anlesa, hasta esas palabras sonaban demasiado melosas.

Incluso si una parte de mí había renunciado a la idea de enamorarme y vivir con ese alguien por el puesto de Ali Terzar, la otra seguía siendo un niño de dieciocho que ni siquiera había besado a una roca y tenía a la misma Cerzen sonriéndole cada tanto.

Me masajeé la frente, mirando el camino que Fritsi había preparado en caso de que el otro estuviese inhabilitado.

—Creo que debería acompañarte —me dijo Yzek. A pesar de todo, hoy se parecía un poco al que creí un hermano allá en Garrendal y eso era porque parecía realmente preocupado—. Tu madre estará bien.

Bebí un gran trago de aqza, tratando de entrar en calor para el viaje que le seguía y luego negué. Era el único al que le aceptaría un calmante de tener otro ataque y conocía a mi madre, lo iba a necesitar. No solo se había enterado de las infidelidades, también de los quién sabe cuántos medios hermanos yo habría tenido con los que Olife acabó.

Mientras más lo pensaba, más amargo y perverso era.

—Yzek, eres el único en el que mi madre confía ahora y sé que le va a hacer falta alguien considerando las circunstancias.

Nos quedamos mirando. Me picaban los ojos por la falta de sueño, pero podía reconocer es sonrisa altiva con la que a veces salía por más que la quisiera ocultar.

—Las circunstancias se llaman “veeza”, ¿no?

Apreté los dientes. Condenada palabra. A este punto me molestaba más a mí que a Zissel.

—Quieres que detenga a tu madre si intenta algo —continuó—. Al menos podrías ser más claro y decirme que quieres que esté de niñero.

Me reí corto antes de que el desagrado se hiciera notar en mi cara. La supuesta preocupación se había esfumado.

—Confío en que la Ali Terina —acentué— va a poder contener las cosas que mi madre y Olife intenten en su contra. —Aparté la copa, todo el dulzor de pronto me pareció exasperante—. Si te dejo con mi madre es porque sé que perderá los estribos y puede que destruya medio castillo y a sí misma si no hay alguien que la calme.

Él me quedó mirando como si no me reconociera, con los ojos oscurecidos en apatía.

—De verdad, Priel —negó—, has perdido el rumbo desde que llegó esa veeza y espero que luego no tengas que lamentar nada; porque, por si ya te olvidaste, todos los problemas son culpa suya, incluso lo de mi padre. Así que no esperes que yo le tenga respeto. Tú tampoco deberías.

Se levantó tan de prisa que casi derrama mi copa, relamiéndose los dientes como si se contuviera.

—No sé qué milagro es que ya no estés necesitando la medicina, pero la vas a necesitar allá afuera. Sin nadie que te controle a ti, lo más probable es que acabes matando a más personas y dudo mucho que la veeza pueda hacer algo por ti. A fin de cuentas, siempre has sido así, como un monstruo que...

Todo fue demasiado rápido, Zissel entró como una tormenta y le dio con toda su fuerza en la mejilla. El golpe resonó en la oficina, se había sacado el guante solo para darle.

Solté el aire. Incluso cuando las nubes se habían formado sobre nuestras cabezas y mis puños estaban tan cerrados que temblaban, verla allí, enfrentando a Yzek aunque este le superara en fuerza y tamaño por mucho, me hizo sentir seguro por primera vez en mucho tiempo.

—Lamento haberlo golpeado, Casev de Garrendal, pero no voy a aceptar que insulte de esta manera al Ali Terzar —dijo Zissel, sin bajar la cabeza—. Puede culparme de todo y aceptaré mis pecados como debe ser, pero no le voy a permitir esta clase de trato. El Ali Terzar no es capaz de controlar sus poderes y usted lo sabe. Sabe que ciertos temas le provocan incomodidad y otros tan sensibles como la muerte de su padre son los que lo descontrolan al completo; y, aun así, ha decido no solo faltarle el respeto, sino que también exponer a todos en el castillo a un accidente en pleno invierno, lo que también afectaría a Unzeya; así que no se lo voy a aceptar. —Se cruzó de brazos, inspirando hondo antes de ordenarle—: Salga de aquí en este mismo instante.




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