Cuando el sueño se repitió aquella noche, supo que ya no podía ser casualidad. Su madre guardó silencio, cerrándose a compartir su propia historia; pero ella no se detendría. Reunió a todos y les contó lo que su esposo haría al volver. Nadie le creyó, solo era una desquiciada más por la guerra. Pero pasaron los meses y, devastado el pueblo, sus palabras resonaron en el silencio una vez más.
Dejar ir a Priel fue difícil, temía por él incluso con Seamus acompañándolo. El viento mecía las ramas de los pinos con violencia y de solo pensar en los acantilados que debían cruzar se me revolvía el estómago.
Ahora que ya no tenía a Maivi ni a Priel, el castillo de Terlebeya se me hizo más solitario. Suspiré sin ánimo. Momentos así me recordaban que no tenía muchos amigos.
Alqie me siguió paso a paso. Ya me veía en la oficina sentada frente a todos esos documentos y un té hirviendo para quitarme el entumecimiento de los dedos.
Vance se nos acercó por el lado con una sonrisa tranquila.
—Ali Terina, ya tengo lo que...
Todos saltamos en el sitio, en la cercanía, el estruendo que parecía un enorme vidrio rompiéndose nos hizo mirar al segundo piso, donde quedaba el cuarto de Aelan. Del mismo pasillo apareció ella con el cabello y los ojos hechos un desastre, seguida de Yzek con la mejilla igual de roja que hace rato.
Sus ojos encendidos daban con los míos mientras bajaba y la gente empezaba a reunirse preguntando por el ruido.
Me costó tragar saliva, aferrándome al pomo de la espada de Priel inconscientemente. Era claro porqué Seamus lo hacía incluso cuando no pensaba usarla: un apoyo, de pronto, ya no me sentía tan sola y desprotegida.
Alqie se colocó entre nosotras, dándome una mirada, sin saber bien qué hacer. A fin de cuentas, Aelan seguía siendo parte de la familia Anlezia y él no tenía poder suficiente.
—Tú —me señaló, elevando el mentón con desdén—, ¿cómo te atreves a abofetear a un miembro de nuestros respetables protectores?
Pasé de su rostro acalorado al de Yzek, que, si bien no tenía cara de estar disfrutando el enfrentamiento, me veía de vuelta como si fuese peor que la peste. Y luego volví al de Aelan, que parecía querer acabarme con sus propias manos.
—Su acompañante le faltó el respeto al Ali Terzar, a su hijo —intenté explicarle—. Lo único que hice fue defenderlo.
—¡No me hagas reír! —alzó la voz—. Tú no hiciste eso por mi hijo, lo hiciste porque te hirió el orgullo, ¡porque sabes que tú eres la culpable de todo!
Las mejillas me ardieron, dolía porque en el fondo sí tenía razón, pero si lo había abofeteado era porque no había hecho más que recalcar palabras y sucesos que herían aún más a Priel, así que no bajé la cabeza.
—Kuvral Aelan —dijo Vance, moviendo sus manos como si intentara calmarla—, esto no es...
—¡Tú calla! ¿Crees que no sé qué estás conspirando con la veeza para destruir estas tierras?
Verlo retroceder, avergonzado, me molestó aún más.
—Él no ha hecho nada para que lo trate de esta manera, si tiene algo que discutir conmigo, diríjase a mí. —Me coloqué al medio, recuperando la atención—. Lo que Yzek ha dicho fue que Priel era un monstruo y le recordó la muerte de su padre. Todos sabemos que sus poderes están ligados a sus emociones. Por culpa de él podía haber perdido el control y habría puesto en riesgo la ayuda para Unzeya.
—Ahora te preocupa —fingió una risa, negando con repudio y luego bajó la voz, acercándose demasiado, imponiendo su altura—. ¿Acaso quieres que les diga a todos que eres la razón por la que no pudo controlar sus poderes? ¿Qué insultaste a todas nuestras tierras y ahora te vienes a pavonear como una salvadora?
Tragué saliva, mi fuerza flaqueó.
—No voy a defender lo que hice —di un paso atrás, pero no bajé el volumen; si planeaba usar eso para amenazarme, se lo quitaría de raíz, porque se sabría tarde o temprano—, sé bien lo errada que estuve y el daño que le provoqué. Pero desde que llegué he intentado resolverlo. Fui yo quien ha ayudado a Priel para que recupere el control de sus poderes y fui yo quien le permitió dar cierre al luto de cai Ecwrin.
»Usted, en cambio, no ha hecho más que darle una droga con efectos dañinos severos en el cerebro. Era una insepsia blanca y no venía de Kalantis ¡y aun así seguían dándosela sin siquiera buscar otras soluciones después de años!
—¡No te atrevas a insultarme cuando todo lo que hice fue por su bien! —me gritó aún más fuerte—. Los de Inwelz siempre nos tratan de hacer ver como los malos, ¡pero tú no sabes nada! ¡Sus poderes! No podía controlarlos, era una tormenta dispuesta a destruir a todo y a todos. Es mi hijo, pero sin control es un monstruo, un asesino —pronunció con tal desprecio que me dolió por Priel, cerrándome la boca—. Lo que yo hice fue lo mejor para todos, que olvidara o no y todos los efectos que dices son culpa de tu querido padre y tuya, no mío.
Me tembló el mentón y mis ojos picaban por las lágrimas. Incluso si le pedía perdón a todos mis Santos por haber abandonado a Priel, lo seguiría pagando. No podía creer que esas palabras hubiesen salido de su madre, que yo hubiese dicho unas idénticas.
—No continuaré con esta conversación —pude decir apenas—. Si no es capaz de ver el problema y lo que ha provocado en Priel..., no veo motivos para discutir con usted. Que tenga un buen día.